Noche de fin de año en el hospital y otros poemas

Dacia Maraini, poeta de la memoria y los viajes

24 de julio de 2014. Por: Mónica María Jiménez Ruiz.
En El Tiempo.

La escritora italiana presentó su libro ‘Noche de fin de año en el hospital’, dedicado a su amor.

En enero hace un año resolviste ibas a dejarnos,/ resolviendo que una tumba era mejor que una casa./ Pero no querías morir, yo lo sé./ Me lo dijiste en la oscuridad con voz dulce mientras te estrechaba una mano para repelerte aquí con nosotros,/ en el estúpido mundo de los vivos (…)

La prosa fue recitada por la poeta italiana Dacia Maraini en la presentación de su libro ‘Noche de fin de año en el hospital y otros poemas’, que tuvo lugar el pasado martes en la Biblioteca Pública Piloto en el 24 Festival Internacional de Poesía de Medellín.

Dacia, quien además de poeta es cuentista, novelista, dramaturga, guionista cinematográfica y ensayista, quedó sorprendida con el amor popular que hay en Medellín por la poesía. Es su segunda vez en la ciudad: “El número de personas que he visto aquí en las lecturas de poesía no las he visto en ninguna otra parte. Es algo único, extraordinario”.

‘Noche de fin de año en el hospital y otros poemas’ está divido en dos partes. La primera parte estuvo inspirada en la enfermedad del músico y compositor Giuseppe Moretti, quien fue su compañero sentimental durante 11 años y ya no está.
“Son poemas de amor, de la vida, de su muerte y de los recuerdos de la relación que tuvimos”, comentó.

En los versos de la segunda parte habla del viaje. Son poemas alegres y musicales con los que recuerda su historia, pues aseguró que el viaje hace parte del adn de su familia. “Mis parientes y antecesores lo hicieron y a mí me encanta viajar”, dijo.

Recordó con orgullo a su abuela inglesa, quien a principios de 1900 viajó a pie por toda la región de la antigua Persia. Fue una mujer muy valiente.

Al igual que su abuela, Dacia siempre ha recorrido diferentes caminos. Cuando tenía un año, en 1937, su padre que era antropólogo armó maletas y se la llevó, con su madre, al Japón, donde iba a estudiar una población del norte durante varios años.

Su infancia fue feliz hasta antes de 1943, año en el que sus padres se negaron a firmar una carta con la que se adherían a la República de Saló (Estado creado por Mussolini en el norte de Italia).

Por no hacerlo, fueron recluidos, durante dos años, en un campo de concentración donde padecieron hambre, enfermedades y las hostilidades de la guerra. “Es la experiencia más dramática de mi vida”, dijo mientras perdía la mirada.

A pesar de lo vivido en esos años, nunca dejó de viajar. Además, a partir de su relación directa con la guerra, se volvió muy sensible a los conflictos y temáticas sociales. En sus obras destaca la indignación hacia las injusticias y los proyectos que dominan al mundo. Hay un activismo político pero indirecto.

“Con mi literatura procuro crear conciencia sobre lo que pasa, quiero que el mundo mejore”, afirmó la poeta.

Entre los viajes que más la marcaron, tanto en lo personal como en lo profesional, están algunos de los que hizo a África en la década del setenta junto al escritor y director de cine Pier Paolo Pasolini y del escritor y periodista Alberto Moravia, con quien tuvo una relación sentimental.

De Pasolini dijo que fue un amigo muy fiel. Y a Moravia lo describió como una persona maravillosa que tuvo un gran respeto por las mujeres.

De esas rutas que cruzó por el África negra central recordó que era como hacer un viaje en el tiempo: “Era retroceder 3.000 años porque había zonas enteras donde no se había cultivado la tierra. Era muy interesante explorar esas culturas”.
Aunque había mucha pobreza, eran países íntegros en los que la gente mostraba: mucha vitalidad, creatividad y alegría de vivir. Eran pueblos poéticos.

Según Dacia, hoy eso no se ve porque tres grandes males arrasaron con los rasgos propios del pueblo africano: el fanatismo religioso, el sida y las guerras civiles. De esos, el más fuerte es el fanatismo religioso. “Es una peste, una forma de terrorismo”, opinó.

A través de sus letras hace ese tipo de críticas y reflexiones. Para ella, un escritor debe escribir sobre el mal, no tiene por qué exaltar el bien: “Hay que escribir sobre los problemas del país, sobre lo que lo ofende y disgusta”.

Entiende la escritura como un artificio, para lograrla hay que incluir tanto el conocimiento técnico como una buena dosis de sentimiento y emoción, no se pueden desligar.

Con eso se renueva el lenguaje, se vuelve cada vez más refinado, pero hay que tener cuidado de no perder la relación con el lector, pues si se pierde no hay comunicación.

Y con obras como ‘Memorias de una ladrona’, ‘La larga vida de Marianna Ucría’, ‘El tren para Helsinki’, ‘Cartas a Marina’ y ‘Mujer en guerra’, y otras, siente que ha logrado una comunicación exitosa. “La mayor satisfacción para mí es ir por la calle o estar en el tren o en un parque y que alguien me diga ‘tu libro me hizo entender tales cosas’ o ‘la historia me conmovió o emocionó mucho’ ”.