. Por: Óscar Hernández.
En Libro: De vida, ángeles y ozono. Pág: 340-341.
Fue una historia de muchos años y dos trenzas. De unos ojos inmensos y brillantes que se fueron desde la adolescencia en busca de cosas peores. Unos ojos que tenían el nombre de Marta y que al fin se quedaron fijos y fríos mirando el techo de una habitación casi miserable. Dura historia la de nuestra amada Marta. Nuestra porque muchos la quisimos con el corazón y con el resto de la sangre. Fue una especie de maldición con rostro hechizador.
En los mejores años nos ardió y era una llama loca frente a ese pajar de la juventud que nos dejó en cenizas. Venía por épocas como una hermosa peste, y en una de aquellas le conocimos sus primeras derrotas y sus amadas mentiras de siempre. Le veía los labios en una esquina en medio del buenas tardes o el adiós hasta otro incendio. De los quince pasó a los treinta en un salto mortal de hombres y niños. El oficio de Marta era abandonarme.
Sonreía amargamente a sus viajes desesperados. Luego le cayeron encima otras edades, una enfermedad, la mano de la muerte y el regreso definitivo a la tierra y a la locura del tiempo circular. Se le salió la sangre lentamente, como si una herida se le estuviera formando desde aquellos besos de los quince años. Luego supe que le había pasado lo que a todos. La mató el amor. La estranguló su pasión de bestia loca.
Yo que siempre la oculté como a un niño deforme, tengo ahora que sacudir mi llanto ante su tumba. Porque de adolescentes emprendimos una carrera que para ella ha terminado. Nunca he sabido si fue amor o un mal menor lo que nos unía y nos separaba; tal vez nuestras dos sangres eran igualmente livianas, teñidas de la misma dolorosa inocencia que nosenvolvía. Mi sangre encendida entre los versos, la de ella calcinada entre los besos.
Claro que ella me hizo un tajo para siempre; claro que Marta fue culpable de muchas cosas que jamás le cobré porque era imposible pasar cuentas a sus ojos de ángel condenado. Espantoso decirlo, pero era un trocito de purgatorio que ella arrastraba por el mundo como si hubiera venido a este planeta en busca de una pena que debía cargar entre su alma. Trágica desde niña, desde cuando la busqué y la encontré al lado de un cuchillo, y en un parque le tomé las manos como si apretara en las mías dos palomas ciegas y abandonadas.
Si a Marta le hubieran regalado un par de alas las hubiera quemado con los ojos. Así era Marta. Nació para arder en la oscuridad como una lamparita puesta al diablo.