13 de junio 2020. Por: Fernando Araújo Vélez.
En El Espectador.
Para quienes me preguntaron,
Una frase de César Menotti me llevó a buscar una pelota imposible a dos metros de un muro casi asesino en un partido de barrio que íbamos perdiendo por goleada un lunes en la noche. En la mañana había leído la frase de Menotti. Que a los amigos no se los dejaba solos, que si le tiraban mal a uno el balón, igual había que ir a buscarlo. Siempre. Por eso yo fui a buscar aquella pelota, que esa noche era maldita, pero que luego fue bendita. Y la alcancé y le pegué al arco y luego me estrellé contra el muro y salieron astillas. Y todo fue un grito, y un dolor a muerte. Huesos quebrados. Un médico. Otro. Clínicas. Yeso. Y a los dos días, escribir una de estas columnas con la mano izquierda. Letra tras letra, como cuando peleaba contra mis primeros teclados. Palabra tras palabra: Ahora que me queda a la izquierda la vida.
Aquellas palabras me fueron llevando a otras, y esas otras, a unas cuantas ideas. A imágenes que se fueron juntando. A viejos sucesos e historias. A la Biblia, a antiquísimos personajes, a Roma, al Derecho, y a igual de viejas costumbres, y a uno que otro hecho, esos no tan antiguos. Todo quedó ahí, en el papel, pero el pasado jamás se queda donde quedó, y a la vuelta de varios meses, otras columnas me llevaron a otras historias, y al hastío de no vivir en “estado de escribir”, y a la convicción de que si yo no escribía la historia que quería escribir, nadie lo iba a hacer por mí. Decidí contar mi versión de los hechos, de muchos hechos que no se contaron, y que si se contaron, fueron tergiversados. En un principio quería que la protagonista de mi historia fuera una poeta, como Anna Ajmátova.
Sin embargo, jamás supe de poesía, y nunca pude escribir un poema. MI poema perfecto se fue aplazando año tras año, porque las palabras y los sucesos me halaban hacia otros lados, o yo buscaba otras frases y otros caminos, y esas frases y esos caminos fueron la vida de una mujer que pensaba, caminaba y amaba y actuaba a la subversiva. Por debajo de las versiones oficiales, de las normas y los mandamientos. Y pretendía cambiar el mundo también desde abajo, a lo subversivo. Entonces escribí a esa mujer, sobre esa mujer, y escribiendo la imaginé y la fui delineando, aunque jamás pudiera verla con claridad. Escribiendo fui contando una historia de años y años y luchas y caídas y rebeliones, una novela cuyo título, Aunque me muera a la izquierda, empezó a aparecer la noche de aquella derrota estruendosa por una frase perdida de un lejano técnico de fútbol.