2 de diciembre de 2016. Por: Esteban Carlos Mejía.
En Vivir en El Poblado .
En julio, Sílaba Editores publicó Momentos, de Nora Arango Díez, Norrita del corazón. Es una colección de 44 relatos cortos sobre situaciones cotidianas, al alcance de cualquiera, narradas con sencillez, sin enredos, tal cual pasaron
Es complicado hablar de los libros de los amigos. Y más, si el amigo es una amiga de media vida. ¿Ser imparcial? Jajay, me río. ¿Autoelogios? Antipático. ¿Meter el dedo en la llaga de lo que te disgusta? Eso no va conmigo. Desde hace años me gobierno por un apotegma (o trino para Twitter) de Luciano de Samosata, escritor griego y ciudadano romano del segundo siglo de la era cristiana: “Algunos no ven la rosa, pero examinan con atención las espinas del tallo”. Soy un lector que escribe, y punto. La diatriba literaria es para fulanos con más enjundia grecoquimbaya.
En julio de este año, Sílaba Editores en su colección Mil y una sílabas –Cuentos y relatos– publicó Momentos, de Nora Arango Díez, Norrita del corazón. Es una colección de 44 relatos cortos sobre situaciones cotidianas, al alcance de cualquiera, narradas con sencillez, sin enredos, tal cual pasaron. Hay de casi todo. Una caminata al borde del río Urubamba en la carrilera a Machu Picchu, una cita a ciegas con un hombre oído y deseado por teléfono, una niñita que pincha a la escritora a seguir escribiendo porque “el trabajo le está quedando muy bueno”, una comida en casa de unos amigos, incluidas dos prostitutas callejeras en Bruselas. Como bien señala Juan José Hoyos en la contraportada, son “paradojas íntimas, atmósferas, epifanías”, escritas no sin candidez, repito, porque para mi gusto en esa inocencia, en ese inocultable tono naíf, consiste la gracia del nuevo libro de Norrita.
A propósito de Jericó, el infinito vuelo de las cosas, documental de Catalina Mesa con el mismo candor de Momentos, el crítico cinematográfico Juan Carlos González cita un fragmento de Esculpir en el tiempo, del cineasta ruso Andrei Tarkovski: “La realidad se basa en innumerables relaciones de causa y efecto, de las cuales un artista solo puede recoger una parte determinada. Por ello solo tendrá que tratar con aquellas que él mismo ha sabido captar y reproducir. Aquí es donde se mostrará su individualidad y singularidad”. Un pensamiento que se ajusta cabalmente a las intenciones y al talante de Nora. Es mi percepción, incluso la de ella misma. En la página 68, en un relato titulado Voz, se lee: “No te enojes por lo que narran otros; piensa que siempre queda tu propia voz”. Eso es: la voz de cada uno, la soberanía espiritual, el goce pagano de escribir por escribir. Gracias, Norrita.
* Body copy. “Caminando por la aturdidora avenida de la Ayurá, por donde no cesa el ruido del tráfico, vi de lejos a dos ancianos de tez amarillenta sentados en una jardinera de las que adornan la calle. Uno de ellos reposaba sus manos en la curva de su bastón, el otro mecía las suyas temblorosamente en el aire. Sin alcanzar a oírlos, por la forma simultánea en que movían sus labios, me pareció que se arrebataban la palabra. Mientras me acercaba me pregunté de qué hablarían, llegué incluso a pensar que discutían, pero no. Una vez, estuve a su lado advertí que, con escaso volumen y voz cansada, los viejitos cantaban”.
Nora Arango Díez. Viejitos, en Momentos (Sílaba, julio de 2016)
* * Vademécum. ¿Apotegma? “Dicho breve y sentencioso; dicho feliz, generalmente el que tiene celebridad por haberlo proferido o escrito algún hombre ilustre o por cualquier otro concepto”. ¿Enjundia? “Fuerza, vigor, arrestos”. ¿Grecoquimbaya? “Un antioqueño educado en Popayán”. ¿Epifanía? “Manifestación, aparición o revelación”.