La orfandad de Telémaco

Las dádivas del cuento

8 de septiembre de 2015. Por: Emma Lucía Ardila.
En Boletín cultural y bibliográfico del Banco de la República 49(88), 140-141.

Con un total de veintiocho relatos, el nuevo libro de Elkin Restrepo abarca gran diversidad de motivos que ilustran la prolífica imaginación del autor. Los temas de los cuentos varían enormemente: en “Una mentira inventada”, se ocupa del análisis fantástico que hacen unos niños con ocasión de un asesinato; en “Un viajero constante”, de la pasión de un coleccionista de documentos antiguos; del engaño en “El falso judío”, o en “El indigno”; del arte como pretexto para una historia trágica en “La muchacha que leía a Paul Celan”; de un sicario perdido en Australia en medio de la bruma en “Un día oscuro”; del suicidio; de la ciencia ficción; de una historia de un perro llamado Casanova, en fin, los tópicos se multiplican.

En este sentido, no podría hablarse de una unidad temática, sino más bien de una unidad de estilo. En el lenguaje pervive la impronta del poeta, en ocasiones aunada al relato como recurso para resolver algunas de las tramas, con lo que enriquece de forma inusitada el cuento y otras veces en forma de imágenes que aparecen en medio del relato.

Un buen ejemplo del primer caso es “El pasajero”. Un incidente cualquiera –el encuentro de una pareja con un desconocido– produce una serie de sentimientos contradictorios en los personajes: confianza y añoranza en él; miedo, rabia y rechazo en ella. Mientras tanto, como telón de fondo, aparece el paisaje campestre bañado por la luz de la luna que impregna el relato de un aura mágica. Un encantamiento que se acrecienta gracias a la hora, es de madrugada; al sitio, están en las afueras de la ciudad y en la mitad de la nada; y a las circunstancias, la soledad y el extrañamiento que siguen al regreso de una fiesta. Entonces, de manera sutil, asoma el misterio asombroso de la vida envuelto en las palabras ignotas del pasajero, cuya cadencia las vuelve música y conmueve como solo el arte sabe hacerlo. En ese momento se liman las diferencias, cesa la lucha de todos esos sentimientos en conflicto y se impone una comunicación en la que la armonía brilla y une y silencia, prodigando paz y gratitud:

en su interior algo le decía que había que intentarlo, permitiendo tan solo que aquella música incesante entrara en su corazón sin prevención alguna. Y aunque lo que escuchaba, no lo entendía, era claro a la mente su sentido, tal como lo es un canto gregoriano o una cantata de Bach al más palurdo de los hombres.

Claudia, tocada de igual manera, ocultó el rostro entre sus manos y lloró y lloró porque, sin esperarlo, luchando incluso contra ella, una felicidad muy grande la embargaba. Entonces, el mensaje se hizo todavía más claro y Danilo hundió el acelerador y Claudia ya no tuvo más miedo y el auto salió despedido hacia los misterios de aquella noche hermosa. [pág. 63]

En el segundo caso, el lenguaje poético aparece para describir sentimientos, paisajes o actitudes. Las citas hablan por sí mismas:

Algo en su actitud, una desazón, un temor de ave, daban a entender que su presencia en el mercado era quizá una equivocación. [pág. 22]

La lluvia, insomne y pálida, como un escultor ciego, modificaba a cada rato la matemática de aquel suburbio endeble. [pág. 146]

Miles y miles de insectos, llegados de quién sabe dónde, cubrían de pronto, como si fueran un tul vivo y deslumbrante, enjoyándolo, aquel cúmulo de materia geométrica. [pág. 147]

Y, por último esta otra cita, entre muchas otras ilustrativas de este manejo del lenguaje:

Dicen que los animales se parecen a sus dueños, y este era como ella: pura emoción por dentro y comedimiento y control por fuera…, una lengua de fuego atrapada en un quinqué. [pág. 174]

