Mayo 2023. Por: Paula Andrea Marín C. En: Corónica. Revista y Editorial
Estaba en ese salón por casualidad. En la tarima había tres personas: el moderador, el escritor (cuyo nombre no recuerdo) que había ganado la beca de creación de la Alcaldía de Medellín en poesía y ella: Gilma Montoya, quien la había ganado en la modalidad de novela. Ambos estaban presentando los libros productos de esas becas.
Montoya, escritora de poesía, cuento, crónica y novela, ha publicado la mayoría de su obra, gracias a diversas becas de creación, y trabajó durante más de 20 años en colegios públicos de Medellín como profesora de Filosofía y Ciencias Sociales. Cuando escuché la voz de Gilma recordé mi niñez, en las casas de mis tías y tíos, las mañanas, tardes y noches de café y cigarrillos (ahora ninguno ni ninguna fuma), pero sobre todo, de palabras, muchas palabras hiladas por esos adultos, acompañadas de ese dejo de las personas del eje cafetero, de los pueblos del eje cafetero, que en mí se despierta cuando visito a mi madre o a la tía que sigue viviendo en ese territorio. Gilma hablaba de su trabajo de escritura sin mistificaciones, sin romanticismo, con la tranquilidad de una lectora voraz y aguda. Lo que más quedó en mi memoria fue la inflexión de su voz mientras leía un fragmento del primer capítulo de su novela Tinieblas adentro, una voz sin concesiones, cargada de una rabia compuesta de pequeños rencores y frustraciones, con la que encarnaba las sensaciones de la voz del personaje masculino que abre la novela: Sebas.
Cuando se terminó el acto, nos llevaron a otro salón para almorzar; al llegar, solo quedaba un lugar disponible justo en la mesa de Gilma, quien comía en silencio junto al otro escritor. Por supuesto, no podía estar más feliz de que no me hubiera tocado en la mesa de los flamantes editores invitados, sino junto a Gilma, a quien poco o nada le interesa entregarse a las dinámicas editoriales más allá de ver sus libros impresos. Desde ese día, me prometí a mí misma que conseguiría la novela (cuyos ejemplares no alcanzaron a llegar para la presentación) y la leería, y aquí estoy para dar cuenta de ello.
Tinieblas adentro es, sobre todo, una crítica a Medellín, a la manera en que una ciudad alimenta los sueños de sus habitantes y luego los frustra. Dicho así, pareciera una mirada fatalista de la realidad y, en muchos sentidos lo es, pero Montoya no se queda en la culpa fácil y abstracta, o en el consabido discurso negativo sobre las urbes; hay aquí una mirada afilada acerca de todos los intríngulis sociales (la falta de oportunidades económicas o la imposibilidad para verlas) que llevan a cuatro jóvenes de clases medias y populares a terminar pensando que la única solución para llevar a cabo sus proyectos de vida es secuestrando a un “rico” comerciante (haciéndose pasar por un grupo guerrillero) y pidiendo millones por su rescate.
Sebas, el narrador y personaje principal, elige estudiar sociología, pero las necesidades económicas de su familia lo llevan a dejar la universidad y a conseguir trabajo en una fábrica de medias; al ser despedido, se entrega a las drogas que pululan en el barrio, que circulan entre el grupo de muchachos, esos “no futuro” que pasan el día parados en una esquina o en una banca del único parque en muchas cuadras a la redonda, hasta el día en que tiene una sobredosis. Manuela –que tanto recuerda a la Ricahembra de Carlos Perozzo en esa máquina fabulosa de ficción que es la novela Juegos de mentes–, también estudiante de sociología, es la única que se toma en serio la “causa revolucionaria”; a diferencia de sus compañeros (todos hombres), no levanta pedreas para “capar” clase, sino porque cree en los cambios que necesita la sociedad. Cuando uno de sus compañeros la viola, decide no denunciarlo –tan poco cree en el sistema de justicia de la ciudad y del país– y distanciarse del grupo, que elige creer la versión del violador. Laura, animalista radical, quien termina internada en una residencia psiquiátrica, luego de que su padre ha acabado con la vida de los animales a los que daba refugio en su casa. Jean-Paul, quien sufre de depresiones regulares que lo llevan a estar en cama por varios días, quien ha perdido a sus padres y cuyo único refugio son los libros, pero para quien las pequeñas y grandes pérdidas lo han convertido en un ser mezquino.
Manuela, después de terminar su pregrado, se dedica a hacer talleres en donde enseña que la psicología necesita de la sociología, que el discurso del “bienestar personal” o de la “autoayuda” necesita de la sociología, de entender las condiciones de opresión bajo las cuales vamos perdiendo la alegría de vivir y el discernimiento de las alternativas de actuación. Sus talleres llegan hasta la residencia psiquiátrica en la que los otros tres personajes han ido a parar por su relación con las drogas, sus colapsos nerviosos y sus depresiones. Es allí donde planean el secuestro que cambiará por completo la vida de los cuatro.
Aquí no hay muchas oportunidades para desestructurar el género: los hombres y las mujeres son cis y cumplen con sus roles asignados, quizá porque entre menos oportunidades económicas y educativas haya menos se puede cuestionar lo que somos y lo que hacemos; a pesar de ello, Manuela y Laura logran criticar un poco esos papeles, a través de la seguridad a prueba de fuego de la primera y del cumplimiento de una venganza, por parte de la otra, en la que no hay rastros de arrepentimiento. Por su parte, Sebas y Jean-Paul se muestran más vulnerables al amor de pareja que sus compañeras, quienes parecen estar más centradas en sus proyectos de vida: la sociología como herramienta para cambiar la sociedad, la defensa de los animales en contra de la crueldad humana.
La experiencia de ser joven (sin muchos recursos económicos y simbólicos) y de vivir en Medellín incluye aquí abortos, violaciones, asesinatos, secuestros, estadías en cárceles y en hospitales psiquiátricos. No hay nada que parezca esperanzador, pero la narración se cuida bien de no caer en el amarillismo o en lo que simplemente sería anecdótico en otros contextos. Adicional a ello, no es común encontrar escritoras en Colombia que centren su universo narrativo en este tipo de historias, enfocadas, sobre todo, en el avance de la acción. Montoya estructura esta historia de manera sólida a partir de los testimonios sobre y de sus cuatro protagonistas, a quienes lleva a una situación límite, está dispuesta a recibir toda su mierda y encontrar aún un poco de luz al final (pero solo un poco).
¿Qué hacer con la rabia? ¿Qué hacer con los deseos de venganza contra una sociedad que parece matar los sueños día tras día, que reduce las alternativas de actuación, sobre todo, para quienes carecen de apoyos económicos? Siempre parece haber cuatro opciones: aceptar la realidad con heroico estoicismo, intentar cambiarla, darle la espalda y alejarse de ella todo lo posible, o someterse a su inercia. Los jóvenes personajes de Tinieblas adentro intentan cambiarla, pero como casi siempre sucede, ante la imposibilidad de transformar un sistema enfermo, lo mejor es distanciarse, para no ser tragado por él, o mantenerse en sus márgenes para siempre poder estar alerta.
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