Abril 10 de 2016. Por: Mónica Quintero Restrepo.
En El Colombiano.
Hay muchas palabras para describir a Wade Davis: etnógrafo, escritor, fotógrafo, cineasta, antropólogo, biólogo, doctor en etnobotánica, profesor, explorador, y sigue, si se quiere. Un viajero, por ejemplo, que ha recorrido el Amazonas –uno de sus libros más conocidos es El río. Exploraciones y descubrimientos en la selva amazónica–. En su trabajo más reciente, Los guardianes de la sabiduría ancestral, hace un viaje para contar la sabiduría de las culturas indígenas del mundo. Wade Davis es, sobre todo, un contador de historias. Entonces, empieza a contar, en español, si bien a veces alguna oración llega en inglés.
Dice en Los guardianes de la sabiduría ancestral que “no existen diferencias genéticas pronunciadas entre las distintas poblaciones, solo existen gradaciones geográficas”, que literalmente somos hermanos. ¿Se trata de respetar los distintos pensamientos?
“La cosa importante es cómo durante el siglo XIX, con la influencia de Darwin, los antropólogos creyeron que, como las especies pueden cambiar en el tiempo, también las sociedades pueden hacerlo, y esa idea de que las culturas pueden cambiar, en una manera evolutiva incluso, fue muy efectiva durante el colonialismo. Ellos tenían esa idea de los bárbaros y nosotros, por encima, los civilizados. Los antropólogos salieron al mundo para organizar las sociedad en una escala. Eso fue una total mentira, porque sabemos hoy en día que en un nivel genético somos iguales, y somos familiares en el sentido que sabemos que hace 60 mil años los humanos vivieron en África. Lo importante es que si estamos, como dije en el libro, cortados del mismo tejido, todos sin duda tenemos la misma potencia intelectual. Ahora bien, cómo una sociedad utiliza esa potencia es una cosa de adaptación, con los valores y las necesidades que tiene en su medio ambiente.
No existe una escala de las culturas. Hoy en día la mayoría del mundo todavía cree en ella y utilizamos palabras como primitivo, nativo. No. El mensaje de la antropología moderna es que no tenemos culturas mejores que otras, tenemos opciones. En el fondo lo importante es que cada cultura es una propuesta a la misma pregunta: ¿qué significa ser humano?, ¿qué significa estar vivo? Cuando la gente en el mundo responda a esa pregunta en siete mil idiomas, su respuesta, de una manera colectiva, es la esperanza de la humanidad y también la posibilidad de sobrevivir”.
¿El mundo es tan complejo, que el hecho de que hayan siete mil idiomas para explicar, significa entender que es una construcción colectiva y no individual?
“No estoy diciendo nunca nada contra mi cultura. Me encanta mi cultura, que ha hecho cosas increíbles como la medicina. Solo estoy diciendo que mi cultura no es el único camino y que la modernidad la muestra como la única verdad. No. Nosotros, como todas las culturas, somos producto de la historia y de la cultura, y lo que tenemos y creemos es el producto de una serie de ideas intelectuales sobre cómo podemos manejar la vida, crear productos que necesitamos, hacer negocios.
Hay mucho de bueno en nuestra cultura, pero no tenemos un monopolio sobre la verdad y, por ejemplo, si un antropólogo de la luna llega a los Estados Unidos, seguro que va a ver unas cosas muy impresionantes, el éxito de la tecnología, por ejemplo. Sin embargo, si ese mismo antropólogo mira la estructura social va a decir cosas como ustedes señalan que tienen mucho respeto por el matrimonio, pero la mitad de sus matrimonios están separados. Tienen mucho respeto por los viejos, pero solamente el 6 por ciento de las familias viven con viejos y niños en sus casas. Tienen mucho respeto por sus familias, pero también un dicho 24/7, que es que un hombre tiene que trabajar siete días a la semana, 24 horas al día. Quizá el antropólogo va a notar que sus chicos cuando ya tienen 18 años, a lo menos, han pasado tres años mirando televisión, y tal vez por eso la obesidad es casi una crisis nacional. Les podría decir que los norteamericanos son felices, pero son los consumidores del 65 por ciento de todas las drogas antisicóticas en el mundo, y al mismo tiempo echan a sus ríos 400 millones de toneladas de veneno cada año. Tienen un sistema industrial que está matando la tierra.
La cosa no es para decir que Norteamérica es terrible, es para explicar que mi cultura no es la única, no es una expresión de la única potencia de la humanidad. Es solo una cultura y como toda cultura tiene algo de bueno y algo de malo, pero todas tienen algo para enseñar. Eso a mí me parece obvio e importante en un mundo multicultural, pluralista y conectado”.
Se trata de escuchar…
“Sí. No estoy tratando de decir cosas contra los Estados Unidos, pero si los estados están más informados sobre las culturas, por ejemplo de Irak, Afganistán, la guerra más loca en la historia de EE.UU., nunca hubiese pasado, por el conocimiento de la otra cultura.
Lo otro es que la cultura no es solo decorativa, no es solo el traje, no son las canciones, es un cuerpo de ideas éticas y morales que cualquier cultura pone alrededor de una persona, como una cobija, para proteger la sociedad del corazón bárbaro que está en nosotros. La cultura permite entender la vida en un universo complicado.
La historia del mundo dice que cuando un pueblo pierde su cultura, sigue el caos, y cualquier conflicto del mundo, desde la violencia en Colombia hasta la de Cambodia y Perú, llegan cuando la cultura está perdida.
En el libro no estoy diciendo que tenemos que volver a una época preindustrial. La pregunta es qué tipo de mundo queremos vivir, y qué tipo de mundo queremos dejar. No es una pregunta tradicional contra las cosas modernas, es cómo podemos tener un mundo en que todos tienen acceso a lo que es bueno de la modernidad, de la ciencia, con medicinas y todo. Tener acceso sin perder su etnia. Porque perderla es sembrar la semilla del caos, y muchas veces ahí viene la violencia. Es también una cosa de los derechos humanos de cualquier pueblo. No es que queramos volver, es entender que la existencia de esas otras maneras nos explica que hay muchas opciones.
Así que no es la tradición contra la modernidad, es el derecho de la gente a escoger los componentes de su vida. No es volver a un estado preindustrial, o negar a alguien el acceso al mundo de la medicina. Es sugerir con humildad que nuestro camino no es el único y que estas miles de interpretaciones de la vida son todas válidas.”.
El ejemplo perfecto es Colombia. Si escuchamos qué están diciendo los koguis y los arwacos, no son ideas solo místicas, son muy prácticas: están diciendo que tenemos que respetar la tierra, que tenemos solamente una y que no es sabio tumbar los bosques, hacer huecos en el cielo, cambiar la temperatura y la química de la tierra. Eso dicen. Es muy práctico, razonable”