Noviembre 4 del 2022 I Por: Alberto Morales I En: Blog En Contravía
Y entonces ese sentido multifacético de la palabra toma forma bellamente en los dos textos que he referido y la conmoción llega solo con un giro, con una frase simple que, cuando te toca, parece explotar allá dentro de ti y configura algo diferente, inexplicable, profundamente emocional e instintivo. Es como una sensación de humanidad en carne viva.
Por Alberto Morales Gutiérrez
Se llaman Mónica Quintero Restrepo y Juan Mosquera Restrepo. Fueron, los dos, una especie de sensación en la Fiesta del Libro, porque la gente llegó masivamente a comprar sus publicaciones recientes: “Tal vez a las cinco”, la una, y “Estaba en llamas cuando me acosté”, el otro. Ambas son ediciones de Sílaba.
Me conmueve Mónica y su narrativa que, en gran parte y desde el principio de su existencia, está ligada a evocar a Eduardo, su papá, un joven soñador y revolucionario que fue acribillado en Riosucio cuando ella apenas empezaba a vivir. Es un recuerdo que gravita en ella, que la alimenta, que no la abandona. La conmoción de la que hablo tiene -aparte del impacto de su talento- una razón adicional: Eduardo fue un amigo entrañable que también dejó huellas en los espacios de mi casa y de mi familia.
De Juan Mosquera me impacta su irrefrenable, obsesiva y frenética pasión por escribir.
Habla como escribiendo, respira como escribiendo, se mueve por el mundo como si estuviera escribiendo.
No soy capaz de hacer análisis literarios con ninguno de los textos. Solo contar que me seduce la manera como ellos dos se relacionan con la palabra.
Siempre he pensado que el lenguaje es el prodigio de los prodigios.
Antes de Darwin, el relato mayoritariamente aceptado, era que el lenguaje representaba la presencia en nosotros de un don de Dios, una especie de cualidad asociada al hecho de que estábamos dotados de un alma, que nos hacía a la imagen y semejanza del creador.
Pero, cosas del lenguaje y de la ciencia, aparecieron grietas en la teoría evolucionista y fue Chomsky quien lideró la disidencia. Como resultado de sus investigaciones, empezó a dudar del modelo evolutivo aplicado al lenguaje. Él ha planteado este origen como consecuencia de un caso de emergencia, una especie de fenómeno Big Bang que desencadenó de manera abrupta un protolenguaje y que explicaría su ulterior desarrollo y constitución.
El lingüista italiano Andrea Moro lo explica de manera muy clara. Todos los animales se comunican: “si se entiende por comunicación el hecho de transmitir informaciones, puede afirmarse que hasta las amapolas están en capacidad de hacerlo“. La diferencia estriba en que los códigos de los demás seres vivos no tienen una estructura que sea parecida a la lengua humana.
Solo nuestra especie, el homo sapiens sapiens, tiene “...la capacidad de producir secuencias de palabras potencialmente infinitas, en las que los mismos elementos tienen significados distintos, a veces opuestos, con base en el orden”. Así, la función del lenguaje no sería necesariamente comunicativa. ¡Hágame el favor!
Chomsky ubica el lenguaje más en el territorio de la teoría de la mente.
Y entonces ese sentido multifacético de la palabra toma forma bellamente en los dos textos que he referido y la conmoción llega solo con un giro, con una frase simple que, cuando te toca, parece explotar allá dentro de ti y configura algo diferente, inexplicable, profundamente emocional e instintivo. Es como una sensación de humanidad en carne viva.
Amor solo tiene cuatro letras
las mismas que odio
escribe Mónica, mientras conservas el eco de esa especie de haiku que ella te ha dejado algunas páginas atrás, sin premeditación, desde luego:
Afuera llueve.
Adentro
los relámpagos
Es muy bello el contraste. Mónica mira hacia adentro, mientras Juan mira hacia afuera, pero mira de una manera extraña… mira desde adentro.
Juan emite juicios de valor que no te indignan, los emite sabiendo palabra por palabra lo que quiere decir, con el objetivo de lograr eso que Chomsky llama ponerse en el lugar del otro para que la frase adquiera un nuevo sentido en su prosa poética: la tristeza debe ser mala madre porque por algo será que no quiere conocer a sus hijos
Y le da, a su vez, una nueva dimensión al significado y al significante cuando se atreve a clarificar, en forma de verso, que
Confundió
vuelo
con caída libre
Somos, ciertamente, una especie animal muy virtuosa, que tiene incluso la capacidad de la autodestrucción. Tal vez sea en la palabra en donde anide la posibilidad de redimirnos. Hay que agradecerle a lluevelove y a Camila Avril.
Conoce más en: https://alalberto.com/las-palabras-de-camila-avril-y-lluevelove/?fbclid=IwAR08FjyVoISVDRACkj10f5UBi6_eSf8Yp7ueBRDWQdMHbgvLsbK8XG39FWU
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