Sobre ‘Desenjaulados’: un yo mutuo, un amor inconforme

Sobre ‘Desenjaulados’: un yo mutuo, un amor inconforme

El escritor Santiago A. Gómez Sánchez escribe esta reseña sobre ‘Desenjaulados’, libro resultante de una investigación de la Casa de las Estrategias sobre los jóvenes de Medellín en el sistema penal.

13 de enero de 2025 | Por:  Santiago A. Gómez Sánchez

Agradezco a la existencia mi hallazgo de este libro, y me agradezco a mí mismo el haberme puesto en la lectura de sus relatos, cartas, definiciones del mundo, sobre la cárcel, sobre la violencia de Medellín, sobre los sentimientos, sobre lo que es ser humano en esta ciudad. ¿Qué es el lenguaje?, cabe preguntarse ante la facilidad con que los autores y editores ensamblan o hacen chispear esta serie de inquietudes. Inquietud es una palabra adecuada para lo que uno percibe motivación del libro. Necesidad de saltar, de caminar, de llegar al otro, o a alguna parte, por lo menos. Necesidad de llegar a uno mismo, o de llegar aquí.

El viaje hacia aquí es la consigna menospreciada en el mundo de nuestro paso inevitable.

Los editores y autores, y hablo en especial de ese yo herido que escribe Desenjaulados, un yo mutuo, embozado tras una voz única, aunque metamórfica, ese yo escurridizo que son muchos, no saben hacer otra cosa que desdecir de su lamento y afirmar su amor inconforme. Te miran de lado estos relatos, pensándote. Se intrigan por sí mismos, por su suerte, veladora. Dejan que el fin llegue, invocándolo, y así lo traen, y son el fin mismo, una especie de arribo a lo superior, a la verdad indefinible pero precisa de la palabra cualquiera, la tuya, la del instante coetáneo. Se parecen las historias de nuestra violencia a la mudez de la historia. Se parece la tragedia de la vida a la vida por sí sola. Y no hay falsas ilusiones.

La pregunta, ya lo sabemos, no tiene respuesta, pues la respuesta no tiene pregunta.

¿Quién te mandó a nacer aquí, a vértelas con estas bocas de fusiles o de nenes? Estas bocas cerradas de las cosas que vendes sin que nadie te lo pida, y que nadie te compra en la calle, o solo unos pocos, a veces sin querer, siempre sin saber. Pareciera que lo que inunda a Desenjaulados es la incógnita sencilla de una tarde que no nos necesita, pero a la que le decimos todo, a la que le dejamos todo. Como esa vez que te busqué y quería decirte que hiciéramos teatro todos los días para no claudicar ante la tristeza de los que buscan poder o fama con la imagen y la palabra impuestas sobre las cabezas cortadas de todos, y ya no estabas, te habías ido a esa blancura de donde partimos sin saber a dónde.

Como un balón que se va por la cañada, por la quebrada, y que los dos persiguiéramos.

Me siento hermano de estas páginas, humedecidas de aquel trasudor vacilante que heredamos de las luciérnagas antes de que fueran ellas. Y es quizá porque creemos en los que trataron de no perder, y perdieron o ganaron, pero aún buscan, ya que todo se pierde. La libertad es un payaso vestido de verde elegancia con una colita de pájaro de la soledad que lo envuelve al cielo sumergido en olas grises de la citadina muerte. Ese insensible murmullo ante quien supo girarse dos veces antes de caer dormido. No hay violencia en esta violencia recordada que se diferencie al ayer de todos. Hay algo resarcido en estas páginas contra el silencio opresivo del orbe humano. Hay un saber atronador. Hay una bala perdida y encontrada en todos los cuerpos. Una libertad que busca refugio. Que se serena.

Todos los animales parecen descender del cielo, y yo siento que así nos pasa, día a día.

Qué cálida es la sangre por fuera de sus cauces. Todo es tinta de un río legible en sus ondas musicales, como legiones de golondrinas revoloteando los cielos de tu sueño. Menos aquel cielo donde te esperan. El llano donde nos vemos las carátulas. Donde hablamos del que fue, de la que fue. De la que hacía las cosas tan raro, pero con amor. Ese amor de quienes hablan solo para la persona que los acompañe en el momento. De quienes tejen una carta demorada. El amor de quienes la reciben, pasajera y arrugada. Eso es la literatura y esa la filosofía. No otra cosa, no otro viaje, no otro sueño. Un libro para ti, para mí y para el que llegue. Para los que estuvieron aquí y no podrán leerlo, porque lo escribieron con su muerte. Para esos idos, pero en vida, vida imaginada y escrita, eso que es la realidad, mágica y fatal.

Sin número y sin nombre, pero asomando su rostro: y allí la verdad. Tu sonrisa. Tu suspiro.


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