La espiral del alambique y otros cuentos

Cuentos amenos

2017. Por: Jaime Jaramillo Escobar.
En Boletín del Banco de la República.

Tres noches, cuatro días

Un cuento debe ser, ante todo, agradable, y este lo es. Para ser agradable, tiene que estar bien escrito, y este lo está. Y tiene que sorprender. Grato escritor. Capaz de tratar adecuadamente cualquier tema. Con estilo, con altura, con sonreído humor. Con ingeniosa malicia, con desprevenido talante, con el arte de narrar sin aspavientos, con aparente sencillez, con un interés que no decae en ningún momento. Ha publicado diez libros antes de éste. Todo un autor. Vive en Cali. Los días y las noches transcurren en un falso crucero, un ferri acondicionado para engañar turistas incautos. Pero allí también ocurre la sorpresa de lo inesperado. “La música era feliz en el cuerpo de aquella muchacha”. Y hay definiciones: “Desatracar: devolver a alguien lo que se le ha robado”.

¿Qué es imaginación?

Diálogo del hijo pequeño con el padre. Por tanto, frases breves. –¿Cuándo vuelve mamá? –No sé. Y ahí está el drama, tratado familiarmente. Empieza con la pregunta inocente del niño. Pero se necesita ser escritor de verdad para cargar ese diálogo con la disimulada intensidad que concluye con la pregunta infantil que da título al cuento.

La niñera

Títulos anodinos, no para engañar al lector, sino porque así está fríamente calculado. Historia con tono autobiográfico para que sea creíble. Si lo es o no, importancia no tiene. En la página legal se catalogan como cuentos. Interesantes, bellos e intensos relatos, bien construidos, cada uno con su sabor particular. Énfasis en la palabra sabor. Una vez leídos y releídos, no se pueden olvidar. Y ese es el arte de contar cuentos. Parece fácil, pero no lo es.

Clase de gramática

Los revólveres no son para los niños. Pueden dispararlos, o se pueden disparar solos. O se pueden confundir unos con otros, los niños y los revólveres. Y no se deben dejar donde los niños puedan cogerlos, por más escondidos que estén, porque los niños son especialistas en encontrar cosas escondidas, o perdidas, o prohibidas para niños. Y una clase de gramática elemental puede terminar en lo menos pensado, por causa de una pistola fuera de lugar, o un niño fuera de lugar. Todo en el mundo parece estar fuera de lugar cuando sucede que un niño se suicida, o intenta suicidarse con el único fin de componer un cuento para asustar a los mayores.

Las monedas perdidas

Estilo cinematográfico el de estos cuentos. Narraciones en presente. Se ven, se sienten. Por eso, se asiste a ellas. Es como si el lector fuera el narrador. O por lo menos hubiera asistido a los acontecimientos. La economía del relato aumenta su intensidad. Nada falta ni sobra. Y la sorpresa lo asalta en cualquier momento. Tiene que regresar para orientarse. No son trucos literarios, sino el impulso de la historia. Después de leerla, puede contarla como si le hubiera sucedido, o como si fuera testigo, y así adquiere una realidad que él mismo se la cree. El lector pasa a ser coautor. Y esa es la maestría del narrador.

El cuaderno de Helena

Lo deja olvidado en el bar, por descuido aparente. Contiene calculados mensajes. Lo encuentra el joven barman. Regresa después por su cuaderno. Parece tan común y sencillo. El interés está en la forma. No es tanto la historia en sí, sino la maestría. Narrado en presente, método seguro para que el lector participe de la historia, cargada de realidad. “Todo debe tener un rito, una preparación. Algo que confiera sentido”, dice.

La prisa del cangrejo

Cuatro páginas. Es como un bosquejo. No pasa nada, pero es como si pasara. El muchacho va de paseo en bicicleta. Ella es del lugar y va en una bicicleta roja. Se encuentran, como es obvio. Nada ocurre. Todo son sugerencias. El lector puede imaginar lo que quiera. Es su responsabilidad. Pero no se puede afirmar que el cuento lo diga. Y si lo relee, le dice otra cosa. Y cada vez le dirá otra cosa. Y entonces, qué.

La decisión de los Bersman

En este como en los demás relatos, ocurren cosas raras de apariencia normal. Un matrimonio (ella, holandesa; él, escocés) llega a Cali con el propó- sito de adoptar uno o dos niños. Les confunde el trámite enredado y absurdo y no entienden que por una suma de dinero (diez mil euros) se puedan adaptar las condiciones a los deseos de la pareja. Después los embaucan, llevándolos a un lugar imprevisto. Al salir, medio aturdidos y desconcertados, se dan cuenta de que su dinero ha desaparecido.

Una cometa y Gabriela

La cometa. Aunque a primera vista pueden parecerlo, no son cuentos inocentes. Ocurren cosas muy complicadas en una aparente sencillez. El narrador habla con toda naturalidad y usted se traga el cuento. Astucia, malicia y regocijo mientras aparece la tragedia. Todo tan normal como en realidad son las cosas. Esa facilidad atrapa al lector, que cuando menos lo piensa se encuentra ante la tragedia, como acontece en la vida. Vida real, se dice. Gabriela. No es cualquier chica, sino una chica de suerte. En la parte de atrás de la casa, que da sobre el mar, un chico le promete un yate. Como por arte de magia, el yate aparece después. La reseña no puede revelar más. Secreto profesional. La espiral del alambique Con razón da título al libro. Trece páginas y un enredo muy bien tramado, con suspenso continuo. El autor es maestro en el arte de narrar. Cuando se termina de leer, la sorpresa es que se acabó y se tiene que volver a empezar, porque se trata de un relato circular sin salida. El lector queda atrapado, sin saber cómo fue que se inició todo y cómo concluye, si es que tiene fin, y por qué así. Y dónde fue la traba. Viento, sueños y fantasías Experiencias peligrosas de una pareja. Resuelven contarse todo, sin  ocultar nada. Método seguro al fracaso. Él se suicida.

El silencio y la rosa

Cuento complejo, aunque no lo parece, como todos los demás. Para escribirlo, se requiere mucho conocimiento. Un adolescente, tentado por el dinero, porque sí, por intuición, compra una rosa para obsequiar a una muchacha. Y usted no se imagina lo que pasó. En realidad, no pasó nada, pero el cuento lo tuvo en vilo hasta el final. Y no en vano, porque este, como todos los demás del libro, está lleno de suspenso, de adivinanza, de interés, de suspicacia, de muy urdida trama, de inventiva literaria y de expectativa. El autor se ha nutrido de obras maestras. No cabe duda. Fragmentos destacables: “Al dinero le gusta exhibirse. Nuestro futuro depende de que no le permitamos hacerlo”. “La gente respetable es la más callada. La clave del éxito está en el silencio”. Cubos de hielo Es el cuento del perrito. ¿Quiere que se lo cuente? Producir tan magníficos relatos con tan poca materia, ese es el arte del creador. Sus dueños abandonan a un perrito en una gasolinera. Una pareja lo recoge, aunque él no está de acuerdo. Sigue el viaje. Llegan a otra ciudad. Allí el perrito, por casualidad, reencuentra feliz a sus despiadados amos. Lo que sigue es secreto. La reseña no puede referirlo sin ser infidente. ¿Eres feliz? Fiesta de bodas con final inesperado. “¿Eres feliz?”. “Sí, soy feliz”. Y usted no se imagina por qué. En este comienzo de siglo, mientras la poesía decae, la prosa se afirma en autores de valía que continúan, sin alharaca, la gran tradición que distingue al país en la narrativa y el ensayo.

Jaime Jaramillo Escobar