30 de noviembre de 2014. Por: Fernando Velásquez Velásquez.
En El Colombiano.
Alberto Aguirre Ceballos, ese docto antioqueño que marcó con su impronta una época, ejerció con lozanía, valor y entereza el periodismo, una de sus tantas facetas de hombre muy culto y polémico que además cultivó el derecho, el cine, la literatura, la fotografía y el arte; con sus escritos, recuérdese, muchos aprendimos a ver el mundo con otros ojos y a construir el necesario talante cuestionador en un país “donde la fantasía va cosida a la realidad”.
El siete de mayo de 1986, como profesor de cátedra de la Universidad de Medellín, tuve el privilegio de presentarlo ante un auditorio de cerca de quinientos estudiantes, algunos de los cuales iniciaban su práctica forense; en esa oportunidad, nos regaló un magnífico e irrepetible discurso sobre la misión del abogado. Mis palabras le arrancaron lágrimas, como lo reportó el periódico “El Mundo” esa misma semana.
Luego, por pura casualidad, tuvimos un encuentro en medio de su obligado exilio hispano: el 25 de diciembre de 1987, al descender del avión y luego de traspasar los controles de emigración del antiguo Aeropuerto de Barajas, al ir a recoger mi maleta lo encontré sentado en la cinta de equipajes. Nos saludamos y le pregunté qué hacía en ese lugar, y me dijo: “espero a Héctor Abad Faciolince quien, como sabes, fue amenazado de muerte y viene a Madrid de paso para exiliarse en Italia”; estaba preocupado porque no sabía si a dicha persona la iban a dejar ingresar o no a España.
A poco más, apareció el viajero esperado y nos presentó; me propuso que nos fuésemos juntos al centro de Madrid en el mismo taxi y, en medio de la conversación, me invitó a compartir con ellos un par de días, cosa que gustoso acepté. Por eso, soy testigo de excepción del episodio del mesero que, en un café de la Gran Vía, se negó a atendernos cuando él lo llamó palmoteando pero que sí acudió presuroso cuando le habló en inglés; esa anécdota la cuenta Abad Faciolince, muchos años después, en su libro “El olvido que seremos”.
Por lo que representa para el pensamiento nacional la vida y la obra del muy aguerrido Maestro Aguirre Ceballos, debe saludarse con mucho regocijo la aparición este año de una selección de sus columnas publicadas entre 1994 (año de aparición de “Cuadro”, su propia selección de las que con anterioridad difundió en el Mundo) y 2009, gracias al esfuerzo periodístico del comunicador Mauricio Hoyos y el apoyo editorial de la Universidad Eafit, con el título “El arte de disentir. Columnas” en su Colección Testigos.
El texto, en su primera parte, contiene algunas “miradas” sobre él provenientes de las plumas de Héctor Abad Faciolince, Darío Ruiz Gómez, Carlos Gaviria Díaz, Mauricio Hoyos, Daniel Samper Pizano y de María Clara Calle Aguirre (la nieta comunicadora) quien, llena de profunda sensibilidad y belleza, narra facetas desconocidas de la vida familiar incluido el deceso el día tres de septiembre de 2012 en la madrugada.
La segunda parte está destinada a las contribuciones aparecidas en el Mundo, El Colombiano y la Revista Cromos, sobre temas muy puntuales: la justicia, la política, la prensa, la cultura y los intelectuales; en ellas, como siempre de forma aguda, irreverente, mordaz y estremecedora, ese Júpiter tronante muestra la dolorosa historia del país durante esos dolorosos años con todas sus grandezas y pequeñeces, con las mezquindades propias de sus redomados burócratas, la crisis del derecho, y sus intelectuales “henchidos de poesía, pero vacíos de los oscuros dolores de la gleba”, que “se mustian en una pirotecnia fugaz” y tienen “breve su brillo”.
Ahí queda, pues, para el disfrute este maravilloso legado de compromiso y sensibilidad social, poesía y dolor del que, con toda razón, dice el oportuno compilador “es una escuela de la disidencia, una tarea ruda, en Colombia, peligrosa. Por eso a veces hay que exiliarse, o aprender a esquivar balas”.