Cuando el mar te lleva lejos

Cuando el mar te lleva lejos

Noviembre 15 de 2020. Por: Mónica Quintero Restrepo .
En El Colombiano, boletín Generación.

ENTREVISTA

–En la última página del libro,  en el colofón, se lee: Estas páginas son, quizás, ese cuaderno que tu padre te regaló para que hicieras un diario de viaje, cuando te embarcaste en el Orazio. Solo anotaste en él las palabras nuevas que aprendías en español. ¿Qué tantas cartas hubo para llegar a este libro?

–Leí muchas cartas familiares que hay por ahí regadas, incluso las de mi abuelo, pero algunas eran indescifrables, la letra tan chiquita, se leían pedazos,  pero las leí hace mucho tiempo. Hay una que sí, la que escribe Bruno cuando llega a América. Esa carta sí es genuina, tengo una similar que mi padre escribió que es del año 1938, que la tengo enmarcada en mi estudio, esa es reelaborada. Las cartas son una presencia en el libro, porque eran la manera de comunicarnos con Italia durante mucho tiempo. A mi casa llegaban cartas, escribíamos cartas, nos hacían escribirle a los abuelos. Los papás de Diego vivían en Palmira y yo a Camilo le enseñé esa costumbre. Estos días hemos encontrado cantidad de carticas que él le escribía a los abuelos y ellos le respondían, así con dibujitos. Las cartas han sido una tradición y a mí me encantan, me parecen una manera de acercarse al otro, de contarnos cosas, es una especie de confesión. Es que las cartas se supone que son para alguien en especial, entonces uno depende a quien le escriba, escribe. Las cartas sí están ahí de alguna manera como parte de la historia y del lenguaje.

–Este es un libro que se demoró unos 20 años, pero dijiste que tal vez no estabas lista en esa época… ¿Cómo fue estando lista?

–Hay dos partes, una las diferentes versiones que yo hice y ya no recuerdo si fueron entre tres y cuatro, que yo más o menos decía, terminé y releía, y “esto no es”, pero de esas versiones rescataba fragmentos. Hacía cortar y pegar, y de pronto había un capítulo que me parecía que esta parte sí. Era, no sé si llamarlo reciclaje, eran pedazos que yo sentía que me servían e iba juntando y los metía en una carpeta o tachaba, lo que no me gustaba lo tachaba y dejaba lo otro. Por ejemplo el primer capítulo es muy cercano a lo que fue el inicial de esos primeros borradores, obviamente mucho más pequeño. Era un boceto, si se puede llamar.

–¿Qué pasaba en esas versiones, qué faltaba?

–Sentía que no era lo que yo quería escribir, que de pronto estaba contando muchas anécdotas y eso no era lo que quería, porque cuando uno cuenta muchas tiene que tener cuidado de lo que cuenta. Los sucesos pueden estar, pero yo quiero hablar del alma de los personajes, y a veces contar y contar anécdotas no permite entrar en otros territorios. Yo pensaba, “aquí no estoy diciendo”, entonces decía, “bueno, esperemos”, y seguía intentando. Yo escribí tres capítulos donde estaba Bruno como personaje principal, esos fueron los primeros que tuve, y después me fueron apareciendo las historias de las abuelas, de tías lejanas, como unos nombres y unas sensaciones de personajes muy desconocidos y eso me causó extrañeza, pero me gustó. “Qué hay aquí”, y me solté a buscar, a escribir y a ir sintiendo lo que esas mujeres tenían por decir, o qué me estaban diciendo. Cuando uno escribe uno escucha las voces de otros que están en uno y no están. Y ahí aparecieron historias antiguas que fui reelaborando…

–¿Esas historias te las habían contado, estaban en ti de alguna manera?

–Eran como fragmentos, pedacitos que había oído, pero no me decían mucho. Esas cosas que se hablan y que uno intuye que si no se hablan es porque hay algo detrás, un secreto, un misterio. Porque hay otras muy familiares que se repiten, pero esas no me interesaban mucho porque eran muy convencionales. Yo quería otras.

–¿Se puso a buscar, a indagar?

–Fue más que todo esperar que fueran llegando, tener paciencia, levantarme muy temprano. A veces luchando contra el sueño, pero me despertaba a las cuatro, sobre todo cuando estaba escribiendo algo que me gustaba y estaba conectada. Hacía el esfuerzo de despertarme con mucha dificultad, y me paraba, y escribía, y en esas dos o tres horas sentía que se iba armando esa historia, y de pronto había un capítulo rondando y no sé qué iba a pasar. Escribí el libro por capítulos y después decidí ordenarlos, juntarlos, armar la estructura, y a veces me demoraba en volver a arrancar otro capítulo. A veces terminaba una historia y no sabía por dónde seguir y esperaba hasta que de repente me ponía a releer esos cuadernos viejos o esos pedacitos, rescataba algo y cogía ese hilito y empezaba, y otras veces no, esperaba con paciencia hasta que se me ocurría algo.

–¿Cuándo supo que había algo?

–Cuando le mostré a alguien el texto tuve ese pálpito de que estaba muy cerca de lo que quería. Incluso no le conté a nadie que estaba escribiendo, ese era un secreto mío no más, ni Diego (el esposo) sabía. Escribía y guardaba. Al primero que le mostré fue a Oreste, mi hermano, en las vísperas de un viaje a Italia, en el que él estaba pensando en quedarse a vivir allá, le dije: “Le regalo esto para que lo lleve de compañía”. Yo incluso sentí que esa historia iba a atravesar el océano, y cuando Oreste la leyó me llamó y me dijo muchas cosas, que qué bonito, que qué sorpresa. Él se imaginó que eran unos cuentos, el final estaba todavía inconcluso… Los últimos capítulos fueron los que más dificultad me dieron. Ese final tambaleaba o tenía tres hojitas y yo decía, “aquí voy”. Luego pensé, “es que esto le debe gustar a Oreste porque se conecta fácilmente, de alguna manera hay vínculos con nuestra historia familiar”. No recuerdo quién fue el segundo o tercer lector. Recuerdo a Esther Fleisacher, que me ayudó mucho

–¿Y Diego la leyó?

–No, él leyó los primeros capítulos, pero quiso esperar hasta que estuviera lista.

–¿Y Camilo alcanzó a leer?

–Muy poquito, qué pesar. Camilo no era muy lector, pero me decía… Él sí soñaba con leer este libro. Esa es una cosa muy rara, entrego ese libro a imprenta y a los ocho días se muere Camilo, tan extraño…

–Yo al principio buscaba a don Fausto, a ver si era Bruno, pero luego dije, esto es ficción, aunque al final sí sentí a Lucía…

–El final fue muy parecido siempre, incluso te confieso que sí tuve el pálpito que terminaba ese libro y mi papá se moría. Terminé una versión el año pasado, que estaba lista para lectura, la que quería entregarle a los editores, Alejandra Toro, Ricardo Cano y Rosa Lentini. Ellos fueron los terceros lectores y me ayudaron mucho, y pues ellos dijeron queremos publicarla en España,y lo harán proximamente.. Tenía esa versión para ellos y mi papá se murió a los poquitos días, a los seis. Eso para mí ha sido duro, y ahora la entrego a la imprenta y se muere Camilo. Para mí ha sido un enigma extraño. De pronto con mi papá yo siento algo más claro, él tenía un sueño de llegar a los 100, de ser inmortal de alguna manera,  entonces pienso que si Bruno está inspirado en él, él está vivo en el libro, aunque no es la historia verídica, si bien hay muchas cosas autobiográficas. Es el personaje que más cosas autobiográficas puede que tenga, pero si mi papá hubiera leído el libro hubiera dicho: “Eso no es así, mentirosa”. Como que me hubiera reclamado, porque a él le gustaban las historias verdaderas.

–¿Él hubiese querido un libro sobre él?

–Sí, una biografía con pelos y señales, porque a él le gustaba la historia con precisión, con fechas, datos.

–¿No pensaste en eso?

–Al principio, tal vez en las primeras versiones, y yo le pregunté cosas, le hice entrevistas, “papá, contame tal cosa”, pero lo guardaba, no era lo que quería.

–¿A él le emocionaba estar en un libro?

–Yo creo que sí. Esa muerte de él fue dura, pero mi papá tenía casi 98 años. La muerte de Camilo sí me ha parecido muy extraña. Ha sido desgarradora. No sé si tiene alguna coincidencia con el libro o no, porque uno tampoco sabe sobre el azar de la vida.

–Con tu papá es hasta muy bonito, si él creía en eso, quedó inmortalizado…

–Al final de pronto sí puedes percibir más cosas reales, más biográficas, pero también pienso que yo inventé mucho, uno siempre cuando escribe agrega mucha cosa, y uno a lo último se pierde, y yo ya no siento que esté en ese libro, cosas que había ya no están en mí, están allá. Es un poco la magia de la escritura, que uno siente que los libros resuelven en uno ciertos asuntos, los sacan de uno, los transforman. Es difícil saber.

–Es que es muy difícil que la escritura no parta de la vida…

–El lector siempre se está preguntando, esto le pasaría al autor, es como una pregunta que subyace. Pamuk tiene un texto muy bonito sobre eso, dice que siempre estamos buscando los trazos de la vida del autor, y pues obviamente hay un asunto biográfico, y partir de la nada es muy difícil, pero ya uno al final no se acuerda qué es verdad, uno se va perdiendo…

–Estaba pensando si la nostalgia, en las migraciones, pasa de generación en generación…

–Sí pesa, porque la migración, por más que se dé en buenas condiciones, digamos en unas óptimas, que viaja un grupo familiar grande, que tienen trabajos, estudio, recursos, de todo, creo que la emigración golpea y más en épocas anteriores, como son las del libro, porque ahora las distancias son diferentes, pero sin embargo es duro dejar la patria, hay algo que nos enraiza a la tierra. Sí tiene un impacto familiar fuerte, y en el caso nuestro  lo tuvo porque eso se perpetúo. Nosotros aquí no tenemos familia cercana, nunca tuvimos abuelos, primos, estaban en otras ciudades. Eso hacía que hubiese cierta distancia que, yo no sé si eso se va acabando con el tiempo. Yo por ejemplo sentía que Camilo tenía un amor por Italia también, heredado de mi padre, de nosotros. Él fue a Italia desde muy pequeño.

–¿Y cuándo descubriste el título?

–Se demoró mucho, pero sentía que tenía que ver con mar y destierro, o mar y exilio… Hice muchas versiones con esas dos palabras y no me gustaban, y cuando terminé el último capítulo, “ese es el título”, Adiós al mar del destierro, porque es como si el libro permitiera sentir que el mar ya no es solo el mar del destierro, sino un mar que une, que contando las historias ya no sentía el destierro familiar como una cosa tan fuerte, sino que había un tejido que intentaba juntar esas dos patrias o quitar la lejanía o disminuirla, algo como de ese orden.

–Hay un personaje con el que sufrí, María Aurora. ¿Está inspirada en su abuela?

–Tiene un poquito esa historia, que se la llevaron, pero no sabía nada más que eso, así que empecé a imaginarme cómo es para una niña de 10 años, que se la lleven para Italia, no conozca el idioma, tenga un padre ausente, sea huérfana. Me fui inventando ese capítulo, yo también viví en colegio de monjas, todo ese rigor de las monjas que fue tan duro. Esa es la historia de la abuela, ella nació en Gramalote y el papá se la llevó para Italia, como se llevó a los otros hermanos. Siempre tuve la fantasía de que ella había mandado a mi papá para acá para desquitarse, y yo eso lo invento, porque yo pensaba, una mujer cómo manda a un hijo de 16 años, solo, al otro continente. Son esos mecanismos de los seres humanos de venganza, de cosas inconscientes, siempre tuve esa fantasía, y por eso la puse en el libro. Mi papá decía lo contrario: que lo había salvado de la guerra, de ser un don nadie, porque él aquí consiguió trabajo, le fue bien, él agradecía. Esa es otra cosa bonita de la escritura, que se aferra a las verdades que uno cree que son de uno y que obviamente uno no puede confrontarlas con los otros, que cuentan otra historia. Yo era muy observadora de cosas, yo decía, “esta abuela tan brava”. Ella se murió en el 84. A mi abuelo no lo conocí.

–¿La escritura ayuda a entender?

–Uno al escribir va procesando asuntos, temas, dolores, angustias, historias, fantasmas, y eso es lo que hace que la escritura sea genuina, porque uno pone en parte eso que es de uno, pero es de uno pero no es real. La gente confunde eso con la realidad biográfica y eso puede ser de uno, es la relación de uno con la vida, pero no biográfica, y además uno inventa, a veces uno pone lo contrario o maquilla, utiliza los opuestos o el camino del medio, pero yo sí creo que la escritura ayuda a procesar obsesiones, a resolver enigmas.

–Puede ser una manera de mantenerse conectada con Camilo…

-Si. Ahora le escribo cartas y poemas a Camilo…

–Yo he pensado en eso y he estado escribiendo, a veces le escribo carticas, poemas, o escribo, siempre tengo un cuaderno de escritura, no es diario, no es lo que pasa en la vida diaria, sino de mis sentimientos, de mis sensaciones, de otras cosas, pero le pongo fecha, cositas, digamos de la vida real que tienen algún significado. Sí he pensado que a Camilo le escribiré algún libro. Es algo tan fuerte que si yo no escribo sobre eso me muero, o me atraganto, pero al mismo tiempo es difícil, además es muy reciente, a veces escribir el dolor tan reciente, es como si le saliera sangre de las manos. Yo ahí voy, sí siento que la escritura sí me acerca a Camilo de alguna manera.