29 de junio del 2017. Por: JOHN SALDARRIAGA.
En El Colombiano.
La vida sin preámbulos ni protocolos, con dificultades para sobrevivir, con la dureza de los tiempos… Eso abarca la obra de Mario Escobar Velásquez.
Nació en Támesis en 1928 y fue andariego por el departamento, en especial por Urabá. Su prolífica obra está conformada por historias vigorosas de ciudad y de selva. Ahora publicarán sus libros.
La Biblioteca Mario Escobar Velásquez es un esfuerzo de tres editoriales: Sílaba Editores, Fondo Editorial Eafit e Hilo de Plata Editores, con la coordinación de la fundación que lleva su nombre.
El narrador Juan José Hoyos Naranjo hizo las notas introductorias de Un hombre llamado Todero.
Y no pudo ser alguien más indicado, al menos por dos razones: una, Juan José se acercó a Escobar Velásquez y se hizo su amigo desde finales de los años setenta, cuando el escritor de quien hablamos tenía 51 años y Juan José, 25. Y otra, porque este compartió con Escobar Velásquez durante el tiempo en el cual estaba escribiendo el relato del que ahora hace la introducción.
Juan José era periodista de El Tiempo. Mario Escobar Velásquez recibió el Premio Nacional de Literatura Vivencias con la novela Cuando pase el ánima sola. En el periódico se sorprendieron de que un sujeto desconocido y de 51 años hubiera obtenido ese importante galardón y le encargaron al periodista un reportaje.
“Yo creía que este era un verdadero escritor —recuerda Juan José—. Un hombre que se pasa toda una vida pensando y luego aparece con una obra sólida”.
Lo buscó en su casa del barrio Alejandro Echavarría, un sector ocupado por obreros, porque él trabajó en Coltejer mucho tiempo, especialmente en el área de Capacitación. Allí dirigió la revista Lanzadera. Juan José le dijo:
—A mí no me gusta escribir historias si no conozco al personaje. De modo que conversemos una semana.
El periodista se ocupaba por las mañanas de las noticias del diario. Tenía planeado dedicar las tardes para conocer al escritor.
—¿Una semana? Qué periodista tan raro el que me tocó —respondió Escobar Velásquez.
Hablaron, sí, y recorrieron la ciudad en esos días. De ahí salieron un reportaje que publicaron incompleto en Lecturas Dominicales y una amistad que duró hasta el final de los días de Mario, en 2009.
En cuanto a las intimidades de Un hombre llamado Todero, Juan José conoció a los personajes de esta obra en un viaje a Urabá, años después. Mario tenía una finca cerca al río León, en Chigorodó. Hoyos Naranjo recibió el encargo periodístico de escribir una historia sobre el Tapón del Darién y no dudó en quedarse hospedado en la finca de su amigo.
“En esa zona conocí a los personajes del libro. Y también el origen de otros relatos, como Marimonda, Toda esa gente y Muy caribe está”.
Juan José es uno de quienes consideran que entre los grandes narradores, como Mario Escobar Velásquez, todos los libros son un solo libro.
En ese que se encargó de prologar, el que vio escribir en Urabá, cuenta la historia de un hombre que ha pasado la vida realizando muchos oficios y cuando cumple unos 50 años, entrega las llaves de una fabriquita al mayor de sus hijos y les dice: ‘Yo ya les cumplí’. Y decide embarcarse en la literatura, ya no de manera marginal, sino principal.
“Es la historia del escritor que va en busca de su destino”.
Juan José cree que Mario Escobar Velásquez fue un narrador que se esforzó por vivir alejado de la farándula y del ruido editorial. Le molestaba ese mundo fatuo de la cultura como espectáculo.
Se alejaba de las tertulias y más bien encontraba la manera de enseñar y retroalimentarse en los talleres de escritores que dirigió y que se realizaban a la medida de su personalidad. Los de la Universidad de Antioquia, Politécnico Colombiano Jaime Isaza Cadavid y Asmedas, entre otros.
“En los talleres, Mario Escobar era amoroso, pero duro en sus críticas”.
Juan José Hoyos no asistió a ellos, pero recibió algunas enseñanzas del autor de Toda esa gente: que no podía aplazar más la lectura de los clásicos de la literatura. Juan José había leído varios, pero se detenía demasiado en las novedades editoriales.
“Es mejor leer autores muertos —le sugirió— ya sin el bombo de las editoriales. Solos y en el silencio, apenas los defienden sus obras”.
Le recomendó el libro Diez grandes novelas y sus autores, de Somerset Maugham, entre las que no aparece el Quijote.
De temperamento fuerte por la dura existencia que llevó, el escritor tamesino tuvo que guerrearle a la vida para vencer los obstáculos. Pero nunca dio el brazo a torcer.
“¿Usted sabe que Mario Escobar fue cazador?”.