Lucía Donadío: “Los secretos nos marcan, mucho más que las verdades”

Lucía Donadío: “Los secretos nos marcan, mucho más que las verdades”

13 de septiembre de 2020. Por: Andrés Osorio Guillott.
En El Espectador.

“Adiós al mar del destierro” (Sílaba) es la nueva novela de la escritora colombiana. La transformación de la identidad desde el exilio atraviesa las voces de la familia Cattaneo.

“El mar significó siempre para mí la ausencia infinita. El mar nos trajo en esos hermosos barcos que lo atravesaban, pero también nos alejó para siempre de la patria. En el siglo XIX y parte del XX emigrar significaba muchas veces no poder regresar jamás a la tierra de origen. El mar era ese infinito que separaba a las familias. El viaje en barco representaba dos circunstancias al mismo tiempo: la ilusión del nuevo mundo y la muerte del pasado. La novela es un intento por reconstruir la historia perdida, las vidas interiores de los emigrantes que se esconden detrás de su cotidianidad. El final del libro trata de unir esas dos patrias, de decirle adiós al mar del destierro, para que el mar, en lugar de separar, las pueda acercar”, expresó Lucía Donadío.

Decía Charles Baudelaire en El hombre y el mar: “¡Tú, por ser hombre libre, amarás siempre el mar! / Porque el mar es tu espejo: en él ves tu propia alma, / el despliegue infinito de sus olas, tu espíritu / no es abismo que tenga amarguras menores”. Hablar del mar como espejo del espíritu y ver siempre esa dicotomía entre la ilusión de mejores tiempos que nos permite estar vivos y asistir a la nostalgia de un pasado que nunca dejará de pertenecernos, pues en él está lo que hemos sido y están también las razones de lo que somos ahora.

La familia Cattaneo y una pluralidad de voces y remembranzas. Observar el despojo de la patria y de las costumbres desde lo humano y no desde las cifras, que siempre logran olvidar que detrás de cada abandono hay una historia y un duelo. Volver una y otra vez a los exilios y los destierros que desde siempre han dejado territorios sin su gente, sin sus colores, sin vidas.

Ser extranjeros en su tierra y en paisajes ajenos a su origen. Ser huérfanos de patria. Ser ausencias. Cargar con ellas y sentirse una de ellas. Una sensación interminable de vacío y conocer el absurdo de significar una presencia que está plagada de ausencias. La insoportable levedad. El coraje de reconocerla y de ser capaces de enfrentarnos a los lugares que parecían pertenecernos para siempre y que ya son irreconocibles por el paso inevitable del tiempo y por ser las personas que no fuimos en aquel entonces.

Adiós al mar del destierro. El adiós como una palabra que ya carga con la melancolía de saberse abandonados. Un destierro que no es solamente el trauma de dejar la tierra que sentimos nuestra, sino un destierro de nuestra vida, de las costumbres, de los amores de antaño y de las viejas discusiones de hogar: “La ausencia de patria es la presencia permanente de lo perdido, de la familia que está lejos, de las costumbres, de la lengua materna, que ya no es compañía sino dolor. La noción de lejanía ha ido cambiando con el tiempo. No es lo mismo actualmente, cuando las comunicaciones permiten hablar con otras personas a miles de kilómetros de distancia. Esa ausencia crea un territorio inestable o vacío donde es difícil enraizar los vínculos humanos que permiten construir la identidad. En mi novela exploro los sentimientos que surgen de ese no saber de dónde eres ni quién eres, del desarraigo que trae la emigración, que es un sentimiento que se hereda de alguna manera (…) Perder a los que amamos es siempre un dolor inmenso. Dejar la patria y la familia es una herida emocional que deja una huella en cada persona de manera diferente, dependiendo de la forma en que ocurra esa separación y de la sensibilidad de cada quien. Algunos lo viven como un vacío inmenso e imposible de llenar. Cada emigrante intenta resolver ese vacío. Algunos lo logran con el dinero que consiguen, otros con el trabajo, con el arte, con los sueños que se pueden ir forjando. Otros viven en el desarraigo para siempre y no logran construir una identidad”, dijo Donadío.

Bruno Cattaneo, personaje de la novela, empieza su relato hablando de su soledad, de las cartas que lo acompañan y del mar que va dejando atrás, el mismo del que se despide en el final y el que guarda entonces en su inmensidad los recuerdos del pasado y los recuerdos venideros, los que mezclan el sosiego mutado en nostalgia y los que dibujan los anhelos que pueden quedarse en ello o que pueden perderse en los albores de nuestro corazón: “Bruno Cattaneo idealiza el tiempo pasado y se debate entre la nostalgia por lo perdido y el esfuerzo por cimentar una nueva vida. Se puede construir una serenidad en medio de la melancolía o se puede vivir destrozado por la nostalgia. Y en el intermedio hay muchas gradaciones de posibles relaciones con el pasado. Cada persona vive esa singularidad. Otros personajes del libro quieren olvidar para siempre su origen y buscan borrar sus recuerdos. Por otra parte, aparece Julia Cattaneo tratando de recordar sus orígenes y las historias familiares. Se remonta hasta lo más lejano en el tiempo que puede reconstruir, para encontrarse con el vacío de aquellos parientes que borraron sus recuerdos o intentaron hacerlo. Llegan entonces algunos sueños que la conectan con ese pasado y le permiten completar un mosaico que le da sentido a la historia. Ese remontarse hasta el pasado lejano hace que regrese a un presente más sereno, y olvide lo que tal vez se ha ocultado durante generaciones. Los secretos nos marcan mucho más que las verdades”, apuntó la escritora.

