Por: Ángel Castaño Guzman.
En www.cronicadelquindio.com
Hagan el favor de hacer silencio (2013), la más reciente novela de Esteban Carlos Mejía, caricaturiza las prácticas electorales de las democracias latinoamericanas. No en vano las malas lenguas le adjudican a Eloy Alfaro, un político ecuatoriano del siglo XIX, vecino ideológico del presidente Rafael Correa, una frase que vista en detalle puede endilgársele a cualquier aspirante a un cargo de elección popular: “Con un balcón llegaré a la presidencia”. Lalito Grafía, un convencido militante de la Fraternidad Ecléctica, encarna las características de la frivolidad señaladas por Vargas Llosa en el polémico aunque a veces ingenuo ensayo La civilización del espectáculo. Si entre los lectores alguien pretende escalar posiciones dentro de un partido político tradicional, saque papel y lápiz.
Primer paso: no se preocupe por las ideas. Si las tiene, deshágase de ellas lo antes posible. Lalito Grafía no las tiene y, la verdad, falta no le hacen. Los altos mandos aprecian esta cualidad. Por ejemplo, el ñero Berto, miembro del comité central de la Fraternidad y editorialista de Presente, le encarga la tarea a Grafía de ser la sombra de Granados Roca, candidato a la presidencia de la república.
Segundo: ejercite con denuedo su capacidad retórica. Si la lengua es el músculo principal de su cuerpo, muy posiblemente las de fuego del Pentecostés lo acompañen en las correrías por municipios, corregimientos y veredas, como escoltaron a Lalito Grafía, capaz de milagros que hacen palidecer de la envidia a santa Laura Montoya. Ese talento, el mismo de los Leopardos manizaleños y de Jorge Eliecer Gaitán, de los interminables Aló, presidente, del finado Chávez, y de los no menos extensos concejos comunitarios de Uribe, ese talento, repito, es la explicación a la casi surrealista frase de Alfaro aludida arriba de memoria.
Tercero: llegado a este punto podrá, gracias a las cabriolas del lenguaje, hacer negocios con dios y con el diablo, sin untarse, por supuesto, de incienso o azufre. Lalito Grafía les ofrece a los paramilitares, a la insurgencia, a los de un lado y del otro, el monopolio de la televisión colombiana. No se preocupe, en este caso jugar con fuego no le chamusca las pestañas a nadie.
Bromas aparte, Hagan el favor de hacer silencio atrapa a lector con un acierto no menor: la voz narrativa de Lalito Grafía hipnotiza. Luego de la modesta I love you putamente (2007), Esteban Carlos Mejía confecciona una historia satírica, veloz, contada por un personaje extraordinario, cercano al protagonista de Yo que serví al rey de Inglaterra, de Hrabal, y a los de las ficciones de Bryce Echenique.
El tono zumbón de la novela no cesa. Incluso en los pasajes eróticos, la mayoría contados en largos pies de página, la acción se deforma como en algunas películas de Almodóvar. No son relatos convencionales de un coito. Son, por el contrario, escenas a caballo entre la pornografía y la comedia. Ahora bien, en un primer momento, concluida la lectura, la tentación de reducir a Hagan el favor de hacer silencio a un chiste de 300 páginas es fuerte. Sin embargo, el asunto no termina ahí. No lo hace por una razón sencilla: la novela de Esteban Carlos Mejía no limita su ambición a provocar la carcajada del lector. Busca, además, dar cuenta de una realidad grotesca y pedestre. Narra nuestro sistema de valores sociales y políticos en clave humorística, porque ninguna otra da en el blanco.
Esa es precisamente la gran diferencia con su anterior libro. Mientras I love you putamente es el recuento metódico de los polvazos del narrador con hembras de infarto, Hagan el favor de hacer silencio es una radiografía certera de las democracias del tercer mundo. La hipérbole la acerca a la verosimilitud.