Lejos de Roma es un recuerdo sobre el amor, el exilio, la amistad, el saber. Es una enseñanza a los escritores que están exiliados de su tiempo: “Escribir con la certeza de que nadie lo leerá”.
Carezco de un sabio cercano que me aconseje cómo opinar sobre la excelente obra de un autor con la intensidad de Pablo Montoya. Apenas puedo pensar algunas preguntas. ¿Cómo se sentirá un poeta de Colombia exiliado en Roma? ¿Cómo se sentiría un poeta de Roma exiliado en Medellín o en Tunja? Y, sobre todo, las preguntas que hermana a los trabajadores de la palabra que, en su sencillez, no revelan su misterio ni dan una idea para descifrarla. No dan una respuesta. Algo extraño en aquellas novelas en que basta poner, en la primera página, un crimen de prestigio para que su autor sea reconocido como el gran sucesor de García Márquez.
Desde la carátula pude leer Lejos de Roma sin el terror que le profeso a la novela histórica y de personaje de dimensiones no comunes. Y si el lector prevenido juzga por la costumbre, imaginaría que la obra de Pablo Montoya está sometida al rigor de la historia y la biografía. Pues Ovidio es un poeta y, además, vivió hace dos mil años. Pero Pablo logra, por ejemplo, que el desasosiego de Ovidio sea nuestro desasosiego. Logra que las artes amorosas de Ovidio con Emilia se parezcan a una escena erótica con nuestra joven anhelada. Y otro acierto; no ha trasgredido la vida de su personaje ni la época en que soportó la amistad y, luego, la tiranía del emperador Augusto.
En estas páginas la palabra ha sido capaz de revivir una vida e identificarla con los vaivenes de distintas almas. Nos trasmite la experiencia remota de un poeta y su sociedad, y nosotros las leemos con avidez. Y es una fortuna en un país que únicamente reconoce como literatura aquello que vende un sello editorial con tentáculos en el mundo entero. Pablo está lejos de las fórmulas de moda; más lejos de su presente de lo que Ovidio estuvo de Roma. Está exiliado de las publicaciones de consumo efímero.
La escritura serena de Pablo no está exenta de tensión. Logra mantener el interés del lector sin acudir a la fantasía, al crimen, a la trampa literaria. Lejos de Roma, además, tiene un encanto para el lector colombiano; pues la arrogancia de los gobernantes nos ha consagrado como expertos en el exilio dentro de nuestras propias fronteras. Por ello, aventuro, Pablo ha podido escribir una novela con la intensidad del desterrado del tiempo y del espacio; pues ha vivido lejos de los suyos por más de doce años.
Lejos de Roma está habitada por el dolor sin caer en la queja lagrimera. El exilio se anuncia desde el título, se inicia en la primera línea y palpita en la trasparencia de cada frase; pero se manifiesta profundamente cuando el personaje comienza a exiliase del tiempo. El descuido lo posee, su vejez se degrada; “soy la conciencia de la putrefacción”, Ovidio dice de sí mismo. En fin, su ser material comienza a renunciar a los privilegios de hombre de letras para acercarse a las regiones de la muerte.
En esas oscuridades andaba y, de fortuna, recibe una carta de Higinio, bibliotecario y amigo, y la lectura lo pone a reflexionar. Incluso alcanza a vislumbrar la faceta positiva del destierro y sugiere que el exilio le puede servir a un hombre para que se reconozca hombre íntegro. No puede ser de otra manera. Lejos de la tierra natal también existe el amor aunque es menos fuerte que el exilio. Emilia, joven inteligente y decidida, le prodiga al poeta, solo y envejecido, el deleite del espíritu, el placer de la piel; el encanto de la ilusión; le revitaliza el conocimiento; le infunde una felicidad transitoria y le crea expectativas imposibles de realizar. En el exilio también existe la curiosidad y, en el caso de Ovidio, la resistencia; pues él debió afrontar una invasión a su albergue en Tomos. La suerte es así: sobre un exilio viene la guerra.
Todas las épocas promueven el exilio; pero los gobiernos tienen sus respectivas máscaras para disfrazar semejante atropello a la dignidad humana. A los exiliados dentro de sus propias fronteras les dicen desplazados, migrantes, colonos; los cínicos los han llegado a llamar turistas. Y en todas partes la culpa es tener ojos y, más, tener palabra y, mucho más, palabra poética. Y, en Lejos de Roma, por ejemplo, en un sueño el hermano regresa del más allá y le dice al Poeta: “Nadie cavará una tumba para ti al pie del camino, y tu epitafio, así lo hayas escrito ya, jamás será leído. Estarás solo, y solo, Ovidio, la muerte te acogerá. Esta y no otra es la última dádiva que te dará el exilio”.
Pablo Montoya no es un escritor evasivo de su tiempo que se engaña usufructuando la historia y la biografía. No ha escrito otra novela sobre un episodio memorable ni sobre un personaje de dimensión estética o filosófica para que el lector desprevenido grite, ¡este sí es un intelectual profundo! Con la serenidad y la sencillez de un autor consagrado ha escrito la intensidad de un alma de un lugar que no es el suyo, de un tiempo que no es el suyo. En fin, ha escrito una novela que le pertenece a todos los hombres.
Lejos de Roma. Sílaba Editores. 2014. 184 págs.