Pedro Gómez Valderrama: El ensayo, diablo literario

Pedro Gómez Valderrama: El ensayo, diablo literario

22 de mayo de 2018. Por: Efrén Giraldo.
En El Espectador.

Muestras del diablo (Reeditado por Sílaba editores) se refiere a las estrategias del ensayo desde el mismo título. En un giro de afiliación poética, Gómez Valderrama se atreve a poner en tensión los escritos que componen su libro, mostrando que el ensayo es acontecimiento entre la escritura y la vida.

La de Pedro Gómez Valderrama (1923 — 1992) es una de las obras ensayísticas más significativas de la literatura colombiana. Un par de libros y varios textos críticos breves, aparecidos en revistas como Mito y Eco, bastan para dar lugar preponderante a los alcances estéticos de su lograda prosa argumentativa. —Estrictamente, porque lo ensayístico permea también su obra narrativa y aparece frecuentemente bajo la forma de un espíritu, y no de un género, con indiferencia de si se trata de crónica, reportaje, cuento o novela—. Gómez Valderrama es con Fernando González, Nicolás Gómez Dávila y Hernando Téllez el ensayista colombiano que exploró con más aciertos las posibilidades literarias de esta forma de escritura, algo que se confirma al leer la reedición de Muestras del diablo, emprendida sesenta años después por Sílaba Editores. Por si cabe alguna duda, Gómez Valderrama es uno de los escritores que mejor recorrió los atajos entre el cuento, la crítica y la cavilación, lo que dota a su obra de una calidad difícilmente igualada por la literatura colombiana posterior.

En las siguientes líneas se enuncian algunos de los rasgos más relevantes de esa dimensión literaria del ensayo, que aparecen como celebración de la lectura, fiesta de la imaginación y recuperación de la cultura, tanto en el género inventado por Montaigne, en la totalidad de la obra de Gómez Valderrama y en los tres textos ensayísticos reunidos en este libro, felizmente recuperado para los lectores, luego de su primera edición, realizada por Mito, y de las que hicieron Monte Ávila y Colcultura, hoy inconseguibles. Sus ensayos dispersos y Los ojos del burgués, el libro sobre la Unión Soviética de 1970, aún aguardan un gesto de recuperación editorial.

Muestras del diablo se refiere a las estrategias del ensayo desde el mismo título. En un giro de afiliación poética, Gómez Valderrama se atreve a poner en tensión los escritos que componen su libro, mostrando que el ensayo es acontecimiento entre la escritura y la vida. La palabra enlace —“justificadas” — se vuelve clave, pues crea una especie de quiasma. Se justifican actitudes o acciones, pero no se acostumbra que un muestreo derive en razones de existencia de otros textos con los que integra una colección. Las Muestras del diablo son la parte principal, mientras que El engañado y En el reino de Buzirago vienen a ser apoyaturas. Este asunto resulta revelador, si se piensa que el primero de estos escritos, una colección de citas, una especie de centón —forma que da origen al género ensayístico— es el último de la serie y que los otros dos son los propiamente argumentativos. Una “muestra” en la que el museo, un museo de textos, imágenes y pensamientos configura un libro. El ensayista es un curador y las citas son los objetos que justifican la explicación.

Desde el título, Gómez Valderrama define entonces el principal rasgo de la poética del ensayo literario, esto es, que este género tiene por motivo, propósito y tema la lectura y la hermandad entre los textos, así como el atesoramiento, la colección, de estampas, ideas y formaciones que sirven para justificar el atrevimiento de tener ideas propias, es decir, ensayos. Los mejores ensayistas colombianos —a los mencionados, hay que añadir a Jorge Gaitán Durán, Marta Traba o Germán Arciniegas y, más recientemente, Rafael Humberto Moreno-Durán, Jaime Alberto Vélez, William Ospina o Carlos Granés— son ensayistas—lectores, lo que no supone necesariamente que se hayan vinculado a la crítica “profesional”. Se trata más bien de autores que se afilian con una forma particular de leer y comunicar su experiencia con los libros. Dos de las obras ensayísticas más singulares de la literatura colombiana son precisamente diarios de lectura, en los que el principio de selección y colección va unido a una dinámica de apunte en medio de la vida, de irrupción del pensamiento sobre lo leído en la biblioteca, el gabinete o la cama: se trata de los profusos diarios de lectura de Ernesto Volkening, que abarcan más de treinta años de meditación, y las notas de Jorge Gaitán Durán, divulgadas parcialmente en los últimos números de Mito.

