31 de julio 2020. Por: Elena Chaffyrth.
En Arcadia.
Un viaje rebosante de retratos y memorias que golpean al corazón, la novela de Lucia Donadío propone una oleada sonora de vacíos y redenciones. En esta, refugiarse en el pasado y observar fotografías es el único consuelo para el alma.
“El tono de mis palabras iban cambiando, desde el azul intenso del océano hasta el gris triste de las paredes que me rodeaban”. La nueva novela de la escritora Lucía Donadío Adiós al mar del destierro viaja a través de cartas. En el papel las palabras recobran el aliento. La narración habla de la nostalgia que produce el abandono de la patria y explora las sensaciones que provoca el aventurarse a recorrer nuevos lugares. Al mismo tiempo, expresa esa añoranza de aquellas tierras que presenciaron los primeros pasos y las primeras palabras. Leer esta novela es, en suma, comprender que la historia de nuestra vida en algunas ocasiones no termina en el mismo lugar que nos vio nacer.
El lector sigue a Bruno Cattaneo, un italiano que llegó a Colombia el veintiocho de enero de mil novecientos treinta y ocho. Durante su viaje, el joven observó con detenimiento las olas del mar y, al mismo tiempo, de él se despedía. Soportó largas horas de viaje acompañado de su baúl, ese amuleto que heredó de su abuelo Cayetano, en el cual guardaba objetos preciados y le recordaba su orgulloso italiano. Pero a ese amuleto tuvo que renunciar para sobrevivir en América del Sur. En su novela, Donadío mira con ojos y corazón a esa supervivencia, y nos presenta a un hombre que recorre las calles del Caribe colombiano, sumergido en el calor y en los dialectos del Atlántico.
Entre Barranquilla y Puerto Colombia, Cattaneo descubría oleadas de emociones no percibidas antes en Italia. En las mañanas identificaba el aroma del café, entraba a trabajar en una tienda de telas y luego se entregaba a pensar en desistir, a encontrar cualquier excusa y volver de una buena vez, al país que lo vio nacer.
Entonces recordaba las historias que le contaba su padre, acerca de su bisabuelo Nicola Michele Cattaneo, un hombre que cruzó las estepas rusas y protegió a Napoleón y su ejército. Bruno también descubrió en la fotografía su gran pasión. Observaba que, al capturar una sonrisa, un atardecer, o las figuras del cielo, eternizaba esos momentos. Entrar en contacto con las telas y su amor por la fotografía lo ayudaron a sobrevivir ante tantos acontecimientos y pensamientos adversos.
La novela, claro, teje más historias. La de María Aurora, una mujer engañada por su padre y que, contra su voluntad, es alejada de su abuela y de su país para vivir una nueva vida en Italia. En medio de su sufrimiento, aprende a bordar y tejer pañuelos, resistiendo a tanto dolor a través del arte. Asimismo, la de Evangelina, una mujer obsesionada con ayudar a los mendigos para recibir el amor de Dios. Hombres y mujeres, de aquí o de allá, con la historia de su propio destierro en común. La escritora retrata así la vida de aquellos personajes que sufrieron durante la emigración italiana y cómo, al llegar a América, fueron perseguidos durante la guerra.
“Llegó mi cuerpo antes que mi espíritu, que todavía estaba entrado en el olor y el sabor del trópico, entre las caricias y los abrazos de Isabela y los niños. De repente me sorprendí pisando suelo Italiano y sintiendo un aire distinto a mí alrededor. Un sentimiento nuevo acompañaba la emoción del regreso. ¿De donde era yo? ¿De aquí o de allá?”.
A lo largo de nueve capítulos, el lector recorre la vida de los personajes que decidieron refugiarse en la escritura, en las lecturas, en los tejidos, para soportar noches amargas, alejados por completo de los suyos, emigrantes que con perseverancia y talento sobrevivieron injusticias y adversidades.
Adiós al mar del destierro se disfruta en oleadas fuertes y suaves que, en general, saben a olvido, y bien por ellas, pues nos impulsan a pensar sobre nuestro transitar y a escribir sobre nuestro destierro.