Que un espía ruso haya llegado a Bogotá a comienzos de los años setenta es una rareza en la historia urbana. Que se hubiera vuelto el amante de una española residente en esta capital, ya tiene su trama secreta. Que la CIA lo hubiera enrolado como doble agente era parte de la estrategia del enemigo en la Guerra Fría. Pero que un periodista, llevado por la pura intuición, descubriera que de esa relación quedó una hija, y encima diera con su paradero en Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias, es una historia que no se habría inventado ni John Le Carré.
Y por si todavía le quedaran dudas a alguien de que esto ocurrió así, tanto el autor, Alberto Donadio, como la hija, Alejandra Suárez Barcala, escribieron sendas versiones de la historia, experimento poco frecuente en el mundo editorial. Gracias a los buenos oficios de su amiga y escritora Marbel Sandoval, radicada en Madrid, quien dio con el paradero de Alejandra buscando en directorios telefónicos de España, a la vieja usanza, Donadio pudo contactarla y revelarle la verdadera identidad de su padre, que no era el matemático alemán muerto antes de nacer ella.
Ya en Tenerife, entraron a la casa que había ocupado Pilar, quien como paciente de alzhéimer vive en un geriátrico. Y allí, otra vez se llevaron la sorpresa al encontrar un baúl lleno de fotografías, cartas, tarjetas y ¡dos autobiografías a falta de una! de la propia Pilar, quien tenía pleno convencimiento de su importante papel en la historia. O al menos un ego suficientemente grande para alimentarlo con sus memorias. Tras copiar los valiosos documentos, manjar para un investigador que se ha pasado la vida metido entre archivos para contar nuevas versiones de la historia del país, Donadio regresó a Colombia a escribir la Historia secreta de un espía ruso en Bogotá, publicada por la editorial Sílaba y presentada en la Fiesta del Libro de Medellín en septiembre pasado.
Pescando datos aquí y allá, el autor de numerosos títulos periodísticos sobre banqueros y políticos corruptos, amén de escándalos de corrupción, que todavía no se había ocupado de historias de amor, descubrió por las dedicatorias de varios libros que tenía Pilar en su biblioteca que antes y después del espía ruso fue una mujer muy exitosa con los hombres. Aunque nunca se casó, tuvo admiradores y amantes famosos, como el escritor Jorge Zalamea, a quien conoció recién llegada a Bogotá, y fue su musa un par de años. Y fue por intermedio de su hermano, Luis Zalamea Borda, gerente de la Empresa Colombiana de Turismo, que Pilar recibió la concesión del parador del Neusa. También tuvo un largo romance con Alfredo Cadena Copete, distinguido abogado y político caleño. Pero el hombre de su vida fue Aleksandr Ogorodnik, y así lo dejó escrito en todos los tonos en sus diarios.
Por cierto, el escritor toma el riesgo de reproducir fragmentos de esos diarios y cartas tal cual, con la miríada de gazapos ortográficos y sintácticos de la autora, todo para conservar la auténtica voz de Pilar, que escribía con las mismas ostensibles fallas con las que vivía.
El reportaje de Donadio
Sólo a un escritor como Alberto Donadio se le pudo ocurrir este tema que le surgió leyendo un libro del excorresponsal en Moscú David E. Hoffman, titulado The Billion Dollar Spy, donde mencionaba al espía ruso, el único que hacía espionaje en Bogotá en esa época. A propósito, cuenta el autor que a mediados de la década siguiente apareció en la escena del espionaje criollo Aldrich Ames, funcionario de contrainteligencia de la CIA, que terminó vendiendo información a la KGB. Y su conexión en Colombia también fue su esposa, María del Rosario Casas, respetada profesora de filosofía de los Andes.
En este gran reportaje, con ribetes novelescos por la particular historia, pero apegado a la realidad en cada línea de las 154 páginas, Donadio describe la historia de amor en el contexto de la Guerra Fría en Colombia, cuando las dos potencias luchaban por la supremacía bélica. Describe con detalle cómo fue la operación de la CIA que llevó a que en 1974 funcionarios de esa agencia captaran al diplomático ruso Aleksandr Ogorodnik, miembro activo del Partido Comunista, de 31 años, con un español fluido, elegante y con gustos de sibarita (contrario al estereotipo de la ficción), para asignarle riesgosas misiones que terminaron con su muerte en una cárcel de Moscú, en 1977, cuando ingirió una cápsula de cianuro, como cerrando el guion de una película.
Por su parte, la madrileña Pilar Suárez Barcala llegó a Bogotá en 1961, a los 23 años, en busca de oportunidades de trabajo. Además de guapa y elegante, tenía don de gentes y pronto empezó a trabajar en relaciones públicas. Cuando en 1971 conoció a Sacha —como le decía a Aleksandr— era propietaria de una guardería llamada Babylandia, que quedaba diagonal al Gimnasio Moderno, y hacía un programa en televisión llamado Club del Hogar Cicolac, de la productora de Julio E. Sánchez Vanegas (JES). Se vieron por primera vez en un desfile de trajes típicos de Colombia y otros países en el Teatro Colón y comenzaron un tórrido romance que mantenían con discreción porque a los funcionarios rusos no les permitían tener relaciones personales con extranjeros.
