. Por: Julio Olaciregui.
En Libro: Días de tambor.
Mohana, Mohana, espíritu del agua, espíritu burlón
Totó la Momposina
Para Moncho Molinares
Y danos Mohana el bollo de maíz tierno de cada día… así se reza aquí en Puerto Caimán, en las playas de Nueva Andalucía, donde me he casado con una deidad femenina, no te pongas celoso mi Jesús, mi chamán y taumaturgo, Jechú, pero la sotana hedía mucho, papaíto, no es por hacerme el interesante, ella y yo nos “cazamos”, Irene Zambá es hija de la tal Mohana, son como una secta de atletas llamadas Amansaguapos, además preparan unos tamales del carajo, por eso fue que nos “cazamos”, lo escribo con “zeta”, es la época que así lo quiere, una época de cacería, a la niña Zambá se le nota desde lejos que está tragada por el caníbal rosado y barbado entrecano en que me voy convirtiendo, vestido de gris y negro, con espejuelos de pirata, dormitando a la sombra en la hamaca frente al mar, bajo el redondel en palma de iraca llamado por estos indios “maloka”…
Si parece que Irene Zambá sostuviese la cabeza de tigrillo de mi padre gigante como Samsón el Vasco cercenada en sus manos, es una máscara de papier-maché, ellos posan para el pintor Franchis Barriobajo, ese lienzo lo pueden ver en Lisboa si tienen la suerte de ir allá al Museo de Arte Antiguo, lo exhiben muy cerca de la sala donde se encuentra La Tentación de San Antonio, de Jeronimus Bosco, el ambiente es parecido al de estos playones, visiones de puercos saínos vestidos con sotanas comiéndose el maíz de la indiada.
El pintor Barrioabajo, quizás por ser también producto del “zambaje”, como dice el historiador del folclor Abate Morales sobre ese ritmo de moda en los salones de Cartagena, el dichoso “Cumbé”, exagera mi pinta de Hércules y conquistador vasco en ese lienzo, se me notan las 40 primaveras sancochadas, sonrío satisfecho y sudoroso, abrazando no sin ternura a Irene Zambá, la pieza cazada, ella parece una india de 14 años, su piel color panela, o clavo de olor, su sonrisa, la manera como sostiene la máscara, mi cabeza amarilla, peluda, la melena del tigrillo cazado bajo un higuerón, impresionan.
Los cronistas hacen su oficio, mientras escribo el tiempo secreta una baba de caracol, en estas tierras, hay mucho tiempo libre, las horas se me van pero no me hacen falta, viendo este mar color panza de iguana. Las arepas de maíz me traen conceptos: “la roza de la demora”, es el devenir, tiempos nuevos, palabras nunca oídas, “camarico”, “milpas”, voy averiguando datos sobre guerras pasadas, de las que nos amenazan mejor no pre-ocuparnos.
Fray Jordi entiende ya bastante lengua Makaná gracias a Irene Zambá, él va apuntando lo que ella le dice, hoy aprendí que esa planta venerada, dibujada en las cuevas de los murciélagos, se llama “milpa” y también “mahís”.
El olor del monte quemándose en la roza que preparan nuestros protegidos los indios malamberos para la nueva siembra sube hasta la maloca y se enreda con los recuerdos del pasado mes de diciembre; aquí en Puerto Caimán me hallo refugiado desde que me vine huyendo de Cipacua de las hermosas, arrasada e incendiada por un contingente de indios chimilas flechadores, sus cuerpos pintados con achiote cayeron como plaga de Egipto sobre nosotros, yo pude escapar… los muertos fuimos más de 30, mucha gente perdimos en esa tormenta de saliva envenenada que nos trajeron las saetas chimilas; algunos fuimos derribados con un batazo de makana en el cuello. Hormigas ají molíos florecen en nuestras narices y galillos, nos clavan sus espinas de cardones en las venas. Ahora puedo escribir estos cuentos hechizos, arrullado por las olas del mar, aquí en Puerto Caimán donde reina la calma regeneradora de los santuarios, sitios cargados de magias antiguas con rocas totémicas y tumbas.
Se come sabroso, mucha mojarra y yuca, las vespertinas son agradables con tamborileros y flautistas en el malecón. Apenas sale el sol del horizonte con sus rayos salmones o color pepa de mango Irene Zambá viene a buscarme, son las cinco de la mañana y tras zambullirnos en el agua vamos al mercado a comer huevas de urel; ella bebe un jugo de caña, lo veo correr por sus senos. Me mira, entrega sus pupilas de ónix en un suave pestañear de aceptación. Volvemos a la maloka; así desnudos, en cuatro patas, somos lagartos y musarañas, abrazados así parecemos los petroglifos de las rocas pintadas de Tubará, renacuajos, nuestra historia antigua a las cuatro brisas, descendientes de esos hombres y mujeres enfrentados, un ejército de almas perdidas volviéndose esqueletos pegados a la tierra, flores de mancatigre, cuerpos disolviéndose en los huecos de la cangrejera.
Eso fue por los tiempos de aquella guerrilla que hizo temblar las ceibas centenarias de Flores de María y arrancó de cuajo a muchos hermanos, acorralados por el fuego de las bandas de colonizadores avispos, nos dieron caza con sus chopos y truenos, como jabalíes y mochuelos, muchos intentamos escapar de ese olvido saltando sobre la candela y el humo asfixiantes.
En Puerto Caimán, damos fe, llaman al vasco y a la Zambá “la pareja civilizadora”, en el pueblo reina ahora la tranquilidad, son los directores de nuestra escuela de danzas, con ellos preparamos para los carnavales “El baile de los gallinazos”, todos en el mundo agradecen a estos avechuchos que se coman lo podrido, ellos le meten diente sin asco a cualquier cuero agusanado, por eso los poetas no dejan de mencionarlos en sus canciones, nuestro baile cantado lleva los compases de músicas como Palo Mayimbe, Golero Emparamado y Tío Caimán.