Un segundo rasgo de la escritura ensayística como literatura es temático, y a la vez técnico y estilístico. El ensayo es sobre todo una apelación a la libertad: libertad estética -y moral-. El ensayista discute la autonomía, y a la vez la ejerce. En los ensayos sobre el diablo y la brujería de Gómez Valderrama, la emancipación artística, literaria y celebrativa del aquelarre y de la orgía se convierten en referentes obligados para la emancipación espiritual. Si queremos, se trata de una apertura a dos aguas: se emprende en la vida y las relaciones interhumanas el camino de libre formalización y libre examen que el escritor consuma en la literatura y el ensayo. En algo así, puede verse lo que señaló el sociólogo Pierre Bourdieu con su “principio de homología”, esto es, que los ensayistas se refieren a los valores del arte para aludir, de hecho, a valores que son altamente deseables en lo social y lo político.

En los ensayos de Gómez Valderrama reeditados por Sílaba, la libertad aparece, no solo como motivo histórico o cultural, sino como lugar de reclamo y exigencia. En este sentido, los ensayos de Gómez Valderrama acaban siendo hermanos de los de Gaitán Durán, quien en sus ensayos sobre el mal, la transgresión y la figura del Marqués de Sade concluye por hacer una requisitoria política y cultural, cuyos alcances llegan al Estado, la religión y el corazón mismo de la modernidad.

La relación entre sexualidad, transgresión, orden social y revolución es propia de la generación de Mito, que en su momento representó para la literatura colombiana un fuerte revulsivo. Como dijo alguna vez, hablando del pintor Luis Caballero la crítica de arte Marta Traba ―uno de los miembros más activos y menos reconocidos de esta generación―, la sexualidad crapulosa y contestataria aparece en la cultura colombiana como una forma de respuesta al hidalguismo cultural y a su visión hipócrita del cuerpo y el placer. La sexualidad como componente infaltable de la historia, como dinámica recreativa que siempre aparece en la revisión del pasado, tiene abundantes apariciones en la obra cuentística y ensayística del escritor santandereano, quien es, sin duda, uno de los autores en quienes la fuerza revulsiva de la sexualidad adquiere relieve. El sexo es agente y también imagen, personaje encarnado pero también constelación.

Y es que, dentro de la libertad retórica y verbal del ensayo, recurrir al poder cognitivo de las imágenes es estratégico. La imagen no pertenece al orden de la decoración o la fácil ejemplificación: es parte constitutiva de las estrategias del pensar. El ensayista se aparta de las aspiraciones del historiador, el antropólogo y, en general, todas las especies de científico social, que tienden a la abstracción y la totalización. Por ello busca la estructuración lúdica de un argumento o un ejemplo entretejido que se encarna en un motivo visual, táctil o auditivo, con una anécdota, con una curiosidad. La del ensayo en Gómez Valderrama es una erudición que no busca lo exhaustivo, la totalidad. Es una programación que convoca los datos de cultura como acontecimientos sensuales, ricos en sugerencias. Tal principio no resulta ajeno a la gran tradición ensayística latinoamericana, que tiene en autores como Paz, Borges y más recientemente Piglia, Saer o Ponte una predilección por la imagen, por la revitalización de lo que la cultura académica con frecuencia mata.

La relación con Borges no es gratuita, no solo porque Gómez Valderrama haya sido uno de los primeros ensayistas colombianos en considerar con genuino interés la obra del escritor argentino, como atestiguan sus reseñas, sino que muchos aspectos del programa estético de Borges para el ensayo están en la obra del autor colombiano. Por un lado, la capacidad para escribir un texto en el que a medida que se dice se lee, en el que mientras se rinde informe de lo aprendido se apuntalan hipótesis impensadas, allí donde la enciclopedia y sus posibilidades forman las “magias parciales del ensayo”, según la bella expresión de Liliana Weinberg. Por el otro, el recurso al trasunto narrativo, a la exploración de las alternativas accionales y comprensivas que deja la historia para imaginar siempre otro argumento, otra manera de ver las cosas.