Si bien, como ya se dijo, la temática de los relatos es diversa, en muchos aparece el tema del amor, protagonizado en su mayoría por personajes masculinos. Éstos, casi siempre gracias al azar, hallan la ocasión propicia para el encuentro, a veces transitorio, a veces duradero, pero invariablemente venturoso y digno de celebrarse. Más allá de lo anecdótico que pueda parecer este tópico, en realidad lo único distinto son las circunstancias en que se dan las relaciones, este telón de fondo decora el escenario en donde los distintos personajes muestran una condición humana diversa, capaz de pequeños heroísmos, de generosidades o de mezquindades siempre sorprendentes. Así lo ilustra el cuento “Los modos del amor”. Esta historia narra un encuentro fallido –los posibles amantes se desgastan en inútiles vanidades y en posturas orgullosas– y finalmente entienden que desperdiciaron una oportunidad para ser felices:

Se miraron a los ojos y se aceptaron con indulgencia. En ellos no cabía ironía alguna pues eran hijos de la ironía que los había traído hasta este punto. [pág. 68]

El viraje que produce esta última certeza permite una compensación porque la pareja pierde pero al mismo tiempo gana, después de todo, aún late la esperanza en esa pequeña verdad humana que cada uno se lleva consigo.

Esta suma de verdades parciales, de descubrimientos hechos por los personajes mientras trazan el designio de sus vidas, imprime al texto una atmósfera afirmativa y dejan en el lector una sensación de optimismo. Ello no significa que los finales sean siempre felices, a fin de cuentas la vida también tiene el dolor como ingrediente y mal podría la literatura soslayarlo. En “La orfandad de Telémaco”, –recreando al personaje de La Odisea, en donde el hijo emprende un viaje en busca del padre, pero al mismo tiempo da un recorrido en busca de sí mismo– los incidentes también suceden en un viaje, esta vez un paseo en lancha a lo largo del cual el muchacho enfrenta una serie de sinsabores: no solo el duelo con una barracuda, a la manera de una tradicional prueba de iniciación, de la cual sale derrotado; sino además la vejez del padre en compañía de su nueva mujer (una muchacha tan joven que bien podría ser la novia del hijo); su rabia y sus reproches. Finalmente, llegan el perdón y la aceptación necesarios para finalizar el viaje y al mismo tiempo reconocerse adulto, expresados de una manera sutil que da un bello final al relato porque no se dice nada de un modo directo, sino que es el paisaje el que lo sugiere: “En algún momento, a lo lejos, despuntaron las luces del puerto” [pág. 85].

Por otra parte, la mujer no es solo un motivo de búsqueda o de encuentro en las distintas historias de amor. También es mirada por la lupa del escritor con extraordinaria sutileza:

cuáles móviles, qué sentimientos explican sus aparentes contradicciones, qué anhelos la llevan al amor, a la traición o al abandono; cómo vive la soledad, cómo enfrenta su feminidad o cómo el dolor es también ocasión para engrandecerla:

Así pasó un rato, inmersa en aquella suma de instantes, como si tratara de recobrar del fondo de un pozo, su propia, perdida imagen. La vida, se dijo, es más que cualquiera de sus hechos, por más tristes y dolorosos que estos sean. Y, al decírselo, sintió como si le hubiera sido dada una pequeña verdad, que al fin la aliviaba de penas y cansancio. [pág. 130]

En la narrativa de Elkin Restrepo hay una palabra que aparece con alguna frecuencia: dádiva. Pienso que es una buena manera de definir la sensación que deja la lectura de este libro: los relatos entregan generosos una mirada optimista, muchas veces juguetona y llena de humor. Los personajes recorren las páginas como quien viaja en busca de aventuras y cada ocasión es motivo para disfrutar. Es vasto el horizonte de este artista lleno de vitalidad y de ganas de contar; contar para celebrar la vida y celebrar la vida en cada cuento.