Junio 11 de 2017. Por: Claudia Patricia Mantilla.
En 15 impreso.
Entre 1970 y 2015, un total de 60.630 personas fueron desaparecidas en Colombia, según datos del Centro Nacional de Memoria Histórica. Con este epígrafe más que estremecedor abre la nueva novela de la periodista y escritora colombiana Marbel Sandoval Ordóñez, “Joaquina Centeno”, que hace parte de una trilogía sobre la violencia de Colombia, y que la antecede su ópera prima “En el brazo del río”.
Más adelante, se lee una nota de la autora: “Esta novela está construida sobre un hecho real, pero todos los personajes y sus
situaciones son de mi absoluta ficción”. Pero, ¿por qué llevar a la ficción literaria una historia que bien podría dejarse a la investigación periodística? Periódico 15 conversó con la autora en el marco de la pasada Feria Internacional del Libro de Bogotá.
“Una novela es lo que es: ni la verdad ni la mentira. Esta es a mi juicio la función de la ficción. No dar noticias de unos hechos, sino dar vida a lo que, de otro modo, acabaría convertido en mero dato, en prototipo y en estadística”.
Con estas palabras del escritor Eduardo Mendoza en su discurso de aceptación del Premio Cervantes, Marbel Sandoval se siente identificada. Y añade: “se habla de 60.630 personas desaparecidas en Colombia, pero cada número es una víctima y una cantidad inmensa de víctimas que sobreviven al desaparecido. Si esto se deja solamente en número no significa
nada pero, si se lleva a una novela y se cuenta la vida de una persona que ha visto pasar sus días buscando a su hijo desaparecido, quizá el lector entienda y se sensibilice con
su dolor”.
“Joaquina Centeno” está narrada desde la voz de dos mujeres, lo mismo sucede con su anterior novela, “En el brazo del río”, en la que Paulina y Sierva María, las dos niñas protagonistas, dan cuenta de la masacre de Vuelta Acuña, ocurrida en Cimitarra – Santander, en 1984.
El hecho de que sean mujeres es una circunstancia que para la autora resulta gratuita, “cuando escribí “En el brazo del río”, la
primera frase que me salió fue: El cuerpo de Paulina Lazcarro nunca fue encontrado. Y de ahí en adelante, quien empezó a narrarse a sí misma fue una voz femenina, Sierva María. Luego pensé que esa voz tenía que complementarse con la voz de la muerte. Y, los hechos decían que la persona violada, asesinada y desaparecida era otra niña. De ahí que la novela se cuente en dos voces femeninas.
Cuando empiezo a escribir Joaquina Centeno, Joaquina es una mujer, una mujer que para mí condensa todas las madres de Colombia que están buscando sus hijos desaparecidos”, explica la autora Joaquina, en realidad nace a partir de una imagen que quedó grabada en su memoria cuando trabajaba en Bogotá. Recuerda con claridad a una señora morena de pelo blanco que llegó a la sala de redacción de Colprensa, en 1986, para llevar información de la Asociación de Familiares Desaparecidos, Asfaddes. “Me entero que esta señora es Josefa de Joya quien cuenta la historia de su hijo que desapareció hace 4 años”. En ese momento, ya había llegado a sus manos una lista de desaparecidos en el país que ascendía a 3000 personas. “Es un tiempo en el que tengo información de primera mano. Veo y siento el dolor de las víctimas, también escucho algunos victimarios. En una mirada retrospectiva se diría que el gobierno de Belisario Betancur es un gobierno caracterizado por las desapariciones mientras que el gobierno anterior, el de Julio César Turbay Ayala, es un gobierno caracterizado por la tortura y los presos políticos”.
Sólo décadas después, comprende que su novela será contada desde las vivencias de una madre que busca a su hijo desaparecido, y escribe el libro prácticamente en seis meses. “En ese momento, 2011, La Corte Suprema de Justicia debía pronunciarse sobre el caso real de lo que se conoció como ‘colectivo 82’, el cual denunciaba cómo trece hombres fueron detenidos y once de ellos desaparecidos por el organismo de seguridad del estado, F2. La Corte Suprema de Justicia decide devolver el caso a La Fiscalía y abrir de nuevo la investigación. Accedo al fallo de la Corte y, en ese instante siento que debo escribir la novela”. Así, nacen las primeras líneas
en un invierno de Madrid. La novela estará lista para la primavera.
