3 de julio de 2015. Por: Alfonso Carvajal.
En El Tiempo.
¿Cómo definir esta novela? Más que un relato íntimo, que lo es, El vuelo negro del pelícano (Sílaba Editores) es la gran crisis de la vida de un hombre sintetizada en algo más de 24 horas. El médico, Fabián Martel, es un escéptico, el que nada espera, un seguidor apático del fracaso. Un hombre de pocas certezas y, por supuesto, de muchos interrogantes. Es como un náufrago que lucha por no salir a la superficie, sino que se sumerge cada vez más en las honduras del alma, porque presiente y simula que ya todo está perdido.
El escritor colombiano Felipe Agudelo Tenorio, debido a su experiencia lírica, a través de una fina manufactura del lenguaje –porque la novela es una aventura verbal– logra crear un personaje distante y cercano gracias a un narrador omnisciente que está incrustado en el inconsciente del protagonista; esto le permite ampliar el espectro narrativo, y entre sorbos de bourbon, reflexionar sobre múltiples tópicos existenciales con una bella languidez. La noche es el telón propicio, porque “la oscuridad es otro sol”, y en ella la lucidez del vacío está a un paso del destierro último…
Pero él es incapaz de la acción, es un faro detenido en sí mismo: y en la inercia ha aprendido “a ser un impostor de manera tan culta que su propia máscara ha terminado por suplantarlo”; Martel aborrece la realidad, pues “el que aprende de sus fracasos termina triunfando”, y para él cualquier ganancia es un engaño. Puede ser un Mersault, y por eso la realidad se la deja a los otros, mientras él se excluye voluntariamente, se embriaga, bebiéndose a montones la irrealidad. Allí está más cómodo. En la soledad balbuceamos los límites del lenguaje y en ese riesgo el autor refrenda la novela en la imagen poética y la ironía reflexiva.
Siempre ha estado frente al mar y un amanecer trajo a los pelícanos, esos “maestros consumados del clavado”, que comenzaron a enfermarse como “ángeles abortados” en la playa, tal vez por viejos, o ciegos de tanto chocar sus ojos contra el mar, o simplemente porque estaban hastiados de este tránsito, y mientras una mujer incendiaba sus recuerdos, Martel, impotente, se refleja en el drama de estas aves sin esperanza. Aquí no importa ni el principio ni el final, importa la travesía del lenguaje. Agudelo Tenorio intentó otro camino, y en su particular elección conquistó un botín: su propia voz.