‘Todas las mujeres que llevo adentro’: retratos de las grietas del Caribe colombiano

‘Todas las mujeres que llevo adentro’: retratos de las grietas del Caribe colombiano

En su nuevo libro, ‘Todas las mujeres que llevo adentro’, la escritora Viviana Vanegas Fernández retrata el Caribe urbano desde sus grietas: lo oscuro, el agobio, lo que se oculta detrás de cada carnaval, tras cada baile. Ella ganó la beca distrital en Cuento y Relato del Portafolio de Estímulos de Barranquilla 2024.

6 de mayo de 2025 | Por Elena Chafyrtth | En Revista Cambio

Una mujer abre la nevera y se queda a vivir allí durante largas horas. Huye del ruido, de los gestos, del mundo exterior: escapa del calor que la asfixia. Milena, por su parte, se sumerge en los recuerdos de un viejo amor y encuentra placer solo en el fuego: “Arde, arde y vete al infierno”, murmura. Una mujer acaricia a su perro, con la mente fija en el instante exacto para acabar con el hombre que la observa, sintiendo cada latido como una cuenta regresiva. Al otro lado del mundo, dos niñas observan, desde lejos, cómo una mujer lanza la vajilla y los electrodomésticos mientras discute con un hombre.

Quince mujeres, quince historias. Cada una habla desde su duelo y se atreve a compartir un pedazo de su vida. En su soledad, tratan de entender por qué el pasado ya no es el mismo y el presente duele, quiebra y pesa, desgarrando las entrañas. Todas las mujeres que llevo adentro es el nuevo libro de la autora barranquillera Viviana Vanegas Fernández, publicado por Sílaba Editores.

Como uno de los protagonistas de Delirio, de Laura Restrepo, la locura aparece aquí como “un compendio de cosas desagradables; por ejemplo, es pedante, es odiosa y es tortuosa”. Algo similar ocurre con la escritura de Viviana Vanegas: conduce al lector por esa misma locura. Sus palabras atraviesan sombras densas, delirios íntimos que nos empeñamos en ocultar, suprimir o, simplemente, evitar. Su narrativa habita espacios solitarios, con paredes y pisos agrietados, pero, en el fondo, son voces brutalmente honestas: se atreven a dejar correr su propio dolor.

“Se aprovisionan, así como lo hacen los condenados a un huracán o a una pandemia: compran whisky, cervezas, chorizos, butifarras, guandul, carnes saladas y preservativos. El carnaval es una herida que permanece abierta todo el año, y no hay vendaje ni antibiótico que la cure, porque a nadie le interesa sanarla”. En una de las historias, Morder el aire, Viviana Vanegas aborda los mundos exterior e interior. Son dos muy distintos: mientras en el exterior se esfuerza por pertenecer, luciendo máscaras que agraden y atrapen, en el interior se recuerda, se pelea por un pasado que no pudo cambiarse y que dejó tantas grietas como dolores. Allí, el cuerpo se quiebra y la psique lo sigue: tambaleante, herida, viva. Un relato que nace con la intención de evadir el imaginario de que en la costa todo es felicidad, pero en el Caribe también se llora, incluso con la máscara puesta.

“Siempre he tenido una obsesión por entender y observar qué hacían los demás. Pasaba tanto tiempo sola cuando era pequeña que me quedaba horas mirando por la ventana, viendo las moscas pegadas al anjeo. Allí había un movimiento afuera y otro adentro. Esos dos mundos constantemente me llaman”. Esa curiosidad la ha llevado por diversos caminos, tanto en el arte como en la ciencia. Es bacterióloga, artista visual y escritora. Magíster en Literatura y Escrituras Creativas de la Universidad del Norte, y en 2020 publicó su primer libro de cuentos, Todos somos escapistas, la obra que marcó el inicio de su camino literario.

Leyó El túnel de Ernesto Sabato y Mi alma se la dejo al diablo, de Germán Castro Caicedo. No recuerda cuántos años tenía cuando lo hizo, pero en cambio sí memorizó con exactitud que, a los 16 años, leyó por primera vez Cien años de soledad. Lo terminó en cinco o seis días durante un paseo a Coveñas. “Leer a García Márquez logró que yo hiciera las paces con mi Caribe, hacer las paces con tu esencia. Siempre te enseñan que lo de afuera es mejor. No sabía que podía escribirse así del Caribe colombiano”, menciona con orgullo.

La cosa de la señora 402 habla de una mujer que pelea con su pareja. Del otro lado, dos niñas observan la pelea, van saliendo de casa para llegar el tiempo al colegio y a lo largo de sus vidas se quedan con esa escena, preguntándose: ¿Qué será la vida de la señora del 402? Piensan en la señora que no era loca o puta como los vecinos la llamaban: era la mujer valiente, la que posiblemente salió de ese mundo infeliz y creo otro.

“No sé si la vida se le arregló. Si alguien recogió cada pieza del suelo y se dedicó a pegarlas, a reconstruir lo que estaba destruido. Cuando paso por las escaleras miro hacia arriba, pensando en lo que podría caer del cielo, en las cosas que pasan adentro de las casas y las que logran escaparse de ellas. En nuestro caso, nadie botaría nada por la ventana, porque el fuego del hogar se mantiene adentro, nunca se saca, nunca se muestra”.

Leer a Viviana Vanegas es permitirse sentir, mostrar fragilidad, romper, sanar, curarse las propias heridas, lamerlas y abrazarlas. Es entender que, tal vez, la respuesta no está en el mundo de afuera: en los viajes, las sonrisas falsas, las versiones postizas. Las respuestas, quizá, yacen en la oscuridad y el silencio de nuestra habitación propia, en las lágrimas que descienden por las mejillas y recorren el cuello. Es comprender que no debemos avergonzarnos ni esconder a todas las mujeres que llevamos dentro.


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