Y es que el más importante legado del ensayo perfeccionado por Borges, responsable de la fuerte inscripción literaria y poética del ensayo en la cultura de la segunda mitad del siglo XX, está, sin duda, en la intersección de géneros, que en ambos fue particularmente fecunda. Los ensayos de uno y otro se distinguen por sus propiedades líricas y posibilidades narrativas. Invención, artificio y pensamiento son uno solo. Gómez Valderrama y Borges son agentes del ascendiente prestigio de la narración y la creación de imágenes como consumadas formas de conocimiento y enseñanza. Ensayos que parecen —o que se disfrazan de— cuentos, ensayos que recurren a entreveros argumentales forman una constelación que, en el caso de Gómez Valderrama, se ve tanto en Muestras del diablo como en “Londres”, una de las más bellas crónicas—ensayo de la literatura colombiana, publicada en Mito en 1957, o en libros de cuentos como La procesión de los ardientesEl retablo de maese Pedro y La nave de los locos, donde merodea con orgullo la virtud formal del discurso argumentativo.

Ensayistas como ellos son maestros, además, porque la exposición y la argumentación representan dominios para la experimentación formal y para una estetización de lo didáctico, que no es otra cosa que una refinada forma de la conversación.

También está en esta tradición la permanente alusión al territorio de las artes, que se convierten en el intertexto favorito, en la otredad preferida: la ofrecida por el mundo de la imagen, siempre el fantasma y el doble de la palabra. Un paradigma este en el que los más importantes referentes contemporáneos son John Berger, para la lengua inglesa, Octavio Paz y Ortega y Gasset para la española y probablemente Marta Traba y Gómez Valderrama para la literatura colombiana. Es difícil pensar en el infierno, pensar en el demonio, al ángel caído o a la tortura con que se paga la iluminación del mal sin una iconografía. Eso, particularmente, la Iglesia lo supo. Muestras del diablo está lleno de motivos que habitan los datos perceptivos y el pensamiento, el mito y el concepto, la narración, la imagen y el análisis, de la gárgola de Notre-Dame a la pintura delirante de El Bosco y la risa volteriana en las esculturas de Houdin.

La presencia del diablo, la brujería y la imaginería satánica en la literatura colombiana ha sido escasa y su aparición carece de nombres relevantes. Excepto por el malditismo de la generación de poetas del último simbolismo —alla Eduardo Castillo o Porfirio Barba—Jacob—, o por la presencia de su simbología represiva en la axiología católica, hay que esperar a la aparición del libro de Gómez Valderrama en 1958 para encontrar el primer tratamiento estéticamente moderno de la cuestión. Se suceden después en generaciones posteriores, sobre todo de novelistas históricos de importancia como Germán Espinosa o Álvaro Miranda, alguna recreación, que siempre bordea la carnavalización de la cultura y de la historia. Lo que resulta quizás más interesante en Muestras del diablo —y también en Sade, de Gaitán Durán— es que esa aproximación fabuladora adquiere resonancias conceptuales que la hacen perdurable, y también necesaria, al lado de las que la ciencia histórica y social ha puesto de relieve. Si el mediocre novelista puede simplemente preservar los lugares comunes de la historia leída, la leyenda negra y la grandilocuencia taquillera del pasado, el ensayista tiene otras obligaciones. La imaginación debe servir, primero, a las ideas y al razonamiento, y de ello emana la ficción. Gómez Valderrama hace algo parecido en sus Muestras del diablo, que son también muestras del ensayo y la imaginación.

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Pedro Gómez Valderrama. Muestras del diablo. Justificadas por Consideraciones de brujas y otras gentes engañosas, En el reino de Buzirago y El engañado. Medellín, Sílaba Editores, 2017.