13 de noviembre, 2010. Por: Alberto Donadio.
En Sílaba Editores.
Conocí a Silvia Galvis por El Tiempo. En 1983 yo estaba en la Unidad Investigativa, que fundamos con Daniel Samper en 1972. Silvia había creado en el periódico Vanguardia Liberal de Bucaramanga un departamento investigativo, donde le ayudaban varios estudiantes, pues ella vivía en Bogotá y viajaba a Bucaramanga dos semanas al mes. Uno de sus estudiantes, José Luis Ramírez, le insistió a Silvia para que me invitaran a Bucaramanga a conversar de periodismo investigativo. Allá nos conocimos y desde entonces empezamos un proceso de mutua e incurable adicción, que no se ha interrumpido por la muerte de Silvia el 20 de septiembre de 2009.
Mi hermana Lucía recogió los testimonios de 59 amigas, amigos y familiares de Silvia en un libro que se presenta hoy en la biblioteca del Gimnasio Moderno en Bogotá. Se titula Silvia, recuerdos y suspiros, y no podía ser otro el título pues lo inspiró la novela histórica que Silvia publicó en el 2002, Soledad, conspiraciones y suspiros, su obra cumbre sobre Soledad Román y Rafael Nuñez y la historia del siglo XIX en Colombia y uno de los doce libros que ella escribió.
La sonrisa y el encanto de Silvia es lo que recuerdan todos los autores del libro. La periodista María Teresa Ronderos escribió: “Sólo me acuerdo de su sonrisa, su dulce y entrañable sonrisa porque es lo que más extraño”. Para Haydee Chiapero, editora de libros médicos: “Era una chica tierna y sencilla, con su larga trenza que caía sobre su espalda, sus zapatos bajitos, su sonrisa encantadora y su risa fácil, que gustaba caminar horas y horas mientras contaba anécdotas llenas de humor e ingenio”.
Felipe Ossa, gerente de la Librería Nacional, hizo de Silvia este retrato: “Gentil, amable, tímida. Poseía la noble elegancia de la prudencia, en la vida social y en la amistad. Pero la audacia y el valor civil en sus denuncias. Un ser de recio y corajudo carácter. Una mujer de pensamiento libre, ajena a fanatismos y fundamentalismos, le indignaban la injusticia, la arbitrariedad”.
Para Clara Nieto de Ponce de León, ex embajadora de Colombia en Cuba: “Silvia era un ser divino en el más amplio sentido: bonita, inteligente, culta, espléndida escritora. Yo amaba su trato tan dulce y admiraba su personalidad fuerte y recta. Me fascinaba su sentido del humor, su sarcasmo para tratar temas del país que nos ardían a ambas”.
El escritor antioqueño Juan José Hoyos escribió: “No soy capaz de imaginar a Silvia muerta. Me parecía lo que llamaban en los sainetes españoles una dama antigua. Me impresionaban su belleza y su melancolía. Su temple como de acero”.
Para el director de teatro Carlos Eduardo Gómez Navas, que trabajó con Silvia en Vanguardia Liberal: “Silvia siempre ha sido una presencia más allá de sí misma: su voz se extiende para afirmar las voces de muchos, su pensamiento pregunta por las necesidades de otras muchas voces, de otros muchos dolores enmudecidos”.
El historiador santandereano Eduardo Durán Gómez, que también trabajó con Silvia en los años ochenta, anotó: “Un encuentro con Silvia producía muchas sensaciones agradables: su conocimiento de hechos y personajes, su acaudalado acerbo académico, su facilidad para interrelacionar situaciones, su humor para describir episodios y calificar actitudes, y su sonrisa plena que le ofrecía al interlocutor el encanto de su personalidad y el tributo de su amistad. Su vida era completamente armónica con lo que pensaba, y cada acto reflejaba el sentido de sus principios: ajena a la fortuna material, recia en sus convicciones, franca en sus expresiones y decidida en su acción, jamás antepuso nada para defender lo que creía justo y se atenía a la razón”.
Para Jorge Armando Solano, su odontólogo en Bucaramanga: “Silvia fue una gran mujer, con el corazón bello de una niña”.
El año entrante espero publicar un libro que ya está escrito y que ya tiene título: Silvia sublime, Silvia infinita. Incluye cartas que Silvia me envió en 1988 cuando estuve en Italia una temporada haciendo una investigación en archivos y cuando no existían ni el correo electrónico ni Skype y nos comunicábamos gracias al hoy casi prehistórico correo aéreo de Avianca. También incluye fragmentos de un diario que Silvia llevó entre 1984 y 1986.
De su primer matrimonio Silvia tuvo dos hijos, Sebastián Hiller Galvis, economista de la Universidad de los Andes y actualmente director de Vanguardia Liberal, y Alexandra Hiller Galvis, Ph.D. summa cum laude de la Universidad de Giessen en Alemania, y actualmente bióloga en el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales en Panamá.
En 1985 Silvia escribió sobre Sebastián y Alexandra en su diario: “Siento un inmenso, irreprimible amor por mis hijos y sobre todo, la necesidad de expresarlo, de que ellos lo sepan y lo sientan. Sé que el amor es la esencia misma de la vida. Quiero que ellos construyan sus vidas sobre ese cimiento sólido y cierto. Creo que no he hecho suficiente énfasis en ese principio. Pero lo voy a subrayar todos los días, de hoy en adelante”.
También en 1985 Silvia escribió de su puño y letra en el diario: “Con Alberto sólo sé que desde que lo conozco, me ha hecho tanto bien, que me siento persona nueva y diferente. Hay alegría en mi vida; alegría que transmito a los niños; alegría que reemplazó a esa tristeza casi atávica que me ahogaba internamente y que yo pensaba que era irremediable e inevitable en mi existencia”.
Cierro con esta anotación que Silvia hizo en el diario el 16 de abril de 1986: “Poco a poco voy reforzando mi derecho a una vida tranquila al lado de mis niños. De ellos no podría decir a cuál quiero más, con cuál de los dos me entiendo mejor. Cada uno de ellos es particularmente afectuoso a su manera. Yo quisiera poder demostrarles a cada momento cuánto los quiero y lo importantes que son en mi vida. Son mi apoyo y al mismo tiempo mi razón de ser. La relación con Alberto es también muy honda. Me ha dado mucho afecto y apoyo. Me devolvió la confianza en mí misma. Me hizo recuperar mi auto estima que andaba agonizante. Es una persona muy especial, sensible, solidario, inmensamente afectuoso. Para mí, esas demostraciones de afecto tan espontáneas, tan desprevenidas, fueron un descubrimiento maravilloso en mi vida”.