16 de Octubre de 2012. Por: Alvaro Suescún T..
En Confabulación- Periodico Virtual.
Julio Olaciregui es un barranquillero alto, de pelo enmadejado y nevoso, con unas gafas de aros redondos en carey que le dan la apariencia de un intelectual francés. Es uno de los más originales exponentes de la denominada generación del medio del siglo en Colombia, escritores nacidos en la década de los años 50s, nutrido en las artes del periodismo, profesión a la que ha dedicado toda su vida. Los últimos 26 años vinculado a la agencia internacional de noticias France-presse.
El mundo ficticio que asoma en su obra literaria está alimentado por imágenes sueltas tomadas de la realidad, de ellas se surte para elaborar una especie de documental del mundo que respira. El resultado son una imágenes literarias que parecieran captadas por un narrador que cambia su ángulo de mira para no limitarse a captar lo que tiene frente a sí, de manera que en esas narraciones aparecen a menudo situaciones relacionadas bifocalmente, son los paisajes de una ciudad del caribe que toma forma en los alrededores de Barranquilla y, por otro lado, la aldea global con asiento en Europa.
En Días de tambor, su más reciente obra, conserva estas características. Es una compilación de cuentos publicados por Silaba Editores y presentado en la reciente Fiesta del libro y de la palabra, en Medellín. En esos textos asoma el río Magdalena, la epifanía y el carnaval, el goce caribe, la sangre que bulle con acento africano en los mitos de allá y de acá, el hombre caimán y su confrontación con la civilización en ascenso.
El título que da al libro es un pedacito de la historia negra, de la historia nuestra, caballero. Se sabe que los llamados días de tambor eran aquellas jornadas de asueto y fiesta que los amos blancos otorgaban a sus sometidos en los días duros de la esclavitud negrera. Luis XIV, rey de Francia, había dado vida en 1673 a la Compañía de Senegal para exportar mano de obra esclava a las Antillas a fines del siglo XVII. Su primer ministro Colbert redactó el primer Código Negro, por allá en 1685, para reglamentar el comportamiento de esos trabajadores forzados. De modo que en estos textos está implícita la rebelión, se pone al descubierto el papel de la ignominia jugado por Francia y los castigos a que se expusieron quienes osaron rebelarse.
Julio Olaciregui pone su pluma al servicio de ese particular interés por la africanía (bantús, congos y carabalís), un culto a los palenqueros que aquí encontraron su asiento, a los mulatos que somos todos. Y su ancestral relación, genética, de connivencia, la misma que aquí portamos desde los orígenes de las barrancas de San Nicolás. Su padre, Mario, en las fotos de joven tan parecido al Joe Arroyo, su mismo pelo cuscú, su nariz ancha, y su fortaleza de luchador. Cuando el escritor entró en contacto con los africanos en Paris encontró allí un mundo familiar, las danzas de Anna Camará y Aye Bangoura lo llevaron hasta Guinea y Senegal para bailar esa música que pudo haber nacido en Puerto Caimán o en Puerto Hormiga, cerca de aquí.
Todo ello late en estas breves historias, con personajes que cobran vida en otros relatos sin que ello signifique que la intención es la de hilvanar una temática que pareciera serles común, se entrecruzan en tanto el autor se detiene y reflexiona sobre el oficio de escribir; exhibiendo sus propias emociones a la manera de un diario, observaciones de un sujeto atento a lo que ocurre a su alrededor con permanentes alusiones a esos hechos de la cotidianidad, escritas con la actitud antirretórica del “nouveau roman”, en que Julio Olaciregui se cuida de intervenir en el desarrollo de las situaciones y los personajes, solo es un espectador entre una panorámica amplia que cobra vida, empieza a rodarse con el lente de un cineasta al que le gusta la ópera, pero más el teatro y la música, los oratorios, la poesía, y sobre todo andar vagando por las calles tomando notas, cogiendo punta.
El conjunto de los temas tratados es muy diverso, y puede resumirse de varias maneras: el acto sexual como parangón de la creación artística; el caribe y sus danzas como representación vital, la presencia constante de la violencia en Colombia y sus diversos motivos, Bob Marley y la marihuana como liberación o catarsis; la búsqueda del mito, ya sea caribe, ya sea griego, como respuesta al pensamiento racional.
Esa amplísima temática aflora en una prosa correcta, cuidadosa, pulida con esmero, desarrollándose con fluidez, insertando cada trecho algunos párrafos en cursivas que traen reflexiones, máximas en latín, fragmentos de poesía, cánticos del Caribe y citas de reconocidos autores. Es cuando se hacen ostensibles Nathalie Sarraute, Claude Simon, Michel Butor, Robert Pinget, Marguerite Duras y Samuel Beckett. Se descubre entonces que sus influencias están definidas por Roland Barthes y Alain Robbe-Grillet, entre los principales. La búsqueda por generar imágenes es notoria así como el uso de términos coloquiales, aquí aparece también “el brujo de Otraparte”, el gran filósofo Fernando González, con un efecto congruente en esa narrativa con pocos o ningún punto de tensión, de manera que cuando requiere alguna pausa para el desenvolvimiento general del relato, ocurre por la manera desenfadada como afina un ritmo casi sin fin.
La publicación de este nuevo libro de Julio Olaciregui permite renovar el contacto con su obra, persistente y de alto contenido, fiel a su estilo caracterizado por un tono muy particular, difícilmente imitable. No ha sido fácil mantener este mismo tono con el correr de los años, una voz propia que lo distancia del temido lastre del boom literario latinoamericano, proporcionándonos el placer que producen las frases cortas y sugerentes en esas extensas historias de pocas palabras.
Cartas de los Lectores 251 – Octubre 16 de 2012
FELÍZ REENCUENTRO. Hace ya bastantes años dejé de saber de Julito Oliaciregui, a quien encuentro ahora en esas generosas páginas de Con-fabulación y con una inmensa emoción le envío mi saludo a través de ustedes, pues Julito —como le decíamos muchos de sus secretos lectores—, se hizo fundamental en mis primeros años de formación literaria, no solo con Vestido de bestia sino con diversos de sus cuentos que se convirtieron en punto de referencia para mí y mis contemporáneos. Gracias de nuevo confabulados por esos espacios sorpresivos y gracias a Álvaro Suescún por la reseña que como él mismo dice, nos permite volver a tener contacto con su obra. Manuel José Corrales Torres, Cartagena