 Caminamos por la vida olvidando que todos tenemos una historia detrás, que las sombras acompañan los dramas de tiempos pasados, y que el mismo cuerpo va siendo el testimonio de las luchas y los aprendizajes. Los relatos detrás del libro de Lucía Donadío nos recuerdan lo más simple, que a la vez es lo más trascendental: todos cargamos con algunas alegrías que terminan siendo las trincheras del deseo de permanecer anclados a un mundo que carece de esperanzas: “El libro lo escribí durante mucho tiempo, y tuvo varias versiones. Un libro se va escribiendo mucho antes de que uno en realidad lo escriba. La novela es un trabajo intenso de elaboración de obsesiones y de temas que se entretejen a su alrededor. Las memorias, tiempos, paisajes, recuerdos, olores, sentimientos se van hilando alrededor de la creación de personajes e historias. Mi padre fue un emigrante italiano y su vida está de alguna manera contada y tergiversada en el libro. He conocido muchas familias de emigrantes italianos y de otras nacionalidades y de ellos también hay trazos. La fantasía y la conexión con el inconsciente son herramientas en la escritura. Me interesa mucho el tema de la consolidación de la personalidad en medio de los dramas familiares que a todos nos cruzan”, comentó la autora de la novela. 

La moral tiene una relación con la morada, con las costumbres del hogar. “La obligación moral es mantener la casa y con ella su memoria”, se dice en una parte de la novela. ¿Cómo los objetos y un espacio nos configuran en nuestros principios, en nuestro sentir del mundo y de la humanidad? ¿Qué pasa entonces cuando volvemos a esos lugares y a esos objetos y no representan lo mismo?

Estamos unidos a las personas que comparten la vida con nosotros pero también a los espacios físicos, a los objetos, a los recuerdos, a los deseos. Los lugares perdidos están en la memoria de muchas formas: como presencias amorosas que pueden acompañar, como lugares malditos que se quieren olvidar, como obsesiones que nos marcan. Cada persona tiene una relación diferente con esos lugares y esos objetos. Las obligaciones morales y culturales son un pesado fardo para todo individuo y familia. Sobrellevar esa carga o despojarse de él, para descubrir lo que cada quien desea ser y hacer, es el reto que la vida nos impone a todos. En la novela aparece la tía Rosita que pierde la cordura pues su único anhelo es regresar a la patria perdida. Y cada día toma su maleta y se pasea por los corredores de la casa esperando el barco para regresar.

Las cartas ya hablan de una ausencia a la que se le escribe, a la que se le habla. ¿Usted sigue escribiendo cartas? ¿Nos puede salvar de algo escribirlas?

Para mi las cartas tienen un significado entrañable. Sigo escribiendo cartas. A veces las escribo para decir lo que solo se puede decir escribiéndolas. Ahora le escribo cartas a mi hijo Camilo que murió hace poco. Creo que le escribiré toda mi vida. Es una bella costumbre que ojalá no se pierda.

“La felicidad es una trampa que Dios nos puso para probarnos”. ¿Piensa lo mismo que ese personaje? ¿Qué nos puede estar ocultando la felicidad sobre la existencia? ¿Se es más consciente de la realidad en una orilla menos emocional?

No estoy de acuerdo con esa frase pero quiero mostrar como ciertas prohibiciones religiosas afectan la vida de algunos personajes, llenándolos de culpas y trazándoles destinos crueles.

El pecado de alejarse de la familia. Eso podría estar asociado a un ideal conservador que nos conecta de nuevo con esa orfandad de patria. La familia es la primera institución de una nación. ¿Cree que existe esa relación? ¿Abandonar una familia es despojarse de su primera patria? ¿Por eso ese capítulo llamado Patria sin tierra?

A veces las familias se conforman como tribus o clanes que deben mantenerse bajo las normas y vínculos que se han heredado y creado con el tiempo. Las familias son orilla y tormenta a la vez. Alejarse de la familia puede facilitar ver ese interior que la cotidianidad no nos permite ver, y descubrir las costuras, cicatrices, bondades y horrores. El capitulo “Patria sin tierra” trata sobre ese profundo desarraigo que vive María Aurora, uno de los personajes del libro. No solo pierde su tierra natal sino a su abuela que era como su madre.

La Odisea es nombrada en varias oportunidades. ¿Qué representa ese libro en su vida?

La Odisea representa más para Bruno Cattaneo que para mí. Los personajes tienen su vida propia diferente a la del autor. Aunque también quise hacer alusión a que todas las vidas son odiseas que tenemos que enfrentar.