“La escritura no borra lo que la vida escribió en nosotros”: Lucía Donadío

“La escritura no borra lo que la vida escribió en nosotros”: Lucía Donadío

21 de diciembre de 2020 I Por: Diana López Zuleta I En: La Nueva Prensa

América e Italia, dos patrias añoradas y perdidas, pero inscritas en el corazón de los personajes, evocan despedidas, oleajes de nostalgia, puertos, baúles, vientos y grandes barcos que destierran. Primero a Bruno Cattaneo, que llega a los 16 años, en 1938, en un largo viaje desde Italia a Puerto Colombia, buscando el sueño de ‘hacer la América’. Entre esos océanos que lo separan de su país, además de ausencia, encuentra miseria, azares que lo desilusionan y la dificultad de una nueva cultura.

Narrada con las diferentes voces de sus personajes, Adiós al mar del destierro es una novela melancólica, tejida palmo a palmo desde hace veinte años, cuando Lucía Donadío empezó a concebirla, en parte impulsada por sus raíces italianas: su padre emigró a finales de los años 30. Tiene trazos de su biografía familiar, anécdotas, ires y venires, y sombras perdidas que esbozan la dificultad de emigrar (a veces en situaciones como en la huida de la Segunda Guerra Mundial) en medio de desarraigo y soledad ante un nuevo mundo. 

No obstante, la novela relata múltiples dramas: familias fracturadas, desamor, machismo, hijos deseados y no deseados, miedo al castigo de Dios. Es el peso de vidas distintas cuyo consuelo —muchas veces— son las cartas, las fotos y el deseo de regreso a su tierra.

CARATULA FRENTE ADIOS AL MAR DEL DESTIERRO

Lucía Donadío es poeta por naturaleza. Cada frase está trazada con pulcritud, belleza lírica que sujeta su narrativa y se entremezcla con simbolismos. “No hay oleandros florecidos en el camino, pero los oleandros del recuerdo florecen dentro de mí”, escribió.

Es antropóloga de profesión, pero ha dedicado su vida a la edición y a la escritura. Nació en Cúcuta y desde niña ha vivido en Medellín. Ha publicado los libros de cuentos Cambio de puesto Alfabeto de infancia; y de poesía, Sol de estremadelio Los ojos que me nombran. Es fundadora de Sílaba, la editorial independiente que dirige desde 2009.

Hace seis meses, su hijo único, Camilo Duque Donadío, de 34 años, murió en un accidente en kayak cuando navegaba en el río Calderas (Antioquia). Una semana antes, Lucía había entregado su novela a la imprenta.

Diana López Zuleta: La historia empieza con un viaje, el que hace Bruno a América, pero es un poco decepcionante porque no encuentra los edificios altos que él esperaba encontrar, que era la otra América…

Lucía Donadío: Sí, esa parte es muy real y creo que les pasa, en todo sentido, a muchos de los emigrantes, porque emigrar es muy duro, y a pesar de que uno vaya bien equipado de cosas, enfrentarse a otra cultura, a otra lengua, a otro país, es una experiencia muy fuerte; pero tal vez los que venían de Europa en esa época, antes de la guerra o después, venían muy perdidos, esperando encontrar el dorado, el mismo dorado de los conquistadores, y se encontraron con muchas dificultades.

D.L.Z: Hay una cosa psicoanalítica, y es que el padre de Bruno soñaba dormido con emigrar a América, mientras Bruno soñaba despierto, pero ambos no se atrevían a hablar de ese sueño. ¿Era como si tácitamente estuviera prohibido hablar de los sueños?

L.D: Ahí había dos historias que se juntaban: la de su madre, que también había sido una emigrante pero al contrario, a ella la habían sacado de Colombia para llevarla a Italia, y la habían encerrado en un convento; había tenido una vida muy marginal y arrancada de sus raíces, de su abuela. Por otro lado, el abuelo, el padre de Bruno, había tenido un naufragio al llegar a América y nunca se lo contó a su hijo, entonces se enfrentaban a dos historias muy dolorosas y esas no se las contaban a Bruno; son esos secretos que se guardan en las familias pensando que si no los contamos hacen menos daño, y realmente hacen mucho más daño; la verdad, por dura que sea, es mucho más sanadora que la mentira.

D.L.Z: El libro muestra cómo todas esas esperanzas puestas en otro país, los sueños, las ilusiones, se diluyen o pueden cambiar con la soledad a la que el personaje se ve sometido. Esto cambia un poco cuando tuvo familia pero la felicidad no dura mucho, hay desamor.

L.D: Sí, es que el amor a veces es una ilusión tan difícil de construir. En el caso de Bruno e Isabela eran dos mundos cercanos pero al mismo tiempo muy diferentes, porque aunque ella también era de familia italiana, es como si eso se hubiera perdido, negado. A mí me interesó mirar cómo cada persona, frente al conflicto de la emigración, resuelve o intenta resolver el asunto de muchas maneras. En el caso de Bruno era siempre recordando, siempre Italia, siempre soñando con el regreso; en el caso de la familia de Isabela, era más bien olvidar Italia, negar ese origen, a ver si así se sentían mejor; es olvidar lo que fueron.

