Lejos de Roma

Publio Ovidio Nasón, vamos a leerte

16 de noviembre de 2014. Por: Elías Mejía.
En La Crónica del Quindío.

Lejos de Roma es un encanto de la buena escritura. Seria, reflexiva y económica en su trato con las páginas. Rica en sentencias que parecen manar a vuelapluma, pero sin lugar a duda provenientes del cúmulo de observaciones obtenidas a lo largo de la vida y el análisis, condición fundamental para lograr tal naturalidad al expresar el pensamiento.
Aun hablando del exilio y de la muerte de un poeta romano nacido en el año 43 antes de Cristo, Pablo Montoya demuestra que se puede narrar como los dioses; me refiero a esa ubicuidad temporal, a esa omnipresencia espacial de los mejores escritores de novela histórica, cuyas técnicas siempre han sido una incógnita para quienes no conocemos su oficio.

Los estados de ánimo de un privilegiado
Con esta novela nos hace parte de una tensión maravillosa. Son cuarenta capítulos muy cortos. En cada uno de ellos se logra una síntesis de los estados de ánimo de alguien venido a menos aun sabiéndose privilegiado por las musas, mimado de los poderosos y portador de la más fina inteligencia; alguien castigado, además, por Augusto, el emperador, en aras de cuidar a su propia hija de lo escrito por Ovidio en una de sus obras mayores, El arte de amar, como se percibe en el libro.

El arte de amar es una invitación sin tapujos a descubrir y aprovechar todas las formas de la seducción. Por tal sentido, seguro perturbaba las ambigüedades de la doble moral de antes y de siempre: “Quise orientar a los amantes, explico. Quise convencer tanto a hombres como a mujeres, del amor, desde la primera caricia hasta los placeres más complejos del lecho, es un arte exquisito y sutil. Un arte que es preciso aprender para lograr si no la felicidad, al menos un bienestar mutuo.” “No hay mejor alivio para cualquier tipo de pena, […] que las delicias compartidas de los cuerpos”, dice Ovidio el exiliado.

Tensión sostenida de principio a fin
Los capítulos de esta novela de apenas ciento cuarenta páginas son, en gran parte, meritorias piezas de reflexión; un arroyo de avanzar apacible, una tensión sostenida de principio a fin, muy similar a la transmitida por Julio Cortázar en su traducción de Las memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, también sapientísima en amores. Un estilo para sentir de modo íntimo y estético el soplo desesperanzador de la soledad, desde múltiples aspectos: el exilio, la ancianidad y el abandono obligado del amor, para mencionar solo tres, con frases de estoicismo potente y cruel: “¿Qué sentido tiene detener a la muerte? “¿Para qué prolongar la desolación?” “Lo que justifica tus días aquí es una falsa esperanza. Sabes que sufrirás en medio de la agonía. Te esperarán días solitarios y enfermos.” “Tú crees amar y ella solo te compadece. En eso consiste el amor de las jóvenes hacia los viejos. Un poco de compasión, otro tanto de curiosidad y otro poco de admiración.” Poco a poco, cada renglón te va sumergiendo en el pozo de las desdichas, pero con el mismo tono, el mismo conocimiento, el mismo dictamen que justificaría el deseo de morir no solo de un anciano sabio sino de cualquier otro ser humano: “…lo que tú prefieres es imposible para ti.”

Este dictamen es un calco de la realidad, del ideal hedonista frustrado que todos llevamos dentro. Si nos movemos entre los anhelos y la imposibilidad de satisfacerlos, la vida se transforma en “el esbozo de un bosquejo vago”, para decirlo al modo del poeta José Asunción Silva, que no pasará jamás de ahí.

Nuestra paz no es más que espanto y fuga
Aspectos políticos no faltan; de paso, esos aspectos golpean también el entendimiento de quien tiene la oportunidad de poner sus ojos en Lejos de Roma; con la intencionalidad implícita en una simple evocación de esa ciudad, epítome de la historia si se quiere, sentimos que habla de nosotros, de cualquier patria, sugerida sin ser sugerida al lector: “Conozco lo que el Senado llama paz y civilización, y sé que en otros, en estos que pasan a mi lado, por ejemplo, nuestra paz no es más que espanto y fuga.”

En el capítulo 28, El guerrero es una metáfora de Roma. Roma es eso: el espectro de un guerrero, el resultado de una mezcla de “fecundos úteros de otras razas…”, “…me conmueve la visión de esa sombra combativa. Ante la fría noche, una espada. Frente al paso del tiempo, el himno entonado con el grito que se lanza en la batalla. De cara a la afonía de la muerte, un elocuente heroísmo del Imperio.” “El guerrero es un sueño de la codicia y no de la magnanimidad.” “Su justicia ansía equidad pero destila sangre.” “Su derecho apunta hacia una utopía pero surge del pillaje.” “He sabido que la patria es una tierra de nadie; y los hombres una sucesión de fantasmas que deambulan frente a precipicios sucesivos.”

En el cuerpo y el cerebro de Ovidio
Las reflexiones filosóficas consignadas en las páginas de Lejos de Roma, permiten ponerse en el cuerpo y en el cerebro de Ovidio; en la añorada sensualidad que le permitió, tiempo antes del exilio, la escritura de El arte de Amar; y hacen pensar otra vez en el oficio de los escritores que dan vida a personajes del pasado: ¿cómo lo hacen, qué los mueve a traer hasta hoy a esos personajes, cuál es la técnica, cuánta la investigación necesaria para darle a esa ficción verosimilitud y fuerza?

Hablar de Publio Ovidio Nasón y su exilio decretado por Augusto; sentirlo amigo, cortesano, desencantado y sabio desde aquí, desde el siglo XXI, meterse en las cogitaciones de ese poeta romano engrandecido con el paso del tiempo por la perduración de su obra, resulta ahora más fácil con este acercamiento a Roma que nos proporciona Lejos de Roma. La materialización de la experiencia del poeta relegado, se logra aquí mediante el empleo de frases cortas y sabias, propias de un filósofo o de un hombre antiguo modelado por una larga experiencia de viajes y erudición, y diríase que no de alguien nacido en Barrancabermeja en el año de 1963. Con este logro literario, se niega una de las sentencias de Ovidio: “Las deducciones de un forastero siempre son torpes.”