6 de junio de 2015. Por: Felipe Sánchez.
En El País, Madrid.
No hay obras de Pablo Montoya Campuzano en las librerías de Madrid. El escritor colombiano (Barrancabermeja, 1963), que ha ganado este jueves el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, ha publicado casi veinte libros entre novela, cuento, poesía y ensayo. Pero hay que escarbar pacientemente en las estanterías de la capital española para conseguir por lo menos uno de sus relatos, publicado en una antología que ofrece la librería Juan Rulfo. Tríptico de la infamia (2014), la novela premiada, solo aparece en el catálogo de la Casa del Libro, pero en versión electrónica. Es un autor poco conocido porque no está inscrito en la tradición literaria vinculada al problema de la violencia, muy cultivada por los escritores de su país.
“Yo soy un escritor secreto, oculto, silencioso. También he sido muy crítico con la figuración pública del artista. Este premio me ha caído como un aguacero, pero intentaré capotearlo”, afirma Montoya en una llamada por Skype desde Argentina. El diario El Tiempo, el de mayor circulación en Colombia, tituló la noticia sobre el galardón como “El Rómulo Gallegos fue para un autor casi secreto”. El escritor peruano Iván Thays publicó en su blog (14.400 seguidores en Twitter) que “al parecer, el Rómulo Gallegos de estos últimos años está decidido a descubrirnos autores que no están en el radar de la literatura en castellano”.
Montoya nació en una región petrolera del centro de Colombia, a unos 500 kilómetros al norte de Bogotá. Pocos años después se trasladó a Antioquia, la provincia de la que son originarios Jorge Franco, premio Alfaguara 2014, y Héctor Abad Faciolince, que la próxima semana firmará libros en la feria de Madrid. A diferencia de sus coterráneos, Montoya ha rehusado el tema de las numerosas familias antioqueñas como leitmotiv de su obra. Una pauta que se repite incluso en autores controvertidos como Fernando Vallejo, Rómulo Gallegos de 2003.
Tríptico de la infamia es una novela histórica sobre las representaciones europeas de la colonización de América, narrada por medio de dos pintores franceses y un grabador de Lieja. El horror es común a estos tres personajes del siglo XVI. El de los católicos contra los protestantes en Europa y el de los colonizadores contra los indígenas en el nuevo continente. Montoya usa las ficciones históricas para tratar temas como el pasado, la soledad o la memoria. “Cuando era estudiante en París quería hablar del exilio desde un punto de vista diferente, por eso escribí Lejos de Roma [2008], que versa sobre el destierro del poeta Ovidio”, manifiesta.
Borges dejó sentado a principios de los cincuenta que la tradición de los escritores latinoamericanos era toda la cultura de Occidente. “Creo también que tenemos derecho a esa tradición, mayor que el que pueden tener los habitantes de una u otra nación occidental”, agregó. El escritor Juan Gabriel Vásquez defiende que “Pablo Montoya es uno de los herederos de ese legado”. Incluyó al autor en una antología de cuentistas colombianos porque lo cautivó el recurso del mito griego como metáfora de la realidad de la ciudad de Medellín. “La tragedia clásica de Antígona es un lente a través del cual mirar la violencia de nuestras ciudades. Y Pablo lo hace con elegancia literaria y una profunda humanidad”, afirma Vásquez.
El premio Rómulo Gallegos, que se otorga en Venezuela, está dotado con 100.000 dólares. Montoya es el quinto autor colombiano que lo recibe. Gabriel García Márquez fue el primero, con Cien años de soledad en 1972. También lo han obtenido figuras iberoamericanas como Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Javier Marías, Enrique Vila-Matas y Roberto Bolaño, a quien Montoya ha dedicado este año dos artículos muy críticos. Para el colombiano, el autor de Los detectives salvajes “se mostraba desdeñoso con las labores de la corrección. Y su escritura se caracteriza, ciertamente, por una desidia que salta a los ojos”.
Al igual que Bolaño, Montoya es admirador de Flaubert, “un maestro de la novela histórica”. “Carpentier, Mujica Láinez, Yourcenar, todos ellos me ayudaron a formar mi gusto por ese subgénero”, señala. “La otra parte es mi preocupación por el pasado y por la relación entre el artista y el entorno cuando esta es difícil, represiva, infame, como en el Tríptico”, agrega. Vive en Medellín desde su regreso de París, en 2002, y es profesor universitario de literatura. “No se puede negar, soy un autor desconocido”, comenta, antes de regresar su nueva vida como escritor famoso.