Los encuentros se facilitaron en el parador del embalse del Neusa, que administraban los papás de Alejandra. Aunque ella tenía planes de volver a España, cuando conoció a Sacha aplazó su viaje un año. Después regresó otras cuatro veces a Bogotá para visitarlo. A todas estas, la Central de Inteligencia Americana estaba siguiéndole el rastro al agente de la KGB, y cuando supo de su affaire lo vieron como un blanco fácil para reclutarlo, y la intermediaria fue Pilar.
Sacha aceptó ser doble agente con un sueldo nada despreciable de US$120.000 al año y recibió entrenamiento en el uso de todas las técnicas y equipos de espionaje de la CIA. En 1974 se dedicó a sacar documentos de la embajada rusa, que llevaba a una casa donde los fotografiaba, como se comprueba en una de las imágenes que acompañan el libro. Después de esta misión fue trasladado a Moscú, donde trabajó otros tres años como agente doble. En Colombia fue un exitoso agente, que valía lo que ganaba porque se convirtió en “una inmensamente productiva fuente de la CIA en el Ministerio de Asuntos Exteriores Soviético”, cita textual el autor de un documento de la agencia, fechado en 1993. Incluso, en el Museo Internacional del Espionaje en Washington D.C. hay una exhibición que honra la memoria de Ogorodnik.
La historia de la pareja en Bogotá la completa Donadio con dos fuentes que le dio Alejandra: Rosario Puerto, amiga de Pilar y organizadora del desfile de modas donde se conoció la pareja, y Hortensia Zabala, la empleada de toda la vida de Pilar, que además le ayudaba en la guardería y vivió con ella muchos años en Madrid, y ahora reside en Zipaquirá, Cundinamarca.
La crónica de la hija del espía
Alejandra, que vino a Colombia a presentar el libro de Alberto Donadio, cuenta que pudo juntar las piezas que faltaban en su rompecabezas familiar cuando, en compañía del periodista, leyeron los diarios de Pilar y repasaron sus fotografías y tarjetas de todos los lugares donde estuvo en Bogotá, que ella atesoró con espíritu de coleccionista. Con todo este material, al que Alberto le dio estructura de reportaje, Alejandra se animó a escribir su libro con voz testimonial, como hija de la singular pareja. Cuando tenía 13 años, Pilar le reveló en parte el secreto sobre su padre en un hotel de Marbella, pero ni siquiera le dijo su nombre real.
Hoy, Alejandra tiene 42 años, está casada con Eduardo González y el hijo mayor de 17 años es asombrosamente parecido a su abuelo. Ella, más interesada en desentrañar el pasado de su padre que el de su madre —con quien siempre tuvo una relación tirante—, quiso rendirle homenaje contando esta historia única en los anales del espionaje internacional, que la llena de orgullo.
Y de ser una agente inmobiliaria con su propia empresa en Tenerife, aunque estudió biología, se vio convertida en escritora y comenzó a experimentar las emociones de esta aventura editorial que la llevó, en primer lugar, a Carolina del Norte, Estados Unidos, a visitar a Martha D. Peterson, oficial de inteligencia retirada de la CIA. Marti —como le dicen— reveló el fichaje que hizo la agencia de Ogorodnik en Bogotá. La cita fue en el baño turco del hotel Hilton, en toalla, como en las películas, como quedó recogido en sus memorias. Además, para ambientarse en el mundo del espionaje, lleva un año viendo documentales, series de televisión y leyendo libros donde su padre tiene alguna figuración, como el de Peterson (2013).
Para Alejandra, que publicará su libro en España el próximo año, el proceso ha sido catártico porque, después de vivir con la imagen de una mamá egocéntrica, mitómana y maltratadora, de la que se separó muy joven, recuperó la de un padre amable, cosmopolita y brillante, que respondió por ella aunque no la hubiera conocido, porque siempre le envió dinero a Pilar, aunque ésta dilapidó la herencia.
Lo que sí le quedó a Alejandra fue el diario donde Alexandr habla de su desencanto del modelo soviético. Y aspira a llevar su apellido Ogorodnik cuando gane la demanda de paternidad. Quizás incluso vaya a visitar la tumba de su padre en Moscú y de paso a conocer a sus tíos. “Este año hubo una explosión de información sobre mi padre y supe más de él de lo que había sabido en toda la vida”, dice, antes de partir a Zipaquirá, donde se despedirá de su nana Hortensia, quien, a propósito, debe conocer los intríngulis de esta historia de amor, pero es más hermética que un agente secreto de la antigua URSS.