En busca de tu nombre

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Carta de Juan José Hoyos para despedirse de sus lectores de El Colombiano

21 de mayo de 2023

Hoy te escribo esta carta para despedirme. Al hacerlo, siento un nudo en la garganta. Siento como si tuviera que arrancarme del pecho la más bella y fiel de mis amigas: esa que jamás lo abandona a uno, esa que jamás te tiende una

La primera vez que recibí una carta tuya, me dijiste que te llamabas Camila. Creo que ese no era tu verdadero nombre… porque no me hablaste de tu edad, ni me contaste nada del barrio donde vivías. Tampoco me dijiste nada del liceo donde estabas terminando el bachillerato. Sólo me contaste que vivías en un barrio. Que tu profesora de literatura les había leído algunas crónicas que yo publicaba cada domingo en este periódico. Luego, les mencionó un par de novelas que yo había publicado. Les habló, sobre todo, de mi primer libro, Tuyo es mi corazón, que acabó convertido en una telenovela transmitida por un Canal de televisión.

Me dijiste que te habías leído la novela en menos de una semana. Que su lectura provocó en vos una especie de arrebato que hizo que sin saber por qué te diera por escribirme una carta. Te confieso que es una de las cartas más hermosas que he recibido en mi vida.

En ella me hablabas de todo lo que habías sentido leyendo la historia de esos muchachos medio locos de un barrio como el tuyo. Me contaste que habías leído el libro en un estado casi febril, escuchando en la radio las canciones de Leo Dan, Palito Ortega y Enrique Guzmán, esa música que hoy llaman “música para aplanchar”. También me dijiste que mientras leías algunos capítulos también escuchabas a los Beatles y a los Rolling Stones. Me hablaste con tristeza de los ya casi inexistentes teatros de cine de los barrios, donde cuando estabas niña veías películas de pistoleros, novelones mexicanos con Maria Félix y Dolores del Río y una que otra película de Elvis Presley.

Pues bien, Camila. Me hablaste de todo eso como si fueras una muchacha de esa época. Una de las primeras rosas del hampa criolla, como Salomé. Me dijiste que leyendo la novela te habías enamorado de los boleros de Celio González, Daniel Santos, Bienvenido Granda, Celia Cruz y otras estrellas de la Sonora Matancera. Me dijiste que leyendo las páginas de Tuyo es mi corazón por fin te habías dado cuenta de que valía la pena vivir. También me dijiste que te sentías como si fueras uno de los personajes del libro. Me hablaste de Salomé, la hija del carbonero que dejaba sin aliento a los muchachos del barrio con sólo dar vueltas por las calles montando en bicicleta, y vistiendo nada más que una camiseta de algodón pegada a sus pechos y unos shores que dejaban a la vista de todos sus piernas portentosas.

Aun cuando me escribiste varias veces, nunca nos encontramos ni me mandaste una foto tuya. Después desapareciste. La última vez que me escribiste, me contaste que estabas viviendo en Australia.

Hoy te escribo esta carta para despedirme. Al hacerlo, siento un nudo en la garganta. Siento como si tuviera que arrancarme del pecho la más bella y fiel de mis amigas: esa que jamás lo abandona a uno, esa que jamás te tiende una trampa.

Aunque no tengás rostro, ni voz, siento ganas de llorar como las sentí hace ocho años cuando un insomnio despiadado me obligó a decirles adiós por un tiempo a los amigos lectores de las páginas de este periódico, que me ha dado cobijo durante veinte años de mi vida.

Hoy me veo obligado a despedirme de ellos y de vos porque un accidente convirtió mi vida en un pequeño infierno y ya no soy capaz de escribir cada semana, puntualmente, una crónica para que vos o ellos la lean.

Camila hermosa: hace un par de años rodé por unas escalas del segundo al primer piso de mi casa. Me rompí un par de huesos. No pude volver a caminar durante mucho tiempo sino con la ayuda de un bastón o un hombro amigo. Luego me dio una hepatitis que casi me mata debido a los medicamentos que tuve que tomar para calmar el dolor de la caída. Todavía no he podido curarme por completo. Por último, apareció de nuevo en mi vida, como cuando nos conocimos, la peste del insomnio.

No está entre mis planes morirme pronto, pero ahora depende de mí elegir cómo quiero vivir los meses o los años que me quedan. Tengo que vivir de la manera más intensa y feliz ese tiempo. Pienso dedicarme otra vez al viejo arte de escribir novelas, que por cierto jamás he abandonado, así no las haya publicado. Pero ahí están, aguardándome y aguardando a lectoras como vos. No tengo miedo de la muerte. La sensación más profunda que siento dentro de mi alma es el amor y la gratitud. He amado y he sido amado. Como ese médico hermoso que hace unos años escribió la historia de un hombre que confundía a su mujer con un sombrero, he tenido una relación erótica con el mundo y he gozado como pocos de ese coito misterioso y feliz que se da entre escritores y lectores. Y, de verdad, te lo digo donde quiera que estés: para mí ha sido un bello regalo de la vida conocer gente como vos, ser un animal que siente y que piensa y que, además, escribe historias. Por eso para mí vivir en esta hermosa tierra que lastimosamente el hombre está destruyendo ha sido “un enorme privilegio y una aventura”.

Ya no sé dónde estás, muchacha de mi barrio. Australia o el calvario, para mí es igual. Durante algunos años le diste sentido a mi vida. Sé que ya no volveremos a vernos más y cada día que pase extrañaré más la dulce caricia de tus manos y de tus ojos, apretando las páginas de mi alma en el más bello y compasivo de los abrazos: ese que está reservado para los que amamos los libros. Pronto me voy a un lugar más bien solitario a vivir mis últimos años condenado al exilio feliz de los libros. Adiós, mujer sin nombre y sin rostro, pero por siempre amada. Hasta siempre, amiga del alma. Sabes que a pesar de esta despedida triste, como todas las despedidas, ya nadie más podrá separarnos.


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