Marcela Villegas: vida, obra y muerte digna

Marcela Villegas: vida, obra y muerte digna

13 de febrero de 2022. Por: Adriana Villegas Botero.
En La Patria.com.

La semana pasada le chateé a Marcela Villegas Gómez para hablarle de «La conmoción de los encuentros», su segundo libro luego de que en 2018 Sílaba Editores publicara esa bellísima novela que es «Camposanto». Ella se alegró por mi lectura y aprovechó para despedirse porque el lunes 7 de febrero se iba a morir.

Tantas veces nos preguntaron si éramos primas que un día me dijo: “nos va a tocar volvernos parientes”. Las dos nacimos en Manizales, ella un año antes que yo; las dos vivimos en Estados Unidos, aunque yo apenas unos meses y ella largos años; las dos nos dedicamos a escribir y con el tiempo descubrimos amigos e intereses comunes. Lo del apellido fue una coincidencia adicional con una mujer cercana y cálida a la que nunca vi de frente. Admiré la fuerza de su lenguaje, su serenidad, y nos unió el cariño cultivado a partir de la lectura mutua y los chats sobre libros, noticias, Manizales, los hijos y asuntos banales como: “te luce ese peinado” o “impecable tu elección de vestuario”.  

Marcela estudió agronomía y se dedicó a su profesión hasta que la literatura se le impuso. Empezó como traductora y escribiendo libros de texto. En la maestría en escritura creativa de la Universidad Nacional trabajó «Camposanto», la obra con la que ganó el Premio Nacional de Novela Corta de la Javeriana en 2016. Dos años después logró publicar esa novela de 134 páginas, que con sutileza profunda habla de violencia y desmemoria.

Vivía en Miami con su esposo y sus dos hijos cuando una visita rutinaria al médico el 4 de octubre de 2018 le descarriló la vida, como lo dejó registrado en «La conmoción de los encuentros»: “Luego me enfermé. El diagnóstico, que recibí sin haber experimentado un solo síntoma, fue cáncer de ovarios avanzado. Me sometí a varias cirugías y numerosos ciclos de quimioterapias sabiendo que las probabilidades de sanarme eran, en el mejor de los casos, modestas”.

En algunas presentaciones el tema de su novela empezó a mezclarse con su propia historia. «Camposanto» aborda en dos planos narrativos el Alzheimer de una madre y el trabajo de su hija como antropóloga forense que identifica restos de desaparecidos. El deterioro que describe en su obra coincidió con un momento en el que ella misma empezaba a diluirse y así, de forma racional, comenzó a explicarlo en sus charlas.

En septiembre de 2019 la Revista Bienestar publicó «Mi cáncer: una historia natural», un testimonio en el que Marcela escribió: “Si, a pesar de todo, la enfermedad sigue su curso y ya no puedo vivir con gracia y dignidad, optaré por el alivio de la muerte asistida. Espero que la posibilidad de hacerlo legalmente subsista en mi país, para poder estar rodeada de mi familia y amigos, y que la falta de compasión y la moral concebida como lo que otros hacen con sus cuerpos no se interpongan si ese es el camino que escojo”.

Esa misma decisión lúcida, valiente y autónoma la ratificó en diciembre de 2020 en «El cáncer no es una batalla», un episodio del podcast El Topo, en el que dijo: “eso lo tengo claro: cuando yo ya sienta que los tratamientos me están impidiendo y se están llevando más parte de mi vida de la que me están dando yo simplemente voy a decir: no gracias”.

Ese momento llegó a finales de 2021. En noviembre me contó que había suspendido el tratamiento. “Es muy común que pacientes y médicos pierdan el horizonte y sigan “luchando” contra toda evidencia, porque sí”, y ella quería tomar el control del tiempo que le quedaba.

La semana pasada, cuando le dije lo mucho que me gustó «La conmoción de los encuentros», un libro que puede leerse como novela o como colección de relatos, me escribió: “Hace un mes tomé la decisión de venir a Colombia a ejercer mi derecho a la muerte digna. Como siempre, rodeada del amor y la comprensión de mi familia. Si me preguntas, morirse así no está nada mal: uno llora un poco, se ríe bastante, se pueden dar las gracias y recibirlas y atar uno que otro cabo suelto”.

Fue bonito tener la oportunidad de agradecerle por su vida, que fue como su obra: luminosa, breve y conmovedora. Su muerte digna es un cierre amoroso para ese entorno de belleza que construyó a su alrededor.

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