Presentamos una reseña sobre “Cambio de puesto” (Sílaba), escrito por Lucía Donadío y que aborda en sus 14 cuentos el concepto de la muerte.
Mayo 2023. Por: Andrés Osorio Guillott. En: El Magazín Cultural El Espectador
Pareciera que la voz de Lucía Donadío cargara con el canto de los alabaos. Sus ojos se debaten entre la nostalgia y el carisma. No hay persona que no pase a saludarla, abrazarla y tratarla con un cariño que parece siempre corresponder al que ella les ofrece a sus allegados, como si su bondad fuera tan grande que el buen trato de los demás no fuera una respuesta genuina a un sentimiento, sino siempre una intención de que esas muestras de afecto sean recíprocas a lo que ella expresa hacia los demás.
Un libro que tuvo una primera edición con la Universidad del Valle en 2012, una segunda con la colección Palabras Rodantes, de Comfama y el metro de Medellín, y una tercera que se publicó este año con Sílaba, su editorial. “Juan Diego Mejía, que es el que dirige esa colección, me dijo que ese libro estaba muy bonito, que por qué no lo tenía publicado, y le dije que a mí se me había olvidado. Este oficio de editar es estar en función de los libros de los otros. La mayoría de cuentos sí salieron en un mismo tiempo, solo hay uno nuevo que se llama ‘El vestido’, todos los otros estaban en la primera edición, en 2012. Yo creo que el primer cuento que escribí de este libro es ‘Cambio de puesto’, que es un homenaje a Federico, un sobrino que murió en un accidente, curiosamente fue el mismo día del de Camilo, mi hijo, un 28 de junio, pero la vida es así de extraña. A mí me pasa a veces con los cuentos, que empiezo a escribir un tema y es como si ese cuento inicial jalonara otros como de lo mismo. Así me pasó con Alfabeto de infancia, que fueron cuentos sobre la infancia. A mí me fueron apareciendo esas historias y las fui escribiendo, y cuando me preguntaron en la Universidad del Valle si tenía un libro inédito pensé en todos esos cuentos sobre la muerte y así se armó el libro. Tal vez nunca pensé que iba a tener una muerte más dura que todas las que están aquí”.
La muerte: tan inexorable para nuestra condición y nuestra escritura. Habrá quienes eviten el tema por su frecuencia, pero explorar este destino y encontrar lo que cada quien tiene para decir de él puede ser quizás el único remedio para aliviar el miedo a su llegada o la pregunta sobre ese instante, sobre lo que la antecede y la precede. Podríamos tardar una vida en averiguar qué pasa en esos segundos tan decisivos, que son pocos, pero que precisamente marcan el sentido de todo lo que pasó antes de ellos y el misterio de todo lo que puede pasar después, si es que hay un después.
Son 14 cuentos que abordan ese instante fatídico, con destinos más o menos trágicos, pero con el hilo conductor de la sensación de un golpe seco, pero certero, que nos reafirma en nuestra fragilidad de ser humanos y nos hace preguntarnos sobre lo incierta que puede ser nuestra muerte, sobre lo indecible que resulta el final que nos abarca a todos en el mundo. Uno de ellos, “Para abrazar la muerte”, contiene una frase que nos hace cuestionarnos sobre este tema:
“Morirse es el último acto y hay que saberlo hacer”. ¿Y cómo lo elegimos? ¿Hemos hablado lo suficiente de la dignidad de la muerte?
“Ese cuento de ‘Para abrazar la muerte’ nació, así como el de ‘Una fecha en la libreta’, de la experiencia de la muerte de mi suegra, que yo veía que ella se estaba muriendo y se quería morir, pero como que nadie le prestaba atención a eso, y pasaba todo lo contrario. ‘Tú no te puedes morir, tú no estás enferma de nada’, le decían, y mi pensamiento era que ella sí quería morir. Nadie la dejaba hablar de eso, nadie la escuchaba, y creo que uno tiene derecho a morir cuando quiera. Es muy duro decirlo, pero también son muy valientes los que se atreven a hacerlo. Por ejemplo, Marcela Villegas, que decidió hacerse la eutanasia para no seguir sufriendo. Y uno nunca sabe en qué momento podría enfrentarse a eso. Pero mira otra cosa muy fuerte, y es que la medicina siempre ha tratado de alargar la muerte, incluso muchas veces engañan a las familias y los pacientes cuando ya no hay esperanzas, pero los médicos insisten. Ahí hay todo un asunto ético en el que uno se pregunta si lo que quieren es que la caja registradora siga facturando y no les importa la manera en que viva o muera la persona. Otra cosa muy dura, y que lo he vivido mucho a raíz de la muerte de Camilo, es que esta sociedad no tolera la muerte y el dolor. El duelo y todas estas situaciones dolorosas o trágicas se tratan de pasar rápidamente porque llorar es malo. Hay tanto desconocimiento de la vida que ignorar la muerte es como un juego. Sigamos como si nada. Pero la sociedad no quiere que hablemos de la muerte”.
Dice Lucía Donadío que “lo trágico es una parte de una vida muy fuerte, que está ahí al lado de lo bello. No sé bien por qué escribo sobre algo, te lo confieso, pero creo que son obsesiones que uno tiene. Siento que la escritura es una manera de tramitar obsesiones. Por ejemplo, el cuento que se llama ‘El entierro’, que llevan al personaje al sepelio de la abuela, yo tengo recuerdos de una escena parecida, y eso para mí fue aterrador porque fue el primer entierro de mi vida, y la primera vez que se acerca la muerte es muy trágico, y lo seguirá siendo siempre, sin importar cómo sea la muerte. No estamos hechos para la muerte, a pesar de que esta sea parte de la vida”.
El cuento que lleva el mismo título del libro, que como bien lo dice Donadío es un homenaje a su sobrino Federico, agrega el factor del azar en la muerte, un elemento que nos produce incluso fobia, que nos aterra en general porque hay quienes aseguran que uno es dueño de sus circunstancias, pero más de una vez terminamos siendo sujetos de los dados que lanzan los dioses de tanto en tanto para definir nuestra suerte. “Hay tantas cosas importantes en la vida que suceden por azar. Yo creo que enamorarse de alguien es azar. Todos esos negocios de citas y amores arreglados nunca funcionan. En cambio, el amor con el que uno se encuentra en un bus, en una cafetería, cuando uno no está pensando en eso, ese parece que es. Así como el azar está en el amor, está en la muerte también. Eso pasa en el cuento de Federico, por ejemplo, él se cambia de puesto y pasa lo que pasa. Y eso creo que yo me lo inventé, pero el hermano de él siente culpa por no haber ido ahí donde estaba él”.
Hay duelos que se atraviesan toda la vida. “Después de un gran dolor, un solemne sentido nos llega”, decía Emily Dickinson, y habría que otorgarle una estética al dolor, más que una duración o una forma, pues en él radica muchas veces el camino que elegimos, y vivir con él, o desde él, es un asunto humano. “El dolor hay que vivirlo y sentirlo. Es algo inherente al duelo. No hay duelo que se resuelva alguna vez, pero no hay duelo que se aborde verdaderamente si no hay una cuota de dolor con la que uno va cargando. Está la vida que también está en uno y lo jalona, hay un impulso vital en uno que es más fuerte que el dolor incluso de la muerte”.
Más que la inclusión de “El vestido”, el cuento que no estaba en las ediciones anteriores, lo que habría que destacar es la dedicatoria que hace Lucía Donadío: “Para mi amado hijo, Camilo Duque Donadío, in memoriam”, y que acompaña además un poema: “Este silencio que susurra / tu nombre incansable y tímido, / esta oración de cada día / llamándote en los abismos / del recuerdo, / este extrañarte y buscarte / sin cesar. / Este vacío que galopa / a mi lado, / esta ausencia que dibuja / tu rostro en el confín / de las sombras, / esta sed que no se calma / esta presencia profunda / esta voz que arrullas dentro de mí / esta luz que me regalas / este canto es para ti”.
Ese oxímoron de la fuerte presencia de la ausencia. Más que la muerte propia, la que siempre deja deudas, preguntas y propósitos que nos marcan a lo largo de nuestra existencia es la de los demás, la de los seres queridos, la de aquellos que creímos tener siempre con nosotros. Al final, muchos decidimos hacer una obra, o muchas obras, en nombre de quienes partieron, y no en nombre propio, y quizás eso habla también del alcance de la dignidad de la muerte, pues en memoria de los ausentes buscamos dejar bajo nuestras firmas una presencia constante en el mundo.
“Todos en el fondo tenemos deudas con los que se nos han muerto porque uno siente que habría querido hacer más, aunque ellos también quedan en deuda con nosotros [risas], porque también les reclamamos. Los dolientes seguimos teniendo una relación con los muertos, casi que es una conversación secreta que tenemos con ellos y que está ahí en nosotros, porque los muertos, en el fondo, nuestros amados muertos siguen haciendo parte de nuestra vida”, concluye Donadío.
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