30 de enero de 2018. Por: Germán R. Mejía Pavony.
En Boletín cultural y bibliográfico del Banco de la República.
Con cierta frecuencia, es posible encontrar vacíos historiográficos, podríamos decir olvidos, que resultan incomprensibles. La historia de Cúcuta, de la ciudad y sus habitantes, es uno de estos casos. Esta omisión puede extenderse a todo el departamento, tal vez con la única excepción de Pamplona y en algo Ocaña: para tiempos coloniales, la primera, y decimonónicos, la segunda. Ciertamente, la historiografía nacional ha privilegiado, de los dos santanderes, al del sur, y no tanto por Bucaramanga, que todavía hoy espera historiadores que la investiguen a profundidad, sino por los más conocidos pueblos de las provincias de Guanentá y Comuneros, sin olvidar por supuesto a Girón, ciudad colonial por excelencia de este sector del país.
El vacío al que hacemos referencia no es, sin embargo, de ausencia de una bibliografía sobre la historia de Cúcuta y, en general, de Norte de Santander. Aunque ciertamente predominan las crónicas, las monografías municipales, las apologías de habitantes prestantes y otros escritos de corte historicista, es posible encontrar algunos buenos libros relacionados con la región y los eventos allí ocurridos. Lo que llama la atención, y es lo que vale la pena resaltar, es la dificultad para encontrar estudios históricos que partan del examen de la importancia económica y social que tuvo para el país la dinámica modernizadora de Cúcuta y de su vinculación con el mundo atlántico, por su cercanía con el lago de Maracaibo durante los decenios finales del siglo XIX y hasta mediados de la centuria siguiente.
En efecto, la historia contemporánea de Colombia se ha construido sobre unos pilares territoriales aceptados sin el beneficio de la crítica: Bogotá, por supuesto; Medellín, sin duda, y Barranquilla, en competencia, y con éxito, con las dos anteriores. Pero luego, Cali reemplazó a esta última cuando pudo resolver en su beneficio el nexo con Buenaventura y sacó provecho del ocaso de la navegación por el río Magdalena.
A estas ciudades, Bogotá, Medellín y Cali, se les ha llamado el triángulo de oro del país. En ellas y en sus zonas de influencia se concentró, dice la historiografía, lo que de moderno tuvo Colombia durante los años de cambio del siglo XIX al XX, esto es, el camino al capitalismo, a la sociedad burguesa y al Estado representativo. Cúcuta jamás se menciona.
Y debería hacerse. El centro poblado se benefició de ser un importante cruce de caminos por los que productos como el cacao encontraban salida por el lago de Maracaibo hacia Estados Unidos y Europa y esto ocurrió desde los lejanos tiempos de la erección en parroquia de San José de Guasimal, en 1734, hasta cuando se transformó en villa en 1794 y en cabecera municipal, ya con el nombre de Cúcuta, como consecuencia de la Independencia. Al tiempo, por esos mismos caminos se introducían mercancías provenientes de dichos lugares.
Por otra parte, la cercanía entre Cúcuta y el río Zulia y mediante este con el lago de Maracaibo, región venezolana dinamizada por emprendedores comerciantes extranjeros, se convirtió en importante factor de crecimiento para la ciudad en ciernes. El terremoto de 1875 dio lugar a una ingente transformación física de la ciudad, hecho que coincidió con su transformación en centro de acopio y exportación del café producido en la región. En grandes cantidades, cientos de miles de sacos de café al año buscaron los mercados norteamericanos y europeos, razón de la prosperidad que caracterizó a la ciudad y a la región cuando el siglo XX apenas despertaba.
La navegación a vapor por el río Zulia y la construcción del ferrocarril entre Cúcuta y Puerto Santander, que comenzó a construirse en 1878 y que una década más tarde comunicaba a Cúcuta con Puerto Villamizar, se constituyeron en el motor de la transformación de esta población en una atractiva ciudad moderna. Iluminadas sus calles y casas con bombillas eléctricas, el tranvía recorriendo esas mismas calles, el ferrocarril arribando hasta la puerta de la aduana; en fin, decenas de casas comerciales y una próspera sociedad compuesta por naturales y extranjeros, todo esto en plena actividad antes de que terminara el siglo XIX es la evidencia de que no conocemos en detalle la historia de Cúcuta y, por eso, puede parecernos extraño encontrar un libro que, como el de Alberto Donadio, se detiene a contarnos los detalles de la presencia de una importante colonia de italianos tanto en esta ciudad, como en otras poblaciones vecinas.
