16 de abril de 2015. Por: Alberto Donadio.
En La Crónica del Quindío.
Al empezar a leer el Pequeño Tratado del Libre Pensador que acaba de publicar el filósofo Freddy Téllez es imprescindible tener a mano un marcador o estilográfica para ir subrayando tantas frases afortunadas que brotan de las páginas. Freddy Téllez, doctor en filosofía de la Universidad de París VIII, es un colombiano radicado desde 1977 en Europa, primero en la República Democrática Alemana, luego en Francia y actualmente en Lausana, Suiza. Autor de más de 15 libros de ensayo y de novela, debería ser mucho más conocido, pese a que casi todos sus libros se han publicado en Colombia. Con este tomo breve pero sustancioso, Freddy Téllez pone la filosofía al alcance de cualquier lector medianamente ilustrado. En fragmentos numerados y concisos atrapa el interés del lector. Una de las definiciones mejor concebidas que ofrece este libro de 194 páginas es la que señala que el libre pensador es “constructor de una verdad minúscula”. Téllez se refiere al libre pensador como un pensador heterodoxo, herético e incluso emancipado, pero sin la más mínima ambición de alcanzar una superioridad universalista y profética, un pensador por fuera de corrientes y doctrinas, consciente de no poseer la verdad todopoderosa.
El duelo entre religión y ateísmo ha sido históricamente el caldo de cultivo del libre pensamiento. Pero la obra se ocupa además de diversos temas, entre ellos de la libre sexualidad: “El libre pensador no es un asceta, ni alguien que sublima todo el tiempo. Él es un ser sexuado como cualquier otro animal de su especie”. La antítesis del libre pensador es el político, proclama el autor: “No hay político que sea un libre pensador, porque la política es una forma de amarrarse a una sola posición. El libre pensador no es partidario sino de sus propias opiniones y reflexiones, no de un programa o partido definido con antelación”. Al hablar de razón y religión señala Freddy Téllez: “El libre pensamiento es desde sus orígenes una racionalidad que nace en pugna contra todo aquello que doblegue el pensar al yugo de lo inamovible”. El ateísmo no deja indiferente al libre pensador: “El comparte el respeto al ‘derecho individual a creer en los espíritus de los antepasados, en Dios, en Santa Claus, en el unicornio azul o en otros fenómenos, según el medio cultural, si eso puede ayudar a vivir mejor la corta existencia humana’, sin dejar de ser vigilante al poder de nocividad llamado temporal de las grandes religiones y de las sectas”.