La línea sin reposo. Catálogo de arte predinástico, de Efrén Giraldo (Sílaba Editores 2016)
Mientras algunos autores se empecinan en leer el arte contemporáneo como una impostura e incluso como un fraude, tanto así como para pretender delatarlo cual si fuera un rey que se paseara desnudo por los museos, el narrador de La línea sin reposo obra como su amanuense; crea una serie de esbozos, retratos y comentarios sobre artistas apócrifos que agrupa de modo aleatorio, a la manera de un Catálogo de arte predinástico. Los efectos que logra en el lector pueden ser tan imprevistos como las reacciones de un espectador en una sala. Con gozoso ingenio convoca a seres como Alirio Blanco Contreras, un artista que, en su búsqueda por lograr su obra invisible, llega a preguntarse, angustiado, si el hecho de pensar él mismo en esa obra, que nadie verá jamás, es ya darle una presencia material. El lector no solo disfruta con el sutil tejido de personalidades y tonos artísticos, sino con la agudeza de los fragmentos que comentan o describen obras que uno parece presenciar in situ, con una esmerada curaduría de volúmenes y espacios, aunque sin la incómoda lobería de un coctel criollo. Con una intención que nos recuerda a Pedro Manrique Figueroa, el maestro del collage que retrató con desparpajo Luis Ospina en su falso documental Un tigre de papel, los autores que refiere Efrén Giraldo son también esperpentos creíbles que nos permiten transitar la incierta senda de la creación plástica, cuya diáspora, después del final de las vanguardias, nos lleva a territorios donde la voluntad de crear se torna ensayo existencial, línea de fuga y hasta avatar catastrófico. El autor sigue el trayecto de libros que traen a cuento artistas apócrifos, como lo hiciera Roberto Bolaño en La literatura nazi en América, Borges y Bioy Casares en las Crónicas de Bustos Domecq, o Marcel Schwob en Vidas imaginarias. Por momentos, la voz del reseñista se mezcla con la de un narrador o la de un crítico. Pero siempre quedan jirones de diarios donde los artistas desesperados lanzan su botella al mar del futuro. Uno de ellos, por ejemplo, parece evocar al maestro Joseph Beuys, cuando dice: ‘‘Me gustaría saber qué piensan. Qué evocan cuando les explico, cómo toman esta manera de hacer hablar a la materia. De seguro, mi chaleco y mi sombrero son la parte más reconocible, ese fetiche que, una vez yo esté muerto, colgará como el traje de fieltro que tantas veces llevé a la galería, o como la imagen de la liebre silenciosa y las vendas sobre la herida”.