Enero 22 de 2013. Por: Catalina Holguín Jaramillo.
En Revista Arcadia .
De todos los cuerpos inertes que bajan por el río Magdalena, algunos han encontrado en Puerto Berrío casa y familia a cambio de conceder favores. Los elegidos, último libro de la periodista Patricia Nieto, es una colección de relatos de las personas que han dado una nueva vida a los muertos del agua. Pescadores, viudas, un médico forense y un animero, todos, al igual que Antígona, han violado los edictos del Estado y de los mafiosos para ofrecerles reposo, compañía y nombre a aquellos que perdieron el derecho a la vida y a una sepultura. La referencia a la tragedia griega reverbera por todo el libro, recordándonos que en las acciones de los porteños de Berrío hay mucho más que superstición y religiosidad popular: hay resistencia y denuncia.
Los escogidos no entra en la categoría del periodismo. Habita, más bien, un extraño umbral entre la poesía y la crónica, que alumbra los misterios de la fe y de la solidaridad y opaca las explicaciones sociológicas o históricas. El motivo es claro: la historia de un desaparecido que reaparece como una boya putrefacta entre las redes de un pescador solo puede recrearse en la imaginación. Al inicio de su libro, la autora afirma que asiste “a una historia suspendida en el clímax de la intriga. Como no se conoce comienzo ni desenlace, el libreto está hecho solo de preguntas”. Es así como Nieto dirige su atención a los vivos, a sus rituales y memorias.
El rito de adoptar un muerto reaparece con variaciones. Hay devotos promiscuos, como esa mujer sin nombre que adopta tres guerrilleros y el cráneo de un bebé para pedirles casa, trabajo y que se largue su marido de una vez por todas; luego está Lucy, que lleva trece años visitando el pabellón de los escogidos todos los lunes. Sin importar las razones de su fe, todos comparten un mismo impulso compasivo. En palabras de una devota: “El cuerpo ahí tirado y la familia de él ni siquiera sabe que lo mataron (…). Entonces yo rezo para que el alma de ese difuntico descanse en paz, sí, porque después de esas muertes tan feas un espíritu no queda en capacidad de volar”.
En el 2008, el artista Juan Manuel Echavarría expuso en el Museo de Antioquia un mural que asemejaba una colcha colorida. De cerca, cada retazo se revelaba como la tumba de un elegido de Puerto Berrío que su guardián en tierra había adornado en agradecimiento a los favores recibidos. “Réquiem NN” se titula esta obra que, al igual que el libro de Nieto, explora otros registros de la representación para hablar de ese tema que difícilmente trasciende el discurso de las ONG. Me refiero a las desapariciones forzosas, que se calculan en cincuenta mil. Y es que a primera vista, Los escogidos no pareciera ser un libro sobre la desaparición. Hasta que se leen con calma las crónicas y se descubre que cada escogido es como un reemplazo simbólico o un desplazamiento de otro ausente; hasta que vemos a una madre entregar los huesos de su hijo pasado por guerrillero (léase falso positivo) a los forenses.
Los escogidos es un libro arriesgado, difícil y necesario. Arriesgado, porque Nieto usa un lenguaje poético y una estructura estilizada para aproximar un tema cargado de realidad. Difícil, porque en su apuesta estilística, la autora a veces se torna innecesariamente críptica. Igualmente, si bien las referencias a Rulfo, García Márquez y Sófocles son fundamentales para densificar el texto, faltó elegancia en la forma de hilarlas y de sacarles el jugo. (Quizá una falla del editor, que debió dar más guía y de paso hacer una juiciosa corrección de estilo.) Necesario, porque empuja los límites de la representación de la realidad y busca otras formas para hablar de nuestra historia.