Reflejo y reverberación. Un comentario a la lectura de «Un espejo en el centro del mundo» de Wilfer Alexis Yepes

Reflejo y reverberación. Un comentario a la lectura de «Un espejo en el centro del mundo» de Wilfer Alexis Yepes

13 de marzo de 2024 I Por: Lina María Ceballos I En: Revista Libros y Letras

La obra de Yepes ha sido publicada por Sílaba Editores

Por Lina María Ceballos García

En Un espejo en el centro del mundo, publicado por Sílaba, Wilfer Alexis Yepes nos brinda un viaje a la vez singular y múltiple, constituyendo un vértice «entre palabra y pausa”. El recorrido se despliega a través de más de 100 poemas, aventurándose en la exploración de espacios, vacíos y la soledad de quien viaja no para encontrar una verdad, sino para desenmascarar lo que hasta ese momento creía fijo y determinado. Lo que Yepes insinúa en esta búsqueda, en donde el espejo se convierte en fractal, es que la ausencia es su moradora, reflejo del vacío no solo de quienes han sido, sino también de quienes serán.

Situándonos en una intersección en donde lo único cierto es el movimiento de la imagen que busca su propia imagen, a modo de una cebolla pelándose a sí misma a través de la memoria y del pensamiento. No es gratuito que un libro de memorias de Günter Grass se llame Pelando de la cebolla, en el que después de enumerar recuerdos a la manera de pelar una cebolla, como dice Grass, ¿qué es lo que queda? La respuesta parece dárnosla el libro de Yepes, cuyos poemas nos desafían a mirar al abismo que, ineludiblemente, nos devuelve la mirada, haciendo eco de las palabras de Fernando Pessoa: “Somos dos abismos —un pozo mirando fijamente al cielo”.

El ritmo de los poemas también se revela como un intervalo, una especie de respirar intermitente y entrecortado que, por momentos, se suspende del todo. En «Platónico», por ejemplo, se nos muestra una imagen clara de esto: «W. —Te veo como un héroe—/ U: —Mi patria es el océano y nunca toco fondo—», insinuando un constante no llegar a alguna parte, una permanencia en la incertidumbre que evoca un fragmento del poema Lo fatal de Rubén Darío: “y la carne que tienta con sus frescos racimos, y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos, y no saber adónde vamos, ¡ni de dónde venimos!…”.

Así, el poeta nos confronta con la reflexión: ¿Somos acaso solo espejos de espejos… hasta no quedar nada? Tras cada poema, esta pregunta se transforma en afirmación, y empezamos no solo a ver el reflejo, sino también a conocer sus detalles, matices, su diferencia, que nos revela que siempre hay más que una imagen, incluso en la imagen que no es imagen. Nos interrogamos entonces, no solo sobre nuestro propio reflejo, sino también, ¿a qué suena Un espejo en el centro del mundo? O mejor ¿qué se escucha en Un espejo en el centro del mundo?  La respuesta es ante todo estética, de allí la relación con el espejo que tan acertadamente hace el poeta para su recorrido; en este se escuchan las voces, los ecos de la tradición del pensamiento occidental, donde literatura y filosofía se entrelazan. 

En este sentido, este libro no es meramente un viaje introspectivo, Un espejo en el centro del mundo es también una travesía que, al convocar múltiples voces, se inserta en la conversación infinita de la que hablaba Maurice Blanchot. De esta forma, el libro entabla un diálogo con las ideas de pensadores como Miguel Hernández, Octavio Paz, Robert Musil y Ernesto Cardenal, entre otros, tejiendo un entramado de voces que nos lleva a reconsiderar nuestras nociones de realidad, conciencia y soledad.

A pesar de que “te alejas del centro que no existe”, persiste la pregunta sobre lo humano. “¿Lo humano?”, dice un poema que con su pregunta nos insta a la contemplación perpetua. El espejo representa la insistencia en traer de regreso esas voces, en continuar la conversación en la cual esta escritura nos transmuta como mediadores, como médiums, de lo que en apariencia ha dejado de ser. Lo que prevalece, en última instancia, es la palabra. Cada poema deja huellas que no conducen a ninguna parte, pero que invocan el silencio, el agua suave y el bosque profundo, tal como se describe en el poema «Diluvio». Hay un retorno a lo que anteriormente nos ha llamado, un a regresar al juego, a la casa, reflejado en las líneas: «La casa es un nombre/que me espera/y la puerta/una despedida/ventana entre el cielo/y su ausencia».

Un espejo en el centro del mundo es, en definitiva, un libro que desafía, cuestiona e invita no a llenarnos las manos de optimismo, pero tampoco a cortárnoslas como si la vida fuese una tragedia; porque la pregunta que nos deja el libro, en su planteamiento principal, es ¿hay realmente una sola imagen? O más bien, de lo que se trata es de un ir a lo natural, al acto de ver, de escuchar. Un llamado a los sentidos al que se suma la rica intertextualidad que propone el libro. Una invitación a transitarnos, a vernos colectiva e individualmente por fuera del espacio y tiempo habitual, en el espejo sin centro de la vida, como una estrella que, aunque lejana y quizá extinta, observamos y disfrutamos. Como si lo dicho fuera siempre ese espejo, como si todo fuera el pasado, pero cuyo hálito permanece en reflejo y reverberación.

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