Julio 11 de 2016. Por: Jaime Darío Zapata Villareal.
En El Mundo.
Aunque Luis Germán Sierra ya había publicado ensayos, reseñas y poemas sueltos en trabajos colectivos, Coda de silencio es su primer libro de poesía.
La lluvia había cesado afuera. El pequeño niño se dio cuenta y aprovechó para salir de la casa; un poco antes, había cogido una hoja de papel del suelo y la había observado con detenimiento: estaba mojada, las letras se escurrían por la humedad y no se podía leer nada. Igual, el niño trató de descifrarla, de otorgarle un orden, de encontrar algún indicio visible en ella, pero ni el esfuerzo ni la tozudez del entusiasmo hicieron posible lo que era imposible: que el niño leyera aunque tuviese tres años, que el niño leyera aunque no supiese leer.
“Yo sentía unas ganas muy fuertes de saber qué decía ahí. Me dieron ganas de aprender a leer, así no supiera qué era eso, sólo para poder descifrar cosas como esas. Esa fue tal vez mi primera reflexión inconsciente sobre el acto de leer”, recordó Luis Germán Sierra (Girardota, Antioquia, 1957), en la Universidad de Antioquia (su alma mater y donde trabaja actualmente), a propósito de la publicación en Sílaba Editores de su primer libro de poesía Coda de Silencio.
Otras experiencias de lectura –ya con más años a bordo, pero con el mismo asombro y curiosidad del niño que busca- harían mella en su destino de lector infatigable, de hombre generoso con las palabras y con el oficio de leer: “En ese lector anárquico que he sido toda mi vida yo he tenido una predilección por la poesía. Pablo Neruda, José Asunción Silva, Barba Jacob fueron poetas que me marcaron un camino y me hicieron ver que la poesía exigía un lector atento, paciente, que la complejidad estriba en los detalles mínimos”, explicó el poeta antioqueño.
La poesía de Sierra opera por sustrato: se trata de dejar sólo el hueso, la imagen vital del poema que logre edificar una estética íntima con un mínimo de palabras. “En mis lecturas definitivas siempre estuvo la poesía. Yo participé en grupos de poesía, en una revista que se llamaba Grano de Arena y siempre fui amigo de poetas. Pero ya como creador, la lucha fue por decantar una voz y buscar un estilo; porque encontrar una poética que lo identifique a uno cuesta la vida misma. Es algo que no se puede pretender crear mediante una carrera ni cursos. Todo eso fue lecturas y escribir, escribir y escribir. Un lector convencido es un escritor en potencia”.
La publicación sucedió después: ya llevaba escritos varios poemas, desde hace mucho, y lo que hizo fue escoger y pulir, reescribir y continuar reescribiendo hasta quedar con un puñado de poemas que lo convencieron y gustaron entre los amigos, quienes lo animaron a publicar y mostrar esa voz que siempre estuvo ahí, replegada, leyendo a otros, pero escribiendo para sí mismo: “Yo todo este tiempo he sido ensayista y reseñista de libros ajenos. Ahora es mi turno de estar en la palestra. Ver cómo me leen los demás. Vamos a ver cómo me va del otro lado”.