Las calles de las ciudades ajenas

Las calles de las ciudades ajenas

1 de julio de 2018. Por: Eduardo García A..
En La Patria.

La excelente editorial Sílaba de Medellín acaba de publicar la primera novela del poeta colombiano Jorge Bustamante García (1951), Las calles de las ciudades ajenas, que bien puede situarse dentro del género de las obras de formación al lado de Las tribulaciones del estudiante Törless de Robert Musil o La montaña mágica de Thomas Mann. Cuando los poetas se arriesgan a escribir novelas suelen hacerlo por medio de una prosa tersa y límpida donde tratan con sabiduría de atrapar y conjurar el pasado, haciendo acopio de sus largas experiencias vitales y en este caso el fruto es una novela corta, ceñida, donde el autor despliega todos sus recursos.

Bustamante, quien tiene ya una amplia obra poética y ha traducido innumerables autores clásicos y contemporáneos rusos, se radicó desde la década de los años 80 en México donde ejerce su profesión y está presente en suplementos y revistas culturales de todo el país. Su pasión total a la literatura lo ha convertido ya en uno de los valores de la rica generación de autores colombianos nacidos en los años 50, la llamada Generación Sin Cuenta, al lado William Ospina, Eugenia Sánchez, Sonia Truque, Rómulo Bustos, Orietta Lozano y Evelio Rosero, entre otros muchos.

En esta su primera incursión en la narrativa de fondo, Bustamante se destaca por el uso de un lenguaje transparente, generoso, con gran sentido del humor e ironía, pese a que el ángulo escogido para narrar la historia de su formación se da en condiciones difíciles, cuando el protagonista es detenido en un calabozo húmedo en la fría Bogotá y permanece en las caballerizas del Ejército en los tiempos del Estado de Sitio y el Estatuto de Seguridad reinantes en Colombia a fines de los años 70 y comienzos de los 80.

Las circunstancias en que el personaje escribe el relato de su vida de estudiante en Rusia a petición de los agentes secretos y militares que lo investigan, hacen que la relación entre el preso y los carceleros se torne a veces cómica como en muchas obras de autores rusos o del Este europeo, inscritos en la corriente de los temas literarios del absurdo y los abusos de los poderes totalitarios inaugurada por autores como Franz Kafka en sus magistrales La metamorfosis, El castillo y El proceso y seguida hasta hoy por una pléyade de autores como Alexander Soljenitzin, Elías Canetti y Milan Kundera, entre otros.

El relato de esa experiencia original de formación en la Unión Soviética se da pues desde un ángulo muy colombiano, en el contexto de la violencia y la represión ocurrida en el país en los tiempos de represión estatal y guerra de guerrillas. El protagonista regresa al país ya formado como un talentoso geólogo, pero se ve de manera inevitable inmerso en el conflicto.

El libro cuenta la vida de un joven que viaja a principios de los años 70 a estudiar geología en la Unión Soviética y vive allí una rica experiencia en Moscú y en lejanas regiones inaccesibles donde pasa temporadas en montañas y campos escrutando los misterios de la tierra profunda. Cuando la Unión Soviética era todavía una gran potencia mundial que rivalizaba con Estados Unidos en materia económica, científica, espacial y cultural en el contexto de la guerra fría, miles de estudiantes de todos los continentes del mundo acudían becados a sus universidades, por lo que experimentaban allí una vida cosmopolita que los ponía en contacto con personas de todas las culturas.

El personaje, que ya está infectado por la literatura, viaja tan joven a Moscú, que los años de formación no solo vibran en la fascinante profesión escogida sino en los terrenos del erotismo y el amor, al contacto con las bellas muchachas rusas que solían explorar el deseo con los variados jóvenes de todas las nacionalidades que llegaban inexpertos a su hermético país desde África, Asia, América Latina y Europa.

En el calabozo Eddy García relata con alegría todas esas experiencias, en especial los tímidos encuentros amorosos, las fiestas, la amistad, los rigores del invierno y en especial la vida cotidiana y cultural rusa y el descubrimiento de la literatura local que lo acompaña en los largos meses helados y en los paseos por parques y calles. “Tenía que volver a inventar lo olvidado. Cada segundo contiene miles de ramales y el asunto de recordar consiste en irse por cada uno de esos senderos para adivinar entre tanta neblina alguna cosa sólida, alguna verdad, aunque se sienta opaca, aunque se experimente diluida de alguna forma por el tiempo”, dice el narrador en uno de sus apartes, sumido en la penumbra de su celda bogotana.

La novela de Bustamente ahonda en los destinos de personajes femeninos como Natasha T, sus dudas y pasiones, en los misterios del poder y las razones de los carceleros militares o burócratas, las ilusiones de la juventud y el oficio del recuerdo que perturba y a veces falsea lo ya vivido, pero aborda además la naturaleza desbordante de los bosques y estepas rusas con sus olorosos abedules, arces, álamos y el crepitar de las cortezas y las hojas que caen. Porque esta novela es obra de un lector apasionado, un científico profundo y un caminante solitario que ha pasado largas horas y días pensando y amando en las calles y los parques de las ciudades ajenas. Una pequeña nueva joya de la literatura colombiana actual que vale la pena leer y gozar.