Enero 8 de 2016. Por: Virgilio Galvis Ramirez.
En Vanguardia.com.
Tuve la fortuna de crecer al lado de “Cusita”, mujer sin par, quien en su existencia y a pesar de nexos de sangre, al pan, llamó pan y al vino, vino. Con ella crecimos con todas las libertades dables en el libre albedrio de un hogar donde el padre en sus menesteres políticos y periodísticos “gastaba” su tiempo y la madre en los negocios de almacén consumía los días.
Fue Anita nuestra segunda madre, quien con su humilde formación, nos dio los valores que da la vida, sin las necesidades de opulencia y dinero.
Los escasos días vividos en nuestra fecunda infancia me recuerdan a la hermana vistiéndome de cura para celebrar la misa y comulgando ostias de oblea florideña; de “vieja” para usar la ropa que ya no le quedaba o jugando a Juancho Morales, el chofer que quise ser antes de mi sueño de llegar a ser un tremendo policía de tránsito que ya personificaba encaramándome en un taburete con quepis y pito en boca, dirigiéndola a ella en su ir y venir haciéndose de carro.
Tantas cosas hermosas que vivimos como hermanos, que hoy desgarran lágrimas al encontrar cuan efímera fue la existencia de un ser tan prolífico, tan especial; en quien la sencillez fue su grandeza, dar era de su naturaleza; poco hablaba de lo material, lo banal, lo superfluo, oír era parte de su naturaleza.
Desde muy pequeños, sin vivir juntos, fuimos muy unidos y tuve la fortuna de ser su bufón, ella se reía de todos mis chistes y miquearías.
Silvia Galvis, adorable hermana cuánta falta me haces; desde tu partida extraño la inmensidad de tu intelecto, la forma como avizorabas con meridiana claridad los aciagos días por venir y tipificabas con agudo olfato la clase de gente a nuestro entorno.
Silvia tuvo la fortuna de encontrar en Donadío al esposo amante de sus mismos gustos, con quien conformó una pareja en la que el diálogo, los libros y la tertulia literaria eran el pasatiempo; luego llegaron los nietos… y BetoCoco, como lo apodaron, más que en abuelo se convirtió en el médico de cuerpo y alma, que la colmó de felicidad y dio luz a sus últimos días de existencia.
Silvia, como la definió Alberto, “fue genial, sublime y seguirá siendo infinita en nuestros corazones”.