. Por: Melisa Restrepo Molina.
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Con una prosa envolvente y una anécdota cargada de sensualidad y censura, que impactan al lector y lo atrapan con cada frase, la antropóloga manizaleña, Gloria Inés Peláez inicia una magistral novela histórica ambientada en la época de la Independencia de Colombia: La francesa de Santa Bárbara. En medio de la oscuridad y el silencio de la noche, una mujer entrega su cuerpo a un soldado desconocido que lleva días oculto y que, para salvar su vida, tiene que huir de las tropas de Sámano por haber participado en las guerras contra la Corona española.
Así inicia una obra que se adentra en la historia de nuestra Independencia desde el punto de vista marginal de una mujer francesa, soltera, con un hijo bastardo y que, bajo la coartada de atender una panadería, ayuda subrepticiamente a los criollos en contra de los españoles y el régimen oficial de la Nueva Granada, a la vez de aliviar y expiar sus miedos y los traumas causados por la guerra con una entrega sexual que se debate entre la prostitución y el misticismo.
A muchos he consolado en mi camastro y los he visto con los dientes apretados para no blasfemar, a otros, ocultando el llanto por los seres que han perdido, sometidos por el destino a continuar la guerra. Les he besado los ojos en un gesto piadoso porque mañana nadie se los cerrará cuando mueran. Recojo sus camisas que han arrojado al suelo en el desespero por poseerme, y ya libres de su angustia los cubro como a un niño al que se le pone una prenda nueva.
La polémica salta a la vista en cada frase y la perspectiva escogida por Peláez hace que la novela logre entregar un acercamiento novedoso y sin igual a las raíces de nuestro presente como nación colombiana y que revitaliza el patrimonio cultural que significa nuestra historia.
El nombre de la francesa, protagonista y narradora, no llega a ser revelado a lo largo de la novela, pero más que un vacío, esa falta de nombre se llena de sentido en una sociedad donde la figura femenina no tenía voz y su presencia era fantasmal. Así mismo, se convierte en un recurso literario ideal, puesto que le permite a Peláez aprovechar el recuento que hace la narradora de su vida en la Nueva Granada para conversar con los hechos históricos documentados de la época y hacer ficción de personajes y acontecimientos determinantes del pasado colombiano. Es así como la obra refiere los orígenes del estudio de las ciencias naturales en la Nueva Granada, acompaña el viaje exploratorio de los naturalistas Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland a estas tierras, y hace un seguimiento de la Expedición Botánica, dirigida por el clérigo José Celestino Mutis; perfila a sus dibujantes y contribuidores, al Jardín Botánico y al Observatorio Astronómico con su Cámara Stellata.
El desarrollo de las ciencias naturales en la Nueva Granada es apenas un aperitivo para lo que le sigue: una narración ricamente informada acerca de las revoluciones y guerras de la Independencia en donde, más que descripciones escabrosas de batallas y restos humanos, se le ofrece al lector una mirada a profundidad de los mecanismos y estrategias políticas que determinan el desenvolvimiento de la guerra, explorando las fuerzas que se encuentran detrás de las acciones militares de ambos bandos.
El paso de las ciencias a la guerra es directo y se da gracias al prócer Francisco José de Caldas, personaje protagónico de la novela, y a una inesperada historia de amor y de pasión entre éste y la narradora. La francesa, que había llegado con Humboldt a Santa Fe, se enamora de Caldas, lo seduce e inician una relación a escondidas durante el tiempo en que ella funge como su copista. La novela en parte, aparece como resultado de un ejercicio de escritura mediante el cual la francesa intenta rescatar la memoria de Caldas, hacerle un homenaje, y descifrar al hombre que amó sin llegar a confesárselo, es por eso que puede tomarse la biografía de Caldas como tema central de la novela y ver en éste, al real protagonista de la obra.
La historia y la ficción se entrelazan y empatan como si de piezas de rompecabezas se tratara. La francesa se convierte en testigo de la historia colombiana y refiere los escritos de Caldas, tanto los científicos como los políticos, las reuniones clandestinas de éste con Camilo Torres, José Acevedo y Gómez, Miguel de Pombo y otros criollos en el Observatorio Astronómico, entre otros, y a su vez, introduce elementos que dan más vitalidad a la historia, tal como el embarazo de la narradora, su duda inicial sobre la identidad del padre (que podía ser Humboldt o Caldas), su decisión de esconder la verdad y de tener y criar en secreto al hijo no-reconocido de Caldas.
Con una prosa cercana a la poesía y al éxtasis, Peláez invita a hacer una lectura distinta de la historia de Colombia y a dejar de lado aquello que aprendimos de memoria en textos escolares insulsos y distantes, para adoptar una memoria vívida y sentida sobre nuestro pasado, donde los nombres de los próceres, así como de los contraventores de la Independencia, como Caldas, Montúfar, Morillo, Baraya, Nariño, Sámano, el virrey y la virreina, cobran vida y evidencian personalidades complejas.
Los hechos históricos emblemáticos que marcaron nuestra Independencia se retratan fielmente en la novela, tal como el momento de la captura de la virreina y su deshonra camino a la cárcel de la Enseñanza. Otros acontecimientos históricos, también documentados, pero menos conocidos por el público en general, aparecen retratados en el libro, tal como el eclipse de 1809 que Pedro M. Ibáñez reseña en sus Crónicas de Bogotá (1989) y cuenta que la población “lo interpretó como el presagio de una época de convulsiones y revueltas políticas”.
La ambientación de la novela tampoco se queda atrás. La descripción de calles y comercios, de la vida cotidiana en Santa Fe, así como de los paisajes en Tunja y su forma de vida, menos convulsionada que la de Santa Fe, se perfilan en la novela con imágenes precisas y palpables: “Eché de ver que era viernes por el movimiento de la Calle Real; en la Plaza mayor se preparaban los puestos del mercado. Indios y orejones depositaban sus cargas en la Plaza, el cotorreo de las gallinas y el balido de las cabras pareció animarse con las campanas. Los pasos de la mula se escucharon torpemente aplastando el barro”.
He aquí una mirada novedosa y neutral, aun cuando apasionada y completamente verosímil, de la época de la Independencia y de los hechos fundacionales de la nación colombiana. Guerra y revoluciones, que solemos asociar con muerte, con lo trágico y con una perspectiva esencialmente masculina, son tratadas desde la sexualidad y la sensualidad de una mujer que presencia lo ocurrido y lo registra en sus escritos. El punto de vista de la narradora es privilegiado, puesto que al encarnar la otredad en sí misma, tiene la posibilidad de atestiguar el pasado desde la periferia y a la vez, adentrarse en la historia e incidir en su desenvolvimiento. En cada página de la obra de Peláez, el lector siente el correr de sangre caliente y pasional y revitaliza su propia historia. Luego de terminar su lectura, continúa viviendo entre los personajes y acontecimientos narrados, tal como ocurre en todas las novelas dignas de rescatar y que, con seguridad, van a trascender en el tiempo.