Por: Carolina Bustos Beltrán
Hablaré de uno de los últimos libros de la escritora colombo española Adriana Hoyos, publicado en Colombia por Sílaba Editores este año. Mis palabras podrían ser ligeras al lado del generoso y erudito prólogo que escribe Gabriel Saad, Profesor de Letras de la Universidad Sorbonne Nouvelle – París 3, en el que hace una lectura juiciosa, acercando al lector al diálogo que establece la poeta con otras poetas esenciales. Pequeñas guiños que se incrustan o adhieren al ritmo lógico de esta conversación íntima, en los que ella y su otra « yo » que puede ser: Alejandra, Marina, Idea o Sor Juana Inés conversan sobre los temas pilares de la poesía.
Los poemas parecen ser, uno solo más extenso, parece ser de igual manera, un gran tejido, concuerdo con Saad. Yo veo el enrramado de un árbol alentejano en el que se bifurca la música de los pájaros, el canto del «S O Y» que es ella misma adentro del poema. Creo que en la poesía de Adriana el tronco de ese corpus poético, en el caso de «Esa que canta hacia adentro», es la polifonía de las voces de esas otras que conhabitan con ella y como las notas danzan en la partitura.
Retomo estos versos con los que inicié:
« Hablaré del néctar sagrado del libro
Hablaré del pulso de las horas
Hablaré de lo cotidiano con sencillez
Como merecen las cosas importantes »
A partir de estos cuatro versos el lector podrá imaginar a que se enfrenta en la lectura de este poemario: la relación entrecha casi sacra y mística con el libro y la escritura (Sor Juana Inés o Santa Teresa de Jesús); el tiempo con sus horas, silencios o pausas sin (,) (Ida Vilariño); lo cotidiano como instante o lugar al que llegamos a sentirnos apacibles o desconcertados (Juana de Ibarbourou) y las cosas importantes, tal vez las más sencillas, hondas y dislocadas dónde a lo mejor nace el poema (Alejandra Pizarnik, Blanca Varela, Silvia Plath…y todas las demás que cantaron hacia adentro).
Cabe reconocer el camino de la poeta como lectora y, como este camino forja a la mujer que mira al mar. Ese trasegar es infinito y deja una traza en la arena.
Gracias Adriana Hoyos por este regalo de ramas rojas e iluminado por el sol de julio.
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