26 de septiembre de 2020. Por: Literatura.
En La Cebra que habla.
En esta ocasión, Sílaba Editores nos comparte fragmentos del libro de poesía Abismo de origen de Fernando Cruz Kronfly. Una novedad editorial de ésta casa.
De niño tuve una epifanía precoz: sentí mucha tristeza de la humanidad. Esto signó mi vida. No era un dolor mío, no había motivo. Fui feliz. Pero, aún así, arrastraba una persistente tristeza ajena.
Necesité siete décadas para encontrar, entre la niebla, el motivo de esa melancolía de origen, para remontarlo a la esfera de la razón. Las ciencias humanas me enseñaron que de la especie humana se puede esperar cualquier cosa. Lo mejor y lo peor. Cuatro, tres, dos millones de años lo dicen todo. El ser humano pertenece a una especie trastornada, enloquecida, que huye de su origen e inventa lo que sea para negarse, para justificarse. Es el animal que ya no es, dice Agamben. Y esto es grave.
Lo anterior siempre hizo parte de mis intuiciones de juventud, pero siete décadas de lecturas informadas me fueron situando en el entendimiento de la enigmática especie animal de la que hago parte. Antes de desaparecer de este mundo, quise tener claridad. Entonces he venido a sentir un dolor racional aún más profundo. Pertenezco a una especie perdida que a ciegas avanza hacia un final incierto. Ahora puedo sentarme tranquilo a tomar mi té en Babilonia. Dudo que encuentre con quién. Este poemario es hijo de ese inmenso dolor.
EN EL NOMBRE DEL HIJO DEL HOMBRE
que fue abandonado;
en el nombre del abandono mismo
y la dicha de hallar ilusión en las causas perdidas;
en el nombre del abismo poético,
donde la lengua se contempla a sí misma;
en el nombre de los manteles,
los jardines y los árboles
cubiertos de lágrimas de dolor y alegría;
en el nombre de las epifanías
que llenan de lumbre los fangos azules;
en el nombre de los librepensadores iluminados
que recitan en las cantinas
por los arrabales se oye decir:
NO BAJÓ DE LA SANGRE DEL CIELO,
tampoco de las destilaciones del éter.
Nadie sopló nariz alguna
a la hora del polvo y los llantos de su nacimiento.
Trepó de la tierra el alma que alumbra,
que oscurece,
que perturba la carne del hijo del hombre.
Subió del pantano
el espíritu que pulsa violines,
que reza,
que goza el hervor de la carne en tinieblas.
Que en sus alegrías canta
con esperanza y terror a la muerte
los salmos profundos así:
no me abandone quien sea,
no me deje tirado en este demacrado mar de lágrimas.
MAÚLLAN AL FINAL DE LA NOCHE GATAS CIMITARRAS,
fangos violetas avivan los ojos de extensos lagartos.
El logos que habita la lengua que habla
enriquece su modo mordiendo cartílagos
que el hijo del hombre hecho a las volandas arrastra
a la cena.
Decenas de uñas de mujeres andan por rastrojos
en busca de fémures.
Duermen crías humanas encima de costillares vinagres.
Alumbran los astros el éxodo por el camino del Norte.
Calcañares heridos acezan por trochas,
la escarcha se quiebra en rumores grises.