Los nexos económicos que desarrolló la zona fronteriza del actual departamento de Norte de Santander con Venezuela desde muy temprano permitieron que por sus caminos, ríos y ferrocarriles fluyeran personas, ideas y mercancías. En efecto, el lago de Maracaibo fue un poderoso imán que atrajo principalmente a italianos, alemanes y franceses, además de otros europeos que intermediaron igualmente en el negocio del café, sin olvidar otros productos como el cacao. En la búsqueda de nuevas plazas para expandir los negocios que muchos migrantes europeos ya habían establecido en poblaciones venezolanas, se encontraron al otro lado de la frontera atractivas poblaciones en las que sus habitantes ya manifestaban los gustos y deseos que demandaban lo que dichos extranjeros podrían ofrecerles. Además, se solicitaron ingenieros y médicos de esas regiones del mundo, pues podían solucionar las necesidades de estas florecientes comunidades urbanas.
Alberto Donadio nos narra en detalle las vicisitudes y características de uno de estos grupos de extranjeros en Cúcuta: los italianos. El interés por contarnos esta historia proviene, de una parte, de ser él descendiente de italianos. En este sentido, su libro es la saga de los Donadio en Colombia; de su padre y la familia que formó en el país, pero también, la crónica de parientes y conocidos que remonta en su pesquisa por varias generaciones, algunos de ellos llegados a Colombia directamente desde Italia, como el padre de Alberto Donadio, pero la mayoría proveniente de Venezuela, enviada por las casas comerciales a explorar estas regiones y a abrir sucursales donde, hacerlo, fuera rentable. Son estas varias historias, pues se cruzan familias y poblaciones desde mediados del siglo XIX.
De otra parte, el libro es también la historia del inicio del negocio de la exportación de café en Colombia, actividad en la que los italianos asentados en los dos lados de la frontera desempeñaron un papel importante. Sus casas comerciales fueron las encargadas de realizar tanto el acopio, como el transporte a los puertos y la venta en el exterior.
Finalmente, Los italianos de cúcutada cuenta de la vida en las poblaciones del sur de Italia, lugar de origen de los migrantes a Venezuela y Colombia y lugar de llegada de aquellos que decidieron regresar y lo hicieron con sus familias. Por esa razón, en varios de sus pueblos y ciudades, Donadio encontró colombianos o descendientes de ellos.
La estructura del libro se ordena en sus inicios cronológicamente, pues el autor quiere dar cuenta del vínculo entre la comunidad italiana radicada en esta región del país y los orígenes de la exportación del café. Para ello, se vale de documentos de origen tanto italiano, como colombiano. Pero luego, rápidamente, el texto se convierte en una serie de capítulos que, sin dejar de lado cierto orden temporal, da más importancia a linajes familiares de una u otra manera vinculados directa o indirectamente al de los Donadio. Lo mismo sucede con las poblaciones. Por esa razón, a Gramalote se dedica un capítulo en particular, ya que su abuela paterna nació allí, de donde se añora el lugar original que tuvo que abandonarse no hace mucho tiempo.
Además de los años iniciales, una época que ocupa varios capítulos en el libro es la Segunda Guerra Mundial, en particular, por los efectos que sobre la comunidad generó el hecho de haberse aliado Italia a Alemania. Esto dio lugar a censuras, vigilancias, cuando no persecuciones a los italianos residentes en el país. Todos estos capítulos van acompañados de fotografías de familiares, amigos o conocidos de ellos y de algunos documentos que dan fe documental de varias de sus afirmaciones y hallazgos.
Pero si el libro es interesante porque es una saga de familia y de comunidad de origen, pues no abunda este tipo de obras en nuestra bibliografía, también es valioso porque nos permite entender un poco más a Cúcuta y su gran dinámica modernizadora durante unas ocho décadas, que comienzan a contarse después del terremoto. Los capitales con los que se reconstruyó la ciudad provinieron del negocio del café y este, después de leer el libro, está sin duda vinculado a los italianos que lo hicieron posible.
Mejía Pavony, G. R. (2018). Presencia italiana en Norte de Santander. Boletín Cultural Y Bibliográfico, 51(93), 127-128.