Abril 16 de 2016. Por: Semana.
En Semana.
El experto en la Amazonia, autor del libro ‘El río’, que inspiró la película ‘El abrazo de la serpiente’, conversó con SEMANA a propósito de su nuevo trabajo ‘Los guardianes de la sabiduría ancestral’.
SEMANA: Su nuevo libro buscar reivindicar las culturas ancestrales. ¿Hay algo que le guste de las culturas modernas?
Wade Davis: Lo más importante del libro es que yo no escribo contra mi propia cultura. A mí me encanta mi cultura. La medicina moderna, por ejemplo, es una maravilla. Lo que digo es que cada cultura tiene algo para decir y que la humanidad tiene la obligación de escucharlas a todas.
SEMANA: El mundo polarizado de hoy no refleja necesariamente ese pluralismo.
W.D.: En el siglo XIX, la ciencia creía que la cultura era progreso. Es decir, que primero vinieron los salvajes, luego los bárbaros y al final la civilización. Esa es una teoría absurda y mentirosa. La genética nos permite saber que todos tenemos la misma raíz en África y que, a su manera, cada etnia tiene hasta hoy el mismo poder y la misma inteligencia.
SEMANA: ¿Entonces no hay unas culturas distintas a otras?
W.D.: Las culturas son, al fin y al cabo, una sola respuesta en 7.000 voces distintas a la pregunta sobre qué significa ser humano. Y muchas de estas lenguas se están perdiendo.
SEMANA: A lo largo de la historia se han extinto muchas cosas…
W.D.: La extinción es parte de la naturaleza. Pero esto hay que verlo en contexto. En 600 millones de años, el número de especies nuevas fue mucho más alto que el de especies extintas. Hoy, la pérdida tiene una velocidad sin precedentes. Lo mismo pasa con los idiomas. En las calles de Roma nadie habla latín, pero la pérdida de esa lengua tuvo lugar después de que aparecieran todas las lenguas romances. Hoy estamos perdiendo lenguas a gran rapidez.
SEMANA: Cuando se pierde una lengua, ¿qué más desaparece?
W.D.: Todo aquello que un grupo de humanos nos quiere decir. Las culturas ancestrales no son plumas, trajes y canciones, sino unos valores y una búsqueda de respuestas a la existencia. Cada cultura equipa a sus miembros para detener el corazón bárbaro que todos llevamos.
SEMANA: Si eso es así, ¿por qué el mundo sigue enfrascado en odios y conflictos?
W.D.: La violencia, sea en Colombia, Oriente Medio o Ruanda, se da cuando la cultura se quiebra. La cultura no es trivial; es lo que cohesiona a la civilización.
SEMANA: Deténgase en Colombia. ¿Aquí se quebró la cultura?
W.D.: La geografía colombiana es complicada, y aquí el Estado federado no fue fuerte. Entonces, desde temprano, este se convirtió en un país de regiones, donde se marcaron mucho las diferencias entre los que han tenido tierras y los que no, entre los ricos y los pobres, y entre los conservadores y los liberales. Ese fue el caldo de cultivo para el conflicto. Y cuando la muerte se volvió normal, el corazón bárbaro se liberó.
SEMANA: ¿Cree que la violencia es un rasgo cultural de los colombianos?
W.D.: Si juntamos guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes, digamos que hay unas 150.000 personas metidas en la violencia. Entonces, 45 millones de colombianos no están en eso, y así la guerra no es un problema causado por los colombianos, sino por una parte muy reducida de ellos. Esto me deja estar seguro de que aquí la mayoría quiere paz.
SEMANA: Pero la mayoría se muestra más bien escéptica hacia la paz.
W.D.: Le cuento que he estado viajando por el río Magdalena y que a esos viajes dedicaré mi próximo libro. En los recorridos he conocido gente que ha sufrido mucho, pero que no ha renunciado a sus sueños. Yo pienso que los sueños pueden ser un punto de partida para una nueva realidad. ¿Cuántos cuerpos se arrojaron al Magdalena? El río, sin embargo, no deja de fluir. Aquí hay un símbolo muy fuerte de lo que debería ser el futuro del país.
SEMANA: ¿Pero cómo hacer fluir a la sociedad si guarda tantas heridas?
W.D.: En Ruanda, donde vivieron un conflicto étnico sangriento, una vez al mes el país se detiene para limpiar un lugar. Cualquier sitio: un jardín, una carretera… Ese es un símbolo de restitución y reconciliación. Yo sueño con que los colombianos algún día limpien el Magdalena: corazón del país, hermoso desde la cuenca hasta la boca.