La novela no es solo la escritura, es la vida, es una escritura interna que uno hace.

D.L.Z: Pero aunque se intente olvidar siempre está ahí esa sombra. Lo vemos, por ejemplo, en la comida: aunque vivieran en Colombia, la comida que se servía en la mesa era la de Italia.

L.D: Sí, yo creo que eso marca mucho, es que uno no puede deshacerse de la propia cultura tan fácilmente, ese es como el arraigo, lo que lo constituye a uno, que obviamente con la vida uno va cambiando un poco ciertas cosas, pero hay cosas que son parte de la sangre de uno, que constituyen la identidad y que borrarlas es complejo.

D.L.Z: ¿Por qué Adiós al mar del destierro?

L.D: Yo siempre sentí el mar y la distancia con Italia como un mar que nos desterraba, nos expulsaba, nos distanciaba, como una cosa muy dolorosa, y de pronto con el tiempo, y con la escritura del libro, yo sentía que el libro me ayudaba a unir esos dos mundos. Es decir, yo iba a Italia y pasaba allá dos, tres meses, y regresaba y sentía que perdía todo, como si la distancia borrara los recuerdos; y sí, la escritura del libro, y muchas otras lecturas que hice, me ayudaron a tramitar ese asunto y a sentir que el mar no tiene que ser el mar del destierro, también puede ser el mar que une, porque el mar separa pero también une si uno logra atravesar el mar, que de alguna manera es también atravesar el dolor, atravesar la oscuridad, lo duro. Yo era muy nostálgica de Italia y eso se me fue pasando, y yo creo que fue una nostalgia heredada, porque yo nací aquí pero uno hereda cosas de los padres, y a veces hay generaciones que se saltan ciertos procesos y uno los hereda porque los padres no lo hicieron, y uno carga con cosas de ellos.

D.L.Z: Yo siento que tu escritura es muy melancólica, no solo en este libro sino también cuando leí Cambio de puesto. ¿Sientes que los escritores, de alguna manera, cargamos cierta nostalgia?

L.D: Yo creo que sí, que cargamos una nostalgia, y también un dolor muy hondo que tiene muchas raíces diferentes, que es como una nostalgia y una herida permanentes, pero que uno trata de mitigar escribiendo, en el trabajo, en las cosas que uno hace.

D.L.Z: Dices en la novela “La ausencia es un vendaval que no arrecia”. ¿Crees que la escritura ayuda a sobrellevar los horrores de la vida?

L.D: Creo que en parte sí, lo que pasa es que uno no sabe hasta dónde, porque medir eso es difícil. Yo siento que mi libro me ayudó, pero a pesar de que uno quisiera que hubiera más redención en la escritura, tampoco es mágica; la escritura no borra lo que la vida escribió en nosotros. Yo creo que uno también vuelve a esos temas en otros libros y eso va ayudando un poco, pero es difícil, no se resuelve del todo, pero yo sí creo que los que escribimos tenemos algo muy fuerte, o nos sentimos muy desadaptados con el medio, somos duros, críticos, tenemos sensibilidad también, que es muy importante. También creo que en la infancia hay algo que nos quiebra por dentro.

D.L.Z: En el libro se menciona cómo la única manera de resistir a esa otra patria es aferrarse a lo que le tocara. Por ejemplo, esto: “María se aferró al  como la única manera de vivir. Dijo  al cambio de nombre, dijo  a todo, para que no la regañaran, para que la quisieran un poco, para que los ojos de los otros no la destrozaran”.

L.D: Yo creo que ese ha sido un drama muy femenino porque a muchas mujeres les tocaba decir sí o sí porque si no, las amarraban, o las marginaban, o las encerraban en hospitales psiquiátricos.

D.L.Z: Las mujeres estaban destinadas a cuidar la casa y a los hijos, y a atender al marido.

L.D: Sí, la vida era sufrir y privarse de todo. Yo creo que a todas nos tocó ese lastre, que ha sido también histórico, porque hay mujeres que han logrado zafarse de eso, pero a todas nos ha tocado luchar mucho por encontrar un camino diferente y no estar encerradas.

D.L.Z: Aunque muchas ni siquiera se lo cuestionaban, eran mujeres que tenían cierta resignación ante la vida. En el libro hay una frase que dice: “una mujer se casa para entregar su alma”.

L.D: Sí, para entregar su alma a los otros.

D.L.Z: Isabela deseaba tener una tragedia real, un dolor real, para que los demás sintieran compasión por ella…

L.D: Ella siente mucha angustia y dolor, pero no sabe por qué, porque cree que como no le faltan el pan, la casa, el dinero, entonces no tenía por qué estar mal; esas cosas emocionales o de otro orden no tenían espacio, no podían ser expresadas. Eso es algo que su hija Julia dice, que se imaginaba que su madre quería un dolor real, que incluso dice muy cruelmente, que ella se muriera, que la niña se le muriera para ella tener un dolor real como el de los mendigos, que venían enfermos, sin pan.