Estructura la obra en diez momentos que alternan con cuatro síncopas en las que se entrecruzan dos historias paralelas que terminan relacionadas por la problemática del narcotráfico y la práctica espeluznante del llamado “falso positivo”, crímenes cometidos por organismos del Estado para entretejer una pérfida dinámica en la que se desaparecen y matan personas, y se las inculpa de delitos que no cometieron con el fin de recibir recompensas.
“El dolor que vive Joaquina que ve agotar su vida sin encontrar justicia no deja de cuestionarme. Estamos en 2017 y el personaje de ficción está hecho sobre un personaje real. Y un país que no tiene justicia es un país que está condenado de antemano”, afirma. La novela tiene forma circular porque poco a poco añade datos como la vida misma de Joaquina Centeno, una madre que busca a su hijo desaparecido y que se sobrepone a las circunstancias más adversas para sumar un dato y otro más hasta encajarlos en una suerte de rompecabezas que la llevarán a la verdad. “Reparación yo creo que no va a ver pero, espero que por lo menos haya para ellos el reconocimiento de un estado de que fueron agentes de seguridad de ese estado quienes desaparecieron a sus hijos, a sus maridos, a sus hermanos, a sus padres”, añade.
En la medida que transcurre la novela se configura una ciudad,
Bogotá. Y en la medida que se recorren las páginas, esta ciudad se ensancha en una cartografía desgarradora. “En este país, que
tiene una vocación eminentemente agraria, el 30% de su población sobrevive en las áreas rurales, y el 70 % en las ciudades. ¿Por qué? Porque en los campos no ha habido posibilidades de desarrollo, y sí han llegado grupos de todas las tendencias a sacar a los campesinos. Ha llegado la guerrilla,
el paramilitarismo, el Ejército, la delincuencia común y un Estado
que los ha dejado abandonados. Las principales víctimas de este
país están en los campos colombianos. Esas personas son las que migran y conforman las ciudades, algunas con mayor fortuna se integran a los estratos obreros. De allí que Joaquina Centeno se remonte a la última de las guerras contemporáneas del siglo XX. A la guerra de la violencia. Y es esa geografía la que se expande en la novela. Cuando hablo del papá de Joaquina es gente que viene del Tolima, de la violencia conservadora y liberal.
Es la forma que encontré de mostrar un país que ha crecido de
manera desequilibrada”.
La novela también refleja las mutaciones perversas del narcotráfico en Colombia. “El narcotráfico le ha hecho muchísimo
daño a este país, inclusive mucho más que una guerra entre hermanos. Porque el narcotráfico todo lo corrompió. Las guerrillas
que inicialmente tenían reivindicaciones políticas fueron tocadas
por el narcotráfico, las clases económicas en las ciudades, también. El dinero fácil se hizo parte de una cultura, y no solamente entre los traficantes de droga. Sin narcotráfico otra hubiese sido nuestra historia. De hecho, en Joaquina Centeno aparece un hombre que es extraditado por narcotráfico y termina inmiscuido en la historia”.
Pero, si hay algo en lo que repara el libro es en el tiempo, un
tiempo marcado por un antes y un después, -antes de la desaparición de Joel, el hijo de Joaquina, y después de su desaparición-. “Es tan atroz y tan aterrador lo que nos pasa a los colombianos que creamos pequeñas islas en nuestra familia, en nuestro barrio, en nuestra comunidad para sentirnos protegidos y aislarnos del entorno. Eso nos permite vivir, nos salva de alguna manera. Pero, en realidad no es así. Porque cuando llega la violencia y nos toca de manera directa, nuestra vida se parte en dos. Una ruptura que se da para siempre. Y eso fue lo que le pasó a Joaquina. Y, Joaquina son una y cientos de mujeres”. Mujeres que no pierden la esperanza de que sus seres queridos
aparezcan. Por ello, la espera es una condición que atraviesa la novela, y está relacionada directamente con la incompetencia de la justicia, y con un cerco de mentiras y contradicciones que buscan ocultar la verdad.
Cuando Joaquina Centeno se rectifica a sí misma y, en lugar de decir “desaparecido”, dice “lo desaparecieron” no sólo reconoce
la irrupción de la violencia en su vida, sino que además asume con conciencia vivir eso que le tocó. Una lucha tremenda puesto que, tanto en la novela como en la realidad colombiana de ese entonces, la desaparición forzada no era tipificada como delito. “A Joaquina y a todas estas mujeres les toca empezar por dar una pelea, llevar a tribunales internacionales su caso y hacer que Colombia acepte pactos internacionales donde la desaparición de una persona sí es un delito, y no un acto de ilusionismo. Un delito que debe ser castigado”.
Si bien, la desaparición forzada en Colombia hoy día es
considerada delito, Sandoval insiste en que “los casos de desaparición forzada de los años 80 en el país tal vez nunca vayan a tener reparación porque fueron víctimas de esa década, y las víctimas que les sobreviven ya están envejeciendo, al igual que los victimarios. Josefa de Joya estará al borde de los 83 años, y mi personaje de ficción, Joaquina Centeno, ya está abandonando la vida y no ha visto justicia aún. Se van a ir con ese hueco adentro y con ese dolor que se arrastra toda la vida”.
Este tipo de novela tiene unas características que se apartan del
género policial, o novela negra. La docente Erika Zulay Moreno
afirma que, si en algo se parecen estas novelas de crímenes es en que nunca se llega a una instancia de sanción y los culpables siguen libres. En Joaquina Centeno pasa igual, la lucha incansable por encontrar familiares desaparecidos, así sean sus cuerpos, el sobreseimiento de los casos, es decir, los procedimientos judiciales que se suspenden por falta de pruebas,
en fin, los nombres de los desaparecidos que se archivan en
expedientes para generar un ciclo vicioso en el que la justicia siempre está empezando de cero. Y aunque es un tanto desesperanzador este hallazgo, tal como afirma la autora: “estas novelas están retratando desde muy dentro lo que somos”.
En la página 151 se lee: “A estas alturas , con todo el tiempo
que ha tenido para pensar, Joaquina aún no entiende si es indiferencia, indiferencia pura y dura, o por el contrario , es la necesidad de vivir a pesar de todo, de blindarse contra tanto estropicio y tanta muerte, de llegar al fin de una día más y pensar que hay mañana; que no, que a mí no me va a pasar eso tan atroz que está pasando y que les está pasando a otros. Al fin y al cabo, ella vivió así hasta que tocaron en su propia casa, y los hirieron para siempre, porque esto es la desaparición de Joel, una herida que no desaparece”. Y que muchos insisten en
no ver. Por ello, respecto al papel que ha jugado la sociedad civil en el conflicto armado colombiano y, particularmente frente al tema de la violación de derechos humanos, la escritora considera que “hemos guardado demasiado silencio, creo que nosotros estamos adormecidos, pienso -como Joaquina- que somos completamente indiferentes, sólo hasta que nos toque a nosotros, en nuestra propia carne, podremos reaccionar. Como sociedad civil es muy poco lo que hemos hecho y, creo que en
general el mundo está como está por el silencio de las mayorías”.
Sin embargo, frente al aporte que han hecho las mujeres colombianas en la búsqueda de verdad y justicia en nuestro país, dice Marbel Sandoval que “las resilientes somos, en general, las mujeres. Los hombres mueren en la guerra. ¿Quiénes sostienen las familias? Las mujeres. ¿Quiénes buscan, insisten y persisten? Las mujeres. Tenemos un papel fundamental y al mismo tiempo somos las víctimas de esta guerra. Si miramos el índice de violencia contra las mujeres encontraremos mujeres violadas, vejadas. Y, sin embargo, somos quienes sostenemos esta
sociedad.
Joaquina insiste a través de la novela que si no existiera la
memoria tampoco existirían las víctimas. Por esto la memoria
es fundamental. La memoria no es una palabra más acuñada en la jerga de la guerra. Joaquina son una y miles. “Miles, como ella
misma, que esperan que la justicia actúe, miles que nadie ve y que existen, porque es como si lo sucedido a ella, a su familia y a los otros se hubiera normalizado, que el verbo desaparecer hubiera pasado a volverse parte de la vida, de una vida en un país en el que todo pasa como si no pasara nada”.