Querido Juan:

Querido Juan:

Jueves 8 de septiembre de 2022 I Por: Sara Jaramillo Klinkert I En: El Colombiano

Querido Juan:

Apenas son las 2:23 a. m. y ya me estás preguntando: “¿Recuerdas cuándo aprendiste a llorar?”. Sé que ambos lo recordamos. Hay ciudades y épocas que son un recuento de lágrimas. Medellín, por ejemplo. Somos de la generación que pregunta si lo que tronó es pólvora o bala. “Hay frases que duele haber aprendido en tu ciudad”, dices. Aplica para los miedos, digo. Eran tantos que a ti te enseñaron en la escuela a convertirte en un niño caracol, “de esos temerosos, bajo sus pupitres, mientras pasa la tormenta de metralla y miedo”. A mí me enseñaron a variar la ruta al colegio para despistar al enemigo, aunque luego comprobé que cuando un hombre quiere disparar, dispara. Aquí un hombre mata a otro hombre y no pasa nada. “Parece que todos estamos a un error y un gatillo de distancia”, dices a sabiendas de que me duele: una bala acabó con la vida de mi padre.

“Aunque cierres los ojos, la muerte nos sabe mirar”. Por eso no los cerramos. Tú no los cierras y yo tampoco, de puro miedo de no poder abrirlos otra vez. Hay que estar alerta. No bajar la guardia. Correr aunque no sepamos hacia dónde. Embutirnos Dipirona y Neosaldina para combatir el dolor de cabeza ocasionado por tanta pensadera. ¿Qué hacer con esta vulnerabilidad?, pregunto. “Hay días en que, vestido o desnudo, ni siquiera tu piel es de tu talla para cubrirte”, respondes, como siempre, con esas frases precisas que se encallan en el alma y duelen y ambos terminamos aliviando después de las formas más extrañas. Yo no como. Tú no duermes. Yo me destrozo los dedos. Tú ardes. Una bola de fuego que luego será ceniza. Ardes y por eso queman las palabras que salen de tu mano, Juan Mosquera Restrepo.

Gracias por este libro: Estaba en llamas cuando me acosté. Un compilado de textos llenos de fuego, lluvia, lágrimas, insomnio y migrañas. Cómo duele leerlo y cómo redime también. Es imposible caer en la indiferencia luego de transitar sus páginas. Relatas un país que nos quita cada día más de lo que nos ha dado; una ciudad a la que es posible amar y odiar en igual medida; una guerra en medio de la cual “ronda la muerte cantando su ronda”.

Escribiste: “No hay pánico a la hoja en blanco, todas las páginas están en llamas”. Sabes que un puño sirve para algo más que dar golpes cuando dices: “prefiero sujetar un lápiz y exprimirle todas las palabras que guarda adentro”. Así que un día las exprimiste y alguien las juntó para rescatarlas del olvido. Alguien pensó que era necesario ponerlas a salvo antes de que tu propio fuego las consumiera. Ese alguien fue Sílaba Editores.

Creo que quienes escribimos, escribimos para salvarnos. Escribimos porque, si no, la vida dolería mucho más de lo que duele. Escribimos incluso si no hubiera lectores. Supe que lo sabías cuando leí lo siguiente:

“A veces lanzo al mar
mensajes en una botella.
Y se quiebran.
Las botellas.
El mar.
Y yo”.

Puede que no haya mar, ni botellas, pero tus mensajes sobreviven al fuego y al naufragio, querido Juan. Ahora están esparcidos en cada página del libro y, solo por eso, quienes lo leamos tendremos algo a qué aferranos.


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