El mar no tiene que ser el mar del destierro, también puede ser el mar que une, porque el mar separa pero también une.

D.L.Z: El hecho de que seas poeta hace que tu obra tenga una belleza narrativa. ¿Te sientes más cómoda escribiendo poesía o prosa?

L.D: Yo escribo un poco desordenado, en el sentido de que no soy muy racional en lo que me pongo a escribir. Yo mantengo un cuaderno de escritura y voy anotando cosas, ideas, sentimientos, una especie de diario y cuaderno de escritura mezclados, entonces ahí a veces hay cosas poéticas que me salen. La poesía llega más como una epifanía, como algo que aparece momentáneamente. Yo no creo que uno pueda escribir poesía tres horas seguidas, a mí no me pasa eso. Tengo épocas en que me salen algunos poemas, otras veces no, pero cuando escribo prosa sí me sale más o menos poética. Leo mucha poesía; para mí la poesía es como oración, canto, compañía. Todos los días leo algún poema y los libros de poesía son los que tengo en mi escritorio siempre, acompañándome.

D.L.Z: ¿Por qué tardaste tanto en escribir esta novela?

L.D: Aunque me gasté tantos años haciendo esta novela no me arrepiento, no siento que haya sido tiempo perdido, sino que necesitaba —tal vez— vivir muchas cosas antes de poderla escribir. Hay gente que dice “no, uno escribe una novela en un año, encerrado”. Sí, pero la novela no es solo la escritura, es la vida, es una escritura interna que uno hace. La madurez del texto no es solamente escribirlo sino hacerlo en el interior de uno.

D.L.Z: Claro, no es solo escribir sino decantar. ¿Cómo combinas tu labor de escritora con el de editora?

L.D: Es muy difícil, me toca robarle tiempo, sacar tiempo para la escritura. Yo escribo de madrugada, casi siempre 4:30 o 5 de la mañana, porque algo me despierta, una frase, algo, y corro al escritorio a sentarme a escribir, y trato de escribir unas horas, dos o tres horas, y ya después empieza a sonar el teléfono, abro el correo, empiezo a pensar en que tal libro hay que entregarlo pronto. En las mañanas tengo una conexión con la escritura que tal vez viene del sueño; yo creo que la escritura está muy relacionada con lo inconsciente, entonces uno logra la conexión. A mí me fluye en esas horas en que todavía está como oscuro, porque escribir es muy difícil. Yo escribí, reescribí, lloré en algunas partes.

D.L.Z: ¿Cómo ha sido la escritura después de la muerte intempestiva de tu hijo?

L.D: Ha sido muy difícil porque realmente no es fácil escribir en medio de tanto dolor. Yo le he escrito unas carticas, le hablo de cosas, de su ausencia; le he escrito algunos poemas. A veces me despierto con las ganas de escribir algo pero también con el dolor tan fuerte que me debato entre las lágrimas y la fuerza para escribir, y a veces me vencen las lágrimas y no soy capaz. He escrito muy poquito, es que apenas van a ser seis meses ahora el 28. Yo siento que voy a escribir algo sobre Camilo o sobre la muerte, no sé.

D.L.Z: Él era un artista, ¿no?

L.D: Sí. Le faltaban cinco días para cumplir los 35 años. Era muy joven y muy lleno de sueños, y creo que había llegado un momento en que se había compenetrado con su oficio artístico, con la madera. Él estudió publicidad, pero no le gustaba eso, y finalmente trabajó con un hermano mío que tiene un taller donde repara pianos y hace clavecines, y trabajó con él como dos años, y a él le encantó la madera y luego empezó a armar su propio taller. Él se despertaba los domingos a trabajar en el taller. Cuando uno los domingos se despierta a trabajar en algo que le gusta es porque está conectado con eso; tenía esa pasión. Él vivía todavía con nosotros y se iba a vivir con la novia a la casa de mi padre, que está vacía, y que llevaba un año vacía desde que él murió. Todo pasó la semana anterior a su muerte que ocurrió por imprudencia de un amigo suyo que era el guía en un viaje de kayak por el río Calderas. Tan paradójico que yo hubiera entregado el libro a la imprenta justo una semana antes. No alcanzó a leerlo.

D.L.Z: ¿Cómo ves el mundo editorial?

L.D: Yo creo que las editoriales pequeñas como Sílaba hacemos un trabajo complejo, porque vender libros es muy difícil, pero también siento que es una labor cultural muy bella, muy valiosa, porque tenemos una mezcla, que es la publicación de algunos autores y autoras consagradas o de reconocimiento, pero siempre nos gusta publicar autores nuevos. Este año fue duro por las ventas, por la pandemia; muchas librerías no trabajaron por mucho tiempo. Las ferias nos hicieron una falta horrible, porque además para nosotros son las mejores ventas y también es el momento en que uno está en contacto con los lectores y los autores, es como la fiesta de los libros.

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