A los tres años, Coll De Benvenuti acostumbraba robar los juguetes a los otros niños para abrirlos y ver qué tenían dentro. Poco después, sus padres decidieron apartarla de todo contacto con sus amigos para que no intentara también mirar dentro de ellos. La anécdota puede parecer trivial, pero sirve para hacernos a una idea clara de la vigorosa y osada tarea que ocupó a la artista en los treinta fecundos años de actividad creativa. La primera obra de Coll, intitulada llamativamente Canales y arterias, presentaba una serie de fotografías sobre cristal líquido que parecían imitar las imágenes conseguidas por medio de endoscopias. El lector reparará en que hemos usado el verbo parecer. Y, en efecto, deberá recordarse que Andrea Coll fue, en su momento, uno de los más significativos y celosamente guardados secretos de la actividad artística predinástica, porque nunca se pudo determinar si las historias que circulaban alrededor de su trabajo plástico eran meras simulaciones o la explicación verdadera de su obra. Con el alma en la boca, por ejemplo, ha pasado por ser una fotografía tomada en tiempo real, que muestra un chorro de esperma fluyendo hacia el infinito. Sin embargo, otros proponen que lo que Coll hizo fue pintar algo parecido al líquido vital fluyendo contra un fondo negro y luego fotografiar su misma pintura. Se entiende el doble ilusionismo, la intrépida tarea de disfrazar una técnica con otra. Otros especuladores han hablado de que pintó con el semen directamente sobre el lienzo, pero esta hipótesis resulta temeraria sin técnicas de datación que comprueben el origen de tan remotos vestigios. Algo similar ocurre con Gema, uno de sus trabajos más intrépidos, pintura a la aguada hecha al parecer con secreciones, y que representa una joya incrustada en una especie de fondo malva con apariencia de mucosa. No obstante, complejos estudios han mostrado que no hay la más mínima evidencia de que alguna materia orgánica haya sido empleada en la obra. El lector recordará la polémica suscitada entre algunos propietarios de sus piezas, que habían pagado una fortuna, ilusionados con la veracidad de la encarecida descripción de su origen.
Al parecer, influida por las tendencias más tardías del arte post-humano, Coll emprendió una tarea que aún hoy, cuando el arte abyecto ha encontrado una extraña proximidad con las ciencias biomédicas y la psicología criminal, causa controversia. Consistía su proyecto en insertar dentro de su estómago una pequeña cámara fotográfica para documentar el flujo y el reflujo de sus líquidos internos. Cuentan algunas crónicas de la época que, en un momento dado, se vio la necesidad de que Coll estuviera desnuda, acostada en una especie de base blanca dispuesta en el centro de la galería. Los espectadores, dependiendo de la pared a la que se acercaban, podían tener diferentes datos de lo que ocurría en el interior de la artista. Unos discretos parlantes transmitían en una de ellas los sonidos de su marea interna. En otra, una pantalla de video oval mostraba lo que ocurría en sus intestinos. En una más, aparecían algunos textos, transcripciones de palabras insultantes dichas por la artista mientras se insertaba la cámara.
Esto inauguró la fase de la digestión. Posteriormente, la genital y la respiratoria no dudaron en aparecer, dando paso a una obra de clara vocación espiritual, sin los evidentes rasgos autobiográficos que se veían en proyectos anteriores. El espectador de la exposición retrospectiva que se ofreció años después de su muerte en el Centro de Investigaciones Somáticas, podrá ver, no solo documentos de sus obras más representativas, sino también invaluables registros de sus primeros intentos de lidiar con las técnicas y procesos del arte. Algunos collages de radiografías, arte objetual hecho con jeringas infectadas y vídeos de performances que imitan sesiones ginecológicas ayudan a configurar la imagen de una artista que supo llevar el arte más adentro de su piel, una piel que cuelga en el vestíbulo del museo como ejemplo de la unidad estilística de su trabajo y como advertencia para que el espectador mire más adentro de lo que se puede. Coll murió el 10 de junio de 2047 de una infección auto inducida, la cual tenía un vínculo secreto con su último proyecto. Sus memorias y un pequeño opúsculo (Cómo se filosofa con el bisturí) permanecen atentos a una nueva edición que se prepara en Italia del Norte, país de origen de su madre.