Cada vez que cuento esto, lo cuento con muchísimo orgullo porque es la génesis de una pasión. Cuando yo tenía quince años hice mi primera entrevista seria. Fue al escritor paisa Jorge Franco, cuando recién acababa de publicar su obra más importante, sin duda, Rosario Tijeras. Él era uno de los pocos escritores que ya tenía página web por esos años y de ahí saqué su correo electrónico. Él, generoso como lo ha sido siempre conmigo, me respondió unas preguntas, que seguramente fueron muy bobas, para que yo pudiera presentar un trabajo en el colegio. En esa entrevista, lo pienso ahora, nació la admiración que siento por él. Desde esa primera entrevista han pasado trece años y no sólo lo he entrevistado dos veces más, sino que con el tiempo nos volvimos buenos amigos. Y todo por una entrevista.
La entrevista es uno de los géneros más bellos y agradecidos del periodismo. Es la conversación de dos personas, una que indaga con curiosidad y otra que se confiesa con generosidad. Por experiencia sé lo difícil que es conseguir que un entrevistado se sienta cómodo y cuente cosas. Uno siente como un fresquito en el pecho cuando el entrevistado reacciona a una pregunta con su mejor caudal de historias, y entra en un túnel de evocaciones sin parar. Ese momento es hermosísimo. Conseguir que otra persona, que se mueve con maestría en un oficio, desvele sus inquietudes, sus pasiones, hasta sus mañas.
La colección Letras vivas de Medellín, en asocio con Sílaba Editores y la Alcadía de Medellín, editó el año pasado el que para mí es un libro fundamental si uno es periodista y trabaja con el género de la entrevista. Me refiero a Página en Blanco de la periodista también paisa Ana Cristina Restrepo.
Ana Cristina hizo por muchos años un programa radial llamado Página en Blanco, en donde entrevistó a muchísimos personajes de la cultura en Colombia y fuera de ella. Desde Vladdo hasta Joan Manuel Serrat, Ana Cristina ha reunido voces que fueron formando un arcoíris cultural. Un día le propusieron seleccionar algunas y volverlas libro. La comunión perfecta. Un paso necesario y feliz de la voz hablada a la voz escrita.
El libro comienza con un prólogo magistral de Alberto Salcedo Ramos, el Cronista Mayor de Colombia, en donde describe a Ana Cristina de forma muy precisa: «Guapa, alta, segura de sí misma pero sin alardes. Delicada, fina en sus maneras. Cuando la conocí me sorprendió que su voz fuera tan suave.» Digo que es precisa, porque también conozco a Ana Cristina y ella es así, tal como Alberto la describe.
En una parte de ese prólogo, Alberto también juega a ser entrevistador y le pregunta a Ana Cristina precisamente sobre qué preguntas se haría a ella misma. Como todas las personas inteligentes, Ana Cristina le responde que ella se pregunta cosas todo el día. Y de todas esas que ella se pregunta, subrayé dos que en especial comparto con ella: «¿Por qué me gusta tanto la obra de Héctor Abad Faciolince?»; «¿Por qué soy tan liberal si en mi casa eran tan conservadores?»
Después del prólogo, vienen las entrevistas, por supuesto. Con el libro en mis manos, me pregunté si las quería leer en orden o en desorden. Cuando estuve en Medellín con Ana, me contó su odisea para poder entrevistar a Joan Manuel Serrat. La historia es graciosa, divertida, encantadora, y sobre todo, real.
¿Qué no hace uno por entrevistar a un personaje que le interesa casi con obsesión? Ay… uno haría cualquier cosa. Haría como Ana Cristina, que ante las negativas del representante de Serrat, se atrevió a colarse en su habitación del hotel Intercontinental de Medellín y dejarle una nota en la cama pidiéndole la entrevista. Con esa nota que ella le dejó, cualquiera cae rendido: «Joan Manuel: solo quiero hablar con usted de poesía y música…» No «concédame una entrevista», ni tampoco «por favor veinte minutos para cinco preguntas». No. Ella, elegante y sutil, como una bailarina de ballet, de puntillas, le dejó una invitación para hablar de poesía y música.
Si me meto en la piel de la entrevistadora, como ella bien lo consigue con las pequeñas introducciones que tiene cada entrevista, puedo sentir su emoción al recibir la llamada de Serrat. El saludo bien puede ser el verso de una de sus canciones (¿por qué no compone una así, don Serrat?): «¿Ana? Te habla Joan Manuel».
Página en Blanco tiene nueve entrevistas a nueve personalidades de la cultura, escogidas «con pinzas» por Ana Cristina y su editora, de entre una gran cantidad que ella había realizado en cuatro años del programa. Los seleccionados son maravillosos, pero yo le ruego a esta o a cualquier editorial, que consideren un segundo libro. Los escogidos fueron Beatríz González, Joan Manuel Serrat, Vladdo, Ricardo Piglia, María Cristina Restrepo, Alberto Salcedo Ramos, Antonio Panesso Robledo «Pangloss» —esta fue la última entrevista de uno de los intelectuales más importantes de Colombia, quien además era tío abuelo de Ana Cristina, una genética implacable e irrefutable—, Juan Gabriel Vásquez y María Teresa Andruetto.
Diré que cada entrevistado se transformó en lo que Ana Cristina deseó. Sus preguntas cumplen con una característica que a mi juicio es fundamental para que una entrevista tenga la estética de una conversación de amigos: la sencillez. Lejos de poses intelectuales, sin recurrir a citas pomposas, Ana Cristina hace preguntas simples, justamente esas que no tienen respuestas tan sencillas, pero sus entrevistados le entregan lo mejor de sí mismos en cada respuesta. No puedo dejar de pensar por ejemplo, en una de las preguntas más bellas del libro. Está dirigida al escritor Juan Gabriel Vásquez con el fin de indagar sobre su experiencia como traductor. Ella le pregunta: […]«¿Cómo ha sido ese ejercicio de escribir con mano propia y mente ajena?» La metáfora es tan precisa y la pregunta es tan bonita, que el mismo Juan Gabriel no puede evitar responderle en la primera línea con una repetición de la pregunta: «Eso está bonito: escribir con mano propia y mente ajena.»
Otra cosa es la entrevista al autor del prólogo. Alberto Salcedo Ramos, según Ana Cristina, tiene el alma de tambor. He leído muchísimas entrevistas con Alberto. Yo misma lo he entrevistado en más de una ocasión, pero nunca en una entrevista ha contado tantas historias. Prácticamente un cuento por cada respuesta. La tradición oral vive en este hombre que es un cronista de muchos kilates; el notario de la cultura caribe y popular de Colombia; la voz que narra las vidas de los personajes cuyas voces ya no suenan. En un momento, Ana Cristina le cita al poeta Juan Manuel Roca para preguntarle esto: «¿Cómo definir lo cotidiano?» La respuesta de Alberto, contundente, es casi un aforismo: «Lo cotidiano es lo que asombra a diario».
Voy en el metro de Santiago, la línea 1 que es la que me lleva directo a mi trabajo diariamente. Es el primer día de relectura de Página en Blanco. Lo saco de mi bolso y comienzo a leer. No sé por qué, ya lo he escrito acá en otras ocasiones, pero soy muy quisquillosa en el Metro. Siento con facilidad cuando alguien me está mirando y eso me incomoda y me entorpece de inmediato la lectura. Y esta vez también sentía la mirada de alguien, no exactamente sobre mí, pero como si me siguiera. De repente levanto la mirada para pillar al imprudente y lo reconozco. El vagón va relativamente lleno y él está tan embotado que no me descubre. Involuntariamente moví el libro y él movió su cabeza siguiendo la portada. Un minuto después, pero ya voluntariamente, moví de nuevo el libro y él volvió a moverse siguiéndolo con la mirada. Lo tuve así, como si fuera un gatito jugando con una lana que se mueve, embobado. Yo movía el libro y él seguía. Incluso la expresión de su rostro cambiaba cuando alguien se movía y le tapaba la vista. Cansada del juego, cerré el libro con un golpe fuerte en la estación Escuela Militar, una antes de mi destino final. Él se despertó de su sueño y me miró muy avergonzado, completamente colorado. «Perdóneme» —me dijo bajando la mirada— «Es que ella es muy linda». Y salió corriendo.
Qué mejor manera de definir este libro puedo tener ahora, pensé. Este libro es como su portada —la que pueden ver encabezando este artículo—: hipnotiza.