Diciembre 22 de 2013. Por: Ángel Castaño Guzmán.
En El Espectador.
Uno de los libros más trascendente de este año que termina es Sabor a mí, de Silvia Galvis, escrito en el 94 y reeditado en el 2013.
A Silvia Galvis el país la recuerda como periodista. Esta faceta suya –inevitable, si se tiene en cuenta que Alejandro Galvis, su padre, fundó Vanguardia Liberal– se cimenta en Colombia Nazi (1986) y El Jefe Supremo (1988), libros escritos alimón con Alberto Donadio. Aquí me ocupo de tres de sus novelas. En el año de la constitución, editó ¡Viva Cristo Rey!, en la cual ya es perceptible la irreverencia en el tratamiento de la historia, una de las características de las ficciones de la santandereana. El cuestionamiento del papel de la mujer en la sociedad colombiana es la médula de su propuesta narrativa. Provista de altas dosis de fino humor, a mandoble ataca a la iglesia católica, a los liberales y a los conservadores. Rosalía Plata y Visitación Jinete, marcadas por la malaventura, en las páginas finales de ¡Viva Cristo Rey!, de nuevo ven la frivolidad de la política: Alejo Coronado, esposo de la primera, prestante político liberal, se funde en un abrazo con José Beatriz Guerrero, senador godo, epítome del clericalismo. Así nació el Frente Nacional: los antiguos enemigos compartiendo los beneficios del poder.
Sabor a mí (1994, reedición en 2013), es la obra cumbre de Galvis. Allí se relata la vida de los jóvenes en un periodo significativo para la historia reciente: va de la caída de Laureano Gómez, llamado Basilisco exterminador en ¡Viva Cristo Rey!, al desplome de Gustavo Rojas Pinilla. El mayor logro de la ficción son las voces de Ana Peralta y Elena Olmedo. Miembros de la burguesía, las niñas abren los ojos al mundo en un momento crucial para las mujeres: ellas serán la bisagra entre un pasado de sumisión al marido y un futuro de derechos y posibilidades. El matrimonio o el convento todavía, por esas fechas, son los destinos inevitables de las damas bien educadas. Lo otro, la universidad y la autonomía, es terreno de tarambanas. Galvis emplea con destreza referencias de la cultura de masas y la de salón. Las penalidades de Albertico Limonta, el movimiento de los cuerpos producido por los compases del mambo, la religiosidad impuesta en los claustros de las monjas, las conspiraciones de los liberales, se tejen en una novela que resalta la importancia del chisme para la literatura.
Juan José Hoyos cuenta que Galvis murió poco antes de recibir el primer ejemplar de Un mal asunto (2009), libro inspirado en el asesinato de una congresista, ordenado por su propia hermana. Influenciada por las novelas de Rubem Fonseca, traza en ella un mapa de la corrupción. La lectura de los expedientes de la Fiscalía y el adecuado manejo de los diálogos le permiten a la escritora alcanzar el ritmo adecuado de los relatos policiales. Silvia Galvis no claudica en la denuncia al sistema actual de cosas. El entusiasmo de la fiscal del caso lo empaña la contundencia de la frase de una víctima –vista en detalle bien puede resumir la postura de la autora en sus novelas y en sus columnas periodísticas–: “¿Esa cadena de corrupciones es lo que llamamos democracia?”.