23 de mayo de 2019. Por: Gustavo Colorado Grisales.
En Miblog-acido.
Un día el viajero se hace al camino, animado por la leve gravidez del que se sabe piedra en movimiento.
Canto rodado.
Like a Rolling Stone.
Con los sentidos bien dispuestos, escucha todo lo que el camino tiene para contarle y lo graba con fuego en la memoria.
Una mañana, con sus botas de siete leguas bien amarradas, comprende al fin que solo el camino puede hacernos sabios.
Y entonces se sienta a escribir en un fajo de hojas sucias y arrugadas que guarda en su morral, junto a un botellín de agua y una colección de lápices que le ayudarán a convertir sus visiones en palabras escritas: las cuentas de un rosario con el que entonará su plegaria para conjurar a los dioses del olvido.
En el caso que hoy nos ocupa el resultado lleva el título de Diario sucio, Un viaje por México y su autor se llama Felipe García Quintero, escritor y profesor del programa de Comunicación Social de la Universidad del Cauca, en Popayán.
Nombre equívoco, este último: como si todo acto de comunicación no fuera social.
Sutilezas aparte, Diario sucio supone de entrada un regreso a la esencia del viajero: su talante errabundo. Su eterna disposición a las sorpresas, por terribles que puedan ser.
Todo lo contrario del turista: ese consumidor voraz de paisajes y lugares, que va por el mundo con un destino fijo y asegurado, tomando fotografías y comprando productos típicos que distribuirá al volver a casa con desganada eficiencia.
“Para tantas calles andar, pocas las líneas de un poema”, nos dice Felipe García en el primer verso de un poema titulado “Camino la luz”, escrito en Coyoacán un 4 de julio.
Coyoacán, ese pueblo orillero del D.F, adonde fue parar León Trotsky en su interminable saga de fugas.
El lugar de los amores tormentosos y la obra siempre en llamas de Diego Rivera y Frida Kahlo.
Con razón escribe García que son pocas las líneas de un poema.
Por eso es mejor caminar la luz y no correr el riesgo de convertirse en estatua de sal, como en el relato bíblico.
Así que el viajero sigue su marcha. A esta altura ya sabemos que Diario Sucio es, como todas las narraciones de ese tipo, el relato de un viaje interior: una mirada a los abismos del propio corazón.
El afuera es apenas un pretexto para abismarse en los meandros de sí mismo.
Así se explica que en la página 31 podamos leer:
“(Me siento cansado y tantas cosas todavía por ver. Encontrarme así es una manera involuntaria de pausar el corazón. Mas esta vez no es la ciudad con sus lugares sin espacio, ninguna libre de miradas o pasos, lo que cierra el camino a la luz. Se trata mejor de algo interior, un leve malestar que crece adentro y hace que no desee la escritura para hablar ni pensar…
Y por delante de mí, incluso atrás también, logro ver un horizonte de calles, todas ajenas aún. La distancia de la voz me aproxima al silencio de las cosas).”
Para ver y contar tantas cosas no basta un género literario: Felipe García Quintero explora y no agota las posibilidades del poema, de la crónica, del relato breve. Cada experiencia exige un lenguaje distinto, como el de los hombres antiguos, enfrentados a la exigencia de nombrar el mundo nuevo que se desplegaba ante sus ojos. Así aprendieron- y aprendemos- lo que quiere decir la palabra Guanajuato.
“Cerro de ranas. Eso quiere decir Guanajuato en lengua nativa. Por ello las imágenes de los anfibios talladas en piedra que adornan la plaza de ingreso norte de la ciudad. Allí un letrero grande anuncia con orgullo que se pisa suelo declarado patrimonio de la humanidad. Uno más de los treinta y nueve sitios que ostenta México.”
Una vez más, el viajero es asaltado por la elocuencia de las piedras, la vocinglería de los caminos, la promesa siempre renovada de la tierra que ensucia y por eso mismo embellece las páginas de su diario.
A diferencia de otros que se hacen a la mar y se adentran en ríos tormentosos, Felipe García Quintero se entierra para ponerse a salvo de las inquietudes del agua. Por eso su Diario es sucio.
La edición que nos presenta Sílaba Editores en este 2018 alcanza las 172 páginas.
Quién sabe cuántas más aguardan su hora en el fondo de ese morral curtido por el sol y el polvo de México.