24 de Abril, 2012. Por: Roberto Burgos Cantor.
En El Tiempo.
El novelista colombiano, es la gran figura nacional de la Feria del Libro.
Han pasado 40 años. Se quiere volver al comienzo por motivos que combinan la lealtad a la vocación con las incertidumbres de los posibles senderos que se abrieron; si acaso se está ahora en la agonía de la partida, si el escritor estuvo atento a los destellos de los anuncios. Son 14.600 días durante los cuales Luis Fayad ha estado fuera de Colombia, construyendo, letra a letra, la guarida de sus cuentos, novelas y traducciones.
¿Qué buscaban Luis y otros artistas en ese voluntarioso exilio?
Una tradición que se volvió la educación sentimental de pintores, poetas y escritores, y que tuvo que ver con la libertad, se acrecentaba desde los años cincuenta en que conseguían un pasaje de tercera en los cargueros que atravesaban el Atlántico. Los artistas se fugaban de los climas nacionales, asfixiantes y depresivos, con sus formalismos gramaticales y eclesiásticos, o huían de los regímenes opresores de dictadores y caudillos. Con los años, el fragor de las reivindicaciones nacionalistas y los populismos de reformas alentadores hicieron de la aventura de desterrarse una opción de baja frecuencia.
En la segunda mitad de la década de 1960 apareció el nombre de Luis Fayad fuera de su partida eclesiástica de nacimiento y los anuarios del Gimnasio Boyacá. Fue en la Gaceta de Tercer Mundo con un cuento de llamativa factura y escogido lenguaje. Por esa época se le encontraba en la Ciudad Universitaria, cursaba Sociología, habitaba la biblioteca de Filosofía y Letras y se había convertido en un empedernido fumador de Piel Roja. Después publicó en Letras Nacionales otro cuento, Justo Montes.
Llegó la prueba de fuego. Había vuelto al país David Consuegra con título de diseñador gráfico de Estados Unidos. Con aliento renovador, además de revistas que incluían discos de música electrónica, fundó una editorial, Testimonio. Publicó el primer libro de cuentos de Fayad, Los sonidos del fuego.
Luis recuerda: “Testimonio tenía el propósito de convertirse en una editorial de muchos libros y de buena divulgación; fue uno de los primeros intentos de fundar editoriales en Colombia. No supe o no recuerdo por qué se acabó. En este momento hay editoriales pequeñas que han logrado mucho”.
Otro escritor que se inicia con este género exigente y atractivo, revelador pero despreciado. Así Germán Espinosa, Marvel Moreno, Darío Ruiz Gómez, Antonio Montaña, Óscar Collazos, Umberto Valverde, Fernando Cruz Kronfly, Mario Mendoza, Enrique Serrano, Juan Esteban Constaín.
En esos ocho cuentos se asoman dos de los elementos de la narrativa de Fayad: su interés por el personaje del común, el designio de despojar al lenguaje de las retóricas tradicionales, logrando transparencia y levedad.
Como varios que sobreaguaban a las tribulaciones de la ambición literaria y sus felicidades esquivas, Luis fue librero. En El Lago de Bogotá atendía La Lechuza.
Me sonríe y dice: “Fui a parar allá porque vi un aviso clasificado en los periódicos: ‘Se necesita joven emprendedor para trabajar en librería’. Yo no sabía si era emprendedor, pero me gustaba el trabajo, y además me gustó esa palabra emprendedor, que he usado en algunas ocasiones. A la librería iban amigos y formábamos tertulias literarias. Aurelio Arturo iba dos veces por semana, me prestaba libros y me guiaba”.
Era 1975. Dejó las mesas de café y humareda del Café Colonial en Chapinero, y la Sixtina, la Romana y el Pasaje en el centro. Fayad rememora a la Colombia de la que se despidió para irse a París: “Los problemas se acentuaban, no creíamos que llegaran a ser lo que son hoy. En ese año la guerrilla se extendía por el país, los grupos paramilitares tuvieron un antecedente en los escuadrones de la muerte, y el tráfico ilegal de la cocaína era la esperanza de muchos para salir de su indigencia. Ese año creíamos que los males iban a ceder. No pasó, y sin embargo la cultura general ha avanzado en el país. La sociedad no es la misma, ha cambiado para bien en el pensamiento de muchos, en el comportamiento y en las relaciones sociales”.
En su equipaje llevaba el manojo de cuartillas manuscritas a lápiz de Los parientes de Ester y su Olivetti Lettera 22 que aún conserva. Corregía mientras la transcribía y recordaba a los amigos de la Generación sin Nombre que visitaban la librería.
Estuvo dos años sin moverse y hasta viajó a Estocolmo: “Me llevó el trabajo. En esos años era costumbre que durante el verano los extranjeros que vivían en Europa fueran a trabajar a Suecia. Allá conocí a dos colombianos que ganaban bien, uno fornido que trabaja en el puerto en la carga y descarga de barcos, y el trabajo del otro era lavar muertos en una morgue. Conseguí dos trabajos, ponerles una lámina a las ventanas de las oficinas para que el sol no entrara fuerte y ayudarle a un profesor de la universidad en traducciones del castellano al sueco”. Continuaba la corrección.
Pregunto: “¿Aparecerán en sus historias los cadáveres de pubis rubios, brillantes por el agua, bajo la luz cenital de las lámparas de la morgue, el puerto de aguas heladas y los barriles de arenques?”.
Con la novela a punto, el escritor regresa a París y de allí a Barcelona.
Gaudí, la algarabía y el corazón.
Allí, dispuestos a trastornar el mundo, Perozzo, Collazos, Cano Gaviria, Miguel de Francisco, Moreno-Durán, Sánchez, Magil, Guido Tamayo. El rebusque feliz y la conquista de las palabras. La vida como una apuesta sin arrepentimientos por la literatura. Conoce a Gabriel García Márquez. Habla con Juan Antonio Roda y María Fornaguera. ¿Escribirá Luis del espléndido grabador (Buñuel en Colombia) y María, la contadora?
“Aquí me llegó la respuesta de Alfaguara aceptando la publicación de Los parientes de Ester. Los lectores fueron Benet y Naval, y me la anunció personalmente Jaime Salinas, director de la editorial. En Colombia tuvo buena acogida desde que llegó. Hubo queja por el precio. Los libros de España llegan a un precio muy alto a Latinoamérica. Creo que los editados en Latinoamérica también son muy caros”.
Fayad dejó los trabajos editoriales y se alejó del bullicio. Había conocido a María del Rosario Ginto y se fue con esta enfermera de Hemingway a una isla de las Canarias con forma de corazón. Trabajó la tierra, las palabras. Tuvieron tres hijos cuyos nombres empiezan por D. Llegó la invitación a Alemania por gestiones de Peter Schulze-Kraft. Él se encargó de la traducción de la novela con el escritor austriaco Erich Hackl. “Desde entonces vivo en Berlín con mi familia. No sé con seguridad por qué he vivido en cada sitio, no sé qué me retiene o qué me saca.”
Fayad escribió Compañeros de ruta, La caída de los puntos cardinales y su reciente novela, Testamento de un hombre de negocios. “Cuando empecé a escribirla creí que me pesaba y me la guiaba la situación política y social de Colombia, pero luego me di cuenta de que también estaba presente la situación del mundo. En pocos meses termino otra novela, creo que voy a terminarla antes de tener el título. Sigo escribiendo cuentos, me han salido temas para dos libros”.