Diciembre 20, 2019. Por: José Ignacio Escobar.
En Boletín cultural y bibliográfico 97.
Estamos tan acostumbrados a la violencia que muchas veces nos quedamos con datos escuetos, la cifra de muertos luego de una guerra. Del Holocausto, por ejemplo, tenemos cifras aproximadas de 11 millones de muertos, entre judíos, gitanos y otras etnias, con un número aterrador de 15.000 muertos diarios. Pero, ¿qué historia había tras cada hombre, mujer, niño o niña? En la exposición “Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos”, presentada en Madrid en 2018, se pudieron observar miles de pequeños objetos pertenecientes a los judíos, desde espejos de mano, tazas para el café, cordones, anillos, maletas, hasta un par de pequeños zapatos de niño. Estos zapatos, exhibidos al interior de una urna, en medio de uno de los pasillos de la exposición, sobrecogían al espectador. Miles de historias rondan en la cabeza al observarlos por varios minutos.
La cifra de desaparecidos en Colombia, según el Centro Nacional de Memoria Histórica, es de 60.630, entre 1970 y 2015. Aunque el número puede causar asombro, no sabemos más, y de allí la importancia de contar con los relatos de sus familias. Si del Holocausto nos quedan algunos objetos, la memoria y la justicia —si llega— serán lo que quede de los desaparecidos en Colombia para tener la certeza de que sí existieron.
El drama de los desaparecidos es el tema central de la trilogía Conjuro contra el olvido, de la escritora y periodista bogotana Marbel Sandoval Ordóñez (1959). Son tres novelas que rescatan las historias de las personas que nunca regresaron a casa, de allí la relevancia de su obra, que empezó con la novela En el brazo del río (Hombre Nuevo, 2006; reeditada por Diente de León, 2018), siguió con Joaquina Centeno (Sílaba, 2017) y cerró con Las brisas (Punto de Vista, 2019).
En la novela En el brazo del río la historia la cuentan dos niñas, Sierva María y Paulina, quienes se conocen en el bachillerato y se convierten en estupendas amigas. A través del monólogo de cada una de ellas, se va desarrollando la historia de violencia que vive Paulina, hasta que, después de una noche terrorífica, esta desaparece sin dejar huella. Hacia el final de la novela, Sierva María nos cuenta que aún escucha a su amiga, quien la llama desde la muerte, y ella cree que es una súplica para que su nombre no entre en el olvido. Escuchando no hay posibilidad de olvido.
En Joaquina Centeno, que es la novela que me compete reseñar en esta ocasión, observamos un trato serio y responsable del drama de los desaparecidos. Es la historia de una familia que vive en un barrio obrero bogotano, al cual llegaron huyendo de la violencia. La familia está compuesta por Joaquina, la mamá; Víctor, el papá; Joel, el estudiante de la Universidad Nacional desaparecido, y sus hermanos Mario y Rafael.
En una entrevista que le hizo WMagazín a Marbel Sandoval en 2017, la autora dijo que la historia de la novela surgió cuando trabajaba en las redacciones de los periódicos. Hace poco más de treinta años, Sandoval conoció la historia real de Josefa de Joya. La periodista trabajaba en Colprensa, en Bogotá, y desde ese lejano 1986 quedó con la inquietud que le producía la barbarie de las desapariciones. Sandoval, influenciada por autores como Hemingway, lectora de Norman Mailer y Gay Talese, volvió sobre la historia de Josefa en 2011 y creó Joaquina Centeno.
Aunque la historia realmente sucede en seis horas, desde un día en el que Joaquina despierta y sale de su casa hasta que regresa en la tarde, Sandoval va contando de forma paralela el pasado de toda su familia, la infancia de Joel y sus hermanos. El narrador es omnisciente y crea una lejanía necesaria; sin embargo, aunque existe esta distancia narrativa, el drama termina envolviendo al lector, porque hay una asimilación del conflicto en el que resultan inmersas las familias de los desaparecidos. La escritora logra crear una empatía hacia el tema.
Por otro lado, Sandoval nos cuenta la historia de Claudia, la esposa de un narco que termina internada en un hospital y que le va contando su historia a un interlocutor que no sabemos quién es. Ambas historias se entrecruzan y esto es lo más interesante, pues si Joel desaparece por haber presenciado la muerte de un profesor de la Nacional, a los hijos de Claudia los desaparece un grupo de extrema izquierda para pedir un rescate y repartir el dinero entre los más pobres.
Los capítulos en los que Claudia habla, subtitulados como “Síncopa”, son monólogos que traen a la narración la vivacidad de lo coloquial; de alguna forma, el desespero y la sed de venganza se viven en estos capítulos, pues combinan una historia igualmente de sufrimiento y muerte. Es bastante acertado, por otra parte, conjugar el narrador omnisciente que nos relata la peregrinación de Joaquina con el monólogo en tono acusador y desesperado de Claudia.
La novela Joaquina Centeno conmueve porque caracteriza el drama de los desaparecidos. Ya no es una cifra, como planteé en el inicio respecto al Holocausto, ahora es una familia que se descompone; una madre que, como las madres de Soacha, las de la Candelaria en Medellín o las de la plaza de Mayo en Argentina, lucha cada día por conocer la verdad. Desde el lunes en que Joel no regresa a casa, la vida de los Gámez Centeno se trastoca. El padre, Víctor, con los años se va derrumbando.
Rafael, uno de sus hijos, acompaña a Joaquina los primeros días a preguntar en hospitales, en comandos de policía del barrio y hasta en morgues. La búsqueda se extiende más adelante al F2 de la policía y a otras morgues fuera de Bogotá. El drama que vive Joaquina Centeno, la desazón, el narrador los sintetiza muy bien en apartes como este:
Se dice pronto, pero son treinta años sin Joel, casi once mil días en los que no ha dejado de hacerle falta ni un solo momento, treinta años en los que se ha preguntado qué habría sido de la vida de aquel muchacho, al que le gustaba llegar sin hacer ruido y abrazarla por la espalda, si lo hubieran dejado vivir. (pp. 20-21)
A la desaparición hay que sumarle la descomposición familiar. En el libro Hasta encontrarlos. El drama de la desaparición forzada en Colombia, una investigación del Centro Nacional de Memoria Histórica, se anota precisamente lo siguiente sobre el drama familiar: “Los familiares y allegados de las personas desaparecidas viven sumidos en un dolor que no da tregua y no se alivia, que les mantiene condenados a una espera prolongada e impide que sus vidas transiten tranquilamente” (p. 25). Así tal cual sucede en la novela de Sandoval, pues el narrador dice: “La vida tranquila se rompió ese lunes y nunca nada volvió a ser igual. Ningún hilo de los que ha desenrollado a partir de ese momento ha podido devolverla a ella y a su familia al tejido que formaban” (p. 45).
Hay que tener en cuenta que los hechos suceden en 1982, cuando la desaparición no había sido tipificada como delito, sino que se confundía con el secuestro. Y era común, como Sandoval dice en la novela, que fueran sospechosos los estudiantes de universidades públicas, simpatizantes de la izquierda o sindicalistas; con el tiempo, y según estudios del Centro Nacional de Memoria Histórica, cambiaron tanto las víctimas como los victimarios. Lo que deja claro la autora es que el culpable fue el Estado, más exactamente algunos miembros del F2.
La periodista bogotana nombra a cada una de las víctimas y denuncia las prácticas de quienes las desaparecieron, policías, oficiales y suboficiales:
A aquello que hicieron, que era monstruoso, llevarse a trece hombres, desaparecer a once, y hacer aparecer muertos —como si fueran delincuentes— a otros dos, hubo que sumarle las mentiras —inventadas para desvirtuar lo que se iba conociendo— y el cinismo con el que lo negaron todo, y seguían negándolo, mientras se hacían viejos, como Joaquina misma, y hasta morían. (p. 134)
Finalmente, después de negaciones y evasivas, las familias solo se aferran a recibir los huesos para despedirse de ese hijo al que nunca pudieron volver a ver. La denuncia de Marbel Sandoval es constante a lo largo de toda la novela y, ante la impotencia, que es lo que Joaquina acumula con los años, quedan resquicios de esperanza, el recibir unos huesos, lo poco que quede de ese ser humano. Pero eso también se le niega.
La novela de Sandoval toca un tema que también trató el periodista y escritor Enrique Patiño en Cuando Clara desapareció, libro publicado en 2017. Allí cuenta Patiño, a través de una investigación periodística y de relatos familiares, la vida de su hermana Clara, quien también, como Joel, fue obligada a subir a un carro una mañana en que iba a su trabajo y nunca